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28/07/2006 | Salvar a El Salvador

Marcos Aguinis

Volvió a sesionar en esta ciudad el Foro Iberoamérica-Europa, junto a la Fundación Internacional para la Libertad (FIL). Vibró con el testimonio del ex presidente Francisco Flores sobre su país, que había sido condenado a la miseria y pudo virar en forma casi milagrosa hacia el camino de la prosperidad. Su descripción impresionó a la audiencia.

 

Francisco Flores fue el presidente más joven de América. Hace dos años que entregó el poder e integra el rosario de gestiones que revelan cómo la inteligencia, el patriotismo y el coraje pueden más que la demagogia y el populismo. Al término de su disertación cundió el deseo de hacerle recorrer el continente para que millones de latinoamericanos se despabilaran sobre las medidas que, de veras, logran un desarrollo sostenible.

La República de El Salvador era hasta hace pocos años un diminuto y asolado país, sin remedio. Ahora es uno de los que progresa con mayor rapidez. Sus dimensiones y ubicación mantienen aún al margen sus pacíficas victorias, pero la evidencia de su ascenso multiplica la curiosidad de próximos y lejanos. Es un paradigma que merece prolija atención.

El ex presidente Flores, con su seductora sonrisa, ojos brillantes, piel oscura y gesto amable, empezó recordando que su patria fue el último escenario bélico de la Guerra Fría. En 1980, los sectores más radicalizados de la zona llegaron a la conclusión de que estaban maduras las condiciones para la toma del poder mediante la violencia armada. El gobierno cubano reunió en La Habana, en un cenáculo de infernales consecuencias, a diversas agrupaciones guerrilleras para crear un frente único de demolición institucional, llamado FMLN. La vecina Nicaragua, gobernada por el régimen sandinista (que también sepultó en la miseria a ese país), fue la encargada de la provisión de armas, municiones, refugios y demás apoyos. La guerrilla se expandió por El Salvador a sangre y fuego, con inmediatos triunfos en la costa y la montaña. El gobierno de los Estados Unidos vio crecer una amenaza más grave que la de Cuba, porque el avance comunista se podía extender por tierra al resto de América Central. En consecuencia, el pequeño país tropical se transformó en el punto de ignición entre las dos grandes potencias dominantes.

La guerra devastó aldeas y ciudades sin misericordia durante trece años. Ni un solo hogar se salvó de guardar luto por una o varias muertes. Las calles se llenaron de cadáveres, amputados y pordioseros de todas las edades. Los campesinos y trabajadores se hundieron en el embudo de una pobreza abismal. La infraestructura productiva se desplomó. La energía eléctrica se suspendía a diario. Se extendió el hambre, las enfermedades, y no alcanzaban los hospitales para atender a tantas víctimas. Un tercio de la población huyó al extranjero, configurando una de las diásporas más grandes y súbitas.

En Washington tuve ocasión de visitar populosos barrios llenos de salvadoreños que allí reconstruyen sus vidas con trabajo, dolor y admirables iniciativas solidarias.

La creencia de que esta sanguinaria revolución se hacía para el bienestar del pueblo determinó que la ignorante dictadura que gobernaba el país desde el golpe militar de 1979 quisiera emular a los guerrilleros. Era otra grotesca paradoja en esa ciénaga de ideologías totalitarias, ancladas en perspectivas propias de un jardín jurásico. En efecto, la dictadura pretendió instalar un Estado socialista superador, que remediase por ensalmo la miseria acentuada por la guerrilla revolucionaria. Expropió tierras agrícolas mayores de 240 hectáreas, estatizó los bancos y monopolizó el comercio exterior. Esta medicina disparatada y anacrónica tuvo un efecto venenoso. La corrupción alcanzó niveles de ficción, no llegaron más recursos financieros, por falta de pago de los compromisos anteriores, nadie quería invertir y, en consecuencia, "a mediados de los ochenta, parecía no existir solución alguna para mi país", sentenció Francisco Flores. Sin embargo, a doce años de haber terminado esa guerra mesiánica y haber colapsado la destructiva ilusión revolucionaria, El Salvador aparece como el país que ha logrado girar hacia el camino de la sensata lucidez, basada en el respeto institucional y la seguridad jurídica. Bajó el índice de la pobreza a la mitad, redujo el analfabetismo del 32 al 12 por ciento y el desempleo al seis por ciento.

La disciplina fiscal y la estabilidad de las leyes determinaron que las evaluadoras de riesgo lo ubicaran, junto a Chile, entre los países en los que las inversiones son más recomendables. Las condiciones de vida han dado un vuelco positivo ejemplar. Las líneas telefónicas se multiplicaron por diez, el número de vehículos se cuadruplicó, el agua potable llega a un 50 por ciento más de territorio. Francisco Flores demostró que, durante su período, cada día se construyó un kilómetro de carretera para conectar las poblaciones más aisladas, cada día se edificaron tres escuelas, cada día se levantaron 106 viviendas para familias pobres y cada cinco días se erigió una nueva unidad de salud.

El cambio profundo empezó cuando los salvadoreños decidieron abandonar su trágico papel de víctimas. Según Flores, "siempre habíamos transferido las culpas a factores externos. El Salvador era pobre porque había sido subyugado por la conquista; era pobre porque el imperialismo se había adueñado de los recursos estratégicos; era pobre porque los bloques económicos le imponían onerosos términos de intercambio; era pobre por las multinacionales, por los Estados Unidos, por el Fondo Monetario… No fue hasta que nos encontramos en la profunda crisis de la guerra que caímos en la cuenta de que nosotros somos los responsables de nuestros fracasos y de que nuestros serán los triunfos si asumimos la debida responsabilidad".

"Importa tener una visión de largo plazo –dijo– que aglutine a los ciudadanos. Para ello se decidió construir un sistema basado en la democracia, la estabilidad institucional, la libertad de mercado, la competencia transparente y la creación de oportunidades. Eran ideas opuestas a las inculcadas por ideologías totalitarias, colectivistas, que desprecian la iniciativa y responsabilidad individual, que en vez de permitir una saludable participación de todos, reducen la sociedad a rebaños estúpidos que deben seguir las órdenes de líderes o burócratas o políticos corruptos y mediocres. Un equipo de profesionales investigó las experiencias de los países exitosos que podían adaptarse al nuestro."

La política se había desprestigiado por el dominio de los peores, el clientelismo y la decadencia. El fundador de una nueva corriente, llamada Arena, ante unas elecciones que le aseguraban el triunfo, decidió dar un paso al costado y elegir a la persona ideal para el momento. De esa forma llegó a la presidencia Alfredo Cristiani, principal impulsor de la paz y del nuevo modelo económico.

La topografía de El Salvador se caracteriza por la sucesión de 23 hermosos y amenazantes volcanes que aíslan a gran parte del país. "Por eso es decisiva la construcción de carreteras." Pero un día típico en el Ministerio de Obras Públicas registraba lo siguiente: a las 8.30 se reunían los trabajadores para subir a los camiones que los llevarían a destino. A las 10 partían hacia el tramo de carretera que iba a ser extendida o reparada. Llegaban a las 11.30 y, como faltaba poco para el almuerzo, dejaban los picos y las palas para después. El sol abrasador exigía una siesta bajo los árboles. A las 2.30 ya estaban alrededor de los hoyos que debían rellenar. Luego de una intensa tarea de media hora, aproximadamente, se emprendía el regreso porque el viaje demandaba una hora y media adicional. Cada jornada de ocho horas no llegaba ni siquiera a una. Esto parecía normal y nadie se atrevía a cambiarlo.

Para resolver este problema de vergüenza tragicómica se procedió a cometer dos grandes pecados: despido y privatización. Sí, dos grandes pecados "que no me fueron perdonados", porque Flores sufrió un grave descenso de su popularidad. Pero en cuatro años se construyeron más carreteras que en un cuarto de siglo y los empleados cesantes fueron recontratados como pequeñas empresas privadas para el mantenimiento de las nuevas carreteras. En sólo seis meses el ministerio generaba más empleos que su abultada planilla anterior. La popularidad de Flores volvió a subir y ahora nadie aceptaría el impúdico sistema que había regido durante décadas. "Los concursos de aplausos nunca producen reformas perdurables." Las reformas serias exigen coraje y visión de largo plazo.

Durante el Foro pudo demostrarse también que en todo el mundo soplan vientos en favor del crecimiento y la disminución de la pobreza. Pero si estos vientos favorables cesaran, el crecimiento dejaría de estar presente en la mayor parte de América latina. Un dato que nos recorrió como electricidad fue que ahora Africa ya nos supera. Noticia dura de advertir y reconocer, pero los informes resultan irrefutables. Ante esta realidad estremecedora, el ejemplo de cómo se salvó a El Salvador aparecía como una antorcha que debía recorrer llameante con su ejemplo todo el continente.

Diario Exterior (España)

 



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