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13/02/2015 | Dilma contra la pared

Río Negro Staff

El año pasado, la presidenta brasileña Dilma Rousseff derrotó a su retador, el socialdemócrata Aécio Neves, luego de una campaña electoral reñida en la que logró convencer a los votantes de que un triunfo opositor se vería seguido por un ajuste despiadado motivado no por las necesidades económicas de su país sino por la arrogancia antipopular de un político vinculado con el expresidente Fernando Henrique Cardoso, un sociólogo de renombre internacional.

 

La maniobra funcionó ya que en las zonas más pobres del Brasil, el electorado, debidamente asustado, optó por la candidata del Partido de los Trabajadores pero, como Dilma siempre ha entendido, manifestarse en contra de los ajustes es una cosa y negarse a tomar en cuenta la realidad económica es otra muy diferente. Así, pues, desde inicios de su segunda gestión está tratando de aplicar un programa económico parecido al previsto por Aécio con la esperanza de que, terminado un período de austeridad, los resultados sean tan positivos que sus compatriotas la aplaudan por su coraje político.

Puede que andando el tiempo lo hagan, pero hasta ahora los resultados han sido decepcionantes. Aunque Dilma no ha conseguido despertar de su letargo la economía brasileña, ha visto precipitarse su índice de aprobación hasta un nivel crítico, ya que quienes habían confiado en su capacidad para ahorrarles los rigores de un ajuste clásico se sienten traicionados, mientras que los convencidos de que, dadas las circunstancias, no le quedaba otra alternativa que la de procurar restaurar cierta disciplina fiscal, la acusan de haber engañado al electorado para aferrarse al poder. Puede que la situación en que se encuentra Brasil se haya debido más a los cambios que se han producido en los mercados mundiales que a los eventuales errores cometidos por Dilma, ya que, a diferencia de su antecesor Luiz Inácio "Lula" da Silva, no se ha visto beneficiada por un sorprendente boom de commodities, pero sucede que en todas partes los políticos dan a entender que las etapas de prosperidad se deben más a sus propios esfuerzos que al impulso brindado por un viento de cola procedente del exterior o a medidas tomadas por otro gobierno algunos años antes.

Si no fuera por los problemas económicos que está sufriendo Brasil, Dilma no tendría que preocuparse tanto por los escándalos de corrupción que han proliferado últimamente. Como es habitual en países de instituciones relativamente débiles en los que el modelo económico es del tipo calificado de "capitalismo de los amigos", la petrolera nacional, Petrobras, opera desde hace mucho tiempo como una caja política. Según se informa, en el transcurso de la década última se las ha arreglado para repartir la friolera de 4.000 millones de dólares entre políticos, empresarios y otros, de tal modo enriqueciendo ilícitamente a algunos a costillas del Estado, o sea, de los contribuyentes. En opinión de la mayoría, Dilma sabía muy bien que Petrobras se había convertido en un foco de corrupción pero que, por razones políticas, había preferido no hacer nada a pesar de su presunta voluntad de llevar a cabo una campaña de manos limpias, echando a un ministro tras otro por dejarse sobornar o por vender favores a cambio de apoyo parlamentario. No se sabe hasta dónde llegará la investigación del antro en que se había convertido Petrobras, pero ya se han visto obligados a abandonar sus cargos cinco directores de la empresa estatal, además de la presidenta Graça Foster, mientras que las autoridades estadounidenses quedaron involucradas porque la petrolera cotiza en la bolsa de Nueva York y por lo tanto tiene que acatar las reglas correspondientes que, claro está, son más severas que las imperantes en muchos países sudamericanos. El escándalo, combinado con el derrumbe espectacular del precio del crudo en los mercados internacionales que acaba de hacer inviables las reservas petroleras de aguas profundas que tiene Brasil, ya ha privado a Petrobras de más de la mitad del valor que ostentaba en octubre pasado, cuando fue reelegida Dilma y, de continuar rebajando la nota las agencias de calificación más influyentes, pronto podría perder mucho más, lo que no ayudaría en absoluto a la presidenta de un país que se había acostumbrado a celebrar con orgullo patriótico las hazañas de una empresa considerada emblemática.

Río Negro (Argentina)

 



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