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18/02/2015 | ¿Un Podemos en el Cono Sur?

David Altman

La democracia directa es un instrumento que permite la sincronización entre la ciudadanía y quienes deben tomar decisiones diariamente

 

En el Seminario Ciclo Electoral 2014-2015 de América Latina, organizado por el Woodrow Wilson Center, diario El País, NTN24, e Idea Internacional, surgió la discusión acerca de la posibilidad de que en el Cono Sur emergiera un movimiento como Podemos. En cierto sentido se estaba preguntando en qué medida las instituciones democráticas en el sur podrían resistir y absorber el embate de una creciente frustración ciudadana. La respuesta no puede darse sin tomar en consideración el variopinto diseño institucional de los países de la región.

En algunos casos, como el de Chile, las instituciones no fueron diseñadas para absorber la frustración social sino que para el empate entre la oposición y el Gobierno. En este escenario efectivamente es posible pensar en un Podemos como en España ya que en caso de una fuerte frustración cívica las instituciones quedan absolutamente desbordadas y solo la calle puede forzar algún tipo de respuesta por parte de los actores políticos relevantes (un somero seguimiento de las manifestaciones estudiantiles de los últimos años atestigua este fenómeno).

En otros casos, como en Uruguay, la calle constituye un recurso poco usado simplemente porque no es necesario llegar a ella. En caso que las autoridades no escuchen una demanda cívica clara y fuerte, o incluso en caso de que se apruebe una ley que a muchos les resulte repugnante, los ciudadanos tienen la posibilidad de forzar un voto popular legalmente vinculante (independientemente de lo que las autoridades de turno digan). Así, la mayoría decide y todos acatan.

La discusión sobre un potencial Podemos en el Cono Sur nos retrae a los acontecimientos de los últimos años en varias democracias contemporáneas. Durante este tiempo, académicos, periodistas, y hasta agentes gubernamentales, han estado buscando las razones detrás de las revueltas y movilizaciones de las que hemos sido testigos. Bajo el aura de Mayo del 68, se ha argumentado que se trata de una combinación de factores tales como el aumento de la segregación que crean las sociedades capitalistas y voraces, no importa si es en el desempleo juvenil y la vivienda en general (España), los precios de las viviendas para alquilar o comprar (Israel), un estado de bienestar raquítico (Grecia), o el estancamiento de la movilidad social (Inglaterra).

Nuestra búsqueda tenaz y obstinada por una razón, por una única causa detrás de estas manifestaciones, nos está engañando. Tal vez no exista un denominador común, tal vez estemos omitiendo una ausencia compartida. Esta ausencia transversal en todos los casos puede asociarse a la falta de canales institucionales en manos de la ciudadanía para alterar las políticas públicas de forma directa.

En momentos en que las políticas deben cambiar a un ritmo mayor de forma tal de enfrentar contingencias internas y externas, en los países señalados las posibilidades de cambio se congelan hasta las próximas elecciones: una vez que se estas se celebran, los ciudadanos no tienen otra opción que esperar hasta el próximo ciclo electoral para castigar o premiar a sus políticos. Es como si en estos países las políticas que los ciudadanos desean, sus preferencias y reclamos, se sometieran a un estado forzoso de hibernación. Y esto es muy frustrante, pues la lógica electoral de la política partidista no es necesariamente la misma que la lógica cotidiana de las políticas públicas que las y los ciudadanos exigen.

Obviamente las razones y motivaciones de asociadas a estas manifestaciones populares no son necesariamente las mismas en un lugar u otro, ni lo son los objetivos, estrategias y prioridades que las sustentan. Pero no es por casualidad que no veamos estas grandes manifestaciones en—por ejemplo—Uruguay, Suiza, Eslovaquia o Eslovenia, a pesar de que comparten muchos de los problemas de los países mencionados anteriormente. En estas democracias, las y los ciudadanos se reservan para sí una ventana de oportunidad institucional para recordarle a los políticos en caso de necesidad quiénes son los dueños del devenir de la política y las políticas públicas: la propia ciudadanía. En Chile, España, Grecia, Israel, Inglaterra, e incluso en Francia, los ciudadanos no tienen la oportunidad de forzar un cambio político cuando lo consideran necesario. Simplemente se hace una vez cada cuatro años y de forma difusa en el mejor de los casos.

La democracia directa en manos del soberano (iniciativa popular para forzar un cambio o un referéndum para evitarlo) tiene muchos recovecos, problemas e indiscutiblemente no es perfecta. Sin embargo, es un instrumento poderoso que permite la sincronización entre la ciudadanía y quienes deben tomar decisiones diariamente. Es ciertamente una potente medicina contra la esclerosis institucional, es una válvula de escape que permite que salga el “vapor de la caldera”. De hecho, previene la violencia, canaliza las demandas sociales y, en definitiva, promueve la libertad y la cultura cívica. En los casos donde existe, si algo realmente no gusta, se juntan firmas y si son válidas, todos deciden.

Por supuesto, Madrid no es Jerusalén, Londres no es París, y Santiago no es Atenas. Las diferencias entre estos casos podrían extenderse casi hasta el infinito. Sin embargo, si las y los chilenos, británicos, israelíes, griegos o españoles, hubiesen tenido acceso a los mecanismos de democracia directa, es probable que no hubiéramos sido testigos de lo que hemos visto durante los últimos tiempos en Santiago… pero no en Montevideo.

David Altman es Profesor de la Pontificia Universidad Católica de Chile

El Pais (Es) (España)

 



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