Así y todo, no cometió errores muy graves, de suerte que no extraña que, en sus cinco años de gestión, Uruguay lograra superar a la Argentina en casi todos los ámbitos económicos y sociales. Por lo demás, "el Pepe" acaba de dejar a Tabaré Vázquez un país que, si bien enfrenta muchos problemas, está en condiciones llamativamente mejores que las que encontrará el sucesor de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Felizmente para los uruguayos, sus dirigentes políticos no suelen creerse hombres o mujeres providenciales, convocados por el destino para cambiar la historia del género humano. Aunque Mujica se las arregló para erigirse en un referente internacional, debió su celebridad a su propio pasado como guerrillero, la aversión al lujo que comparte con el papa Francisco, su voluntad de legalizar el consumo de marihuana y su propensión a hablar sin preocuparse demasiado por el impacto de sus palabras, no a un esfuerzo por desempeñar un papel supuestamente heroico en el escenario nacional y mundial.

Para Tabaré, el que ha regresado a la presidencia que ocupó entre el 2005 y el 2010, convivir con Mujica no será fácil, puesto que su personalidad es muy distinta de la del exmandatario que hace poco le advirtió que tendría "30 legisladores" a su disposición. Al lado de Mujica, Tabaré parece un tecnócrata afable pero frío, lo que podría plantearle dificultades porque inicia su segundo período en el poder en circunstancias internacionales mucho más negativas que las que imperaban hasta hace muy poco. Además de tener que hacer frente a las repercusiones regionales del desastre económico argentino y la situación nada buena en la que se halla Brasil, Uruguay se verá perjudicado por el fin del boom de los commodities y de la era de créditos baratos que fue posibilitada por la estrategia elegida por la Reserva Federal de Estados Unidos. Aunque Uruguay parece mejor preparado que sus vecinos para hacer frente a los choques externos que con toda seguridad se producirán en los años próximos, los afectados por la ralentización que ya se ha hecho sentir podrían culpar a Tabaré por las penurias sufridas, recordándole que el quinquenio de Mujica se caracterizó por una tasa de crecimiento relativamente robusta.

Para continuar avanzando, Uruguay, lo mismo que los demás países latinoamericanos, tendría que acostumbrarse a depender menos de las exportaciones de materias primas y bienes agrícolas y más de la capacidad para generar riqueza de sus empresarios. Aunque todos, incluyendo a Mujica, entienden muy bien que es así, se trata de un desafío muy complicado, sobre todo para un socialista como Tabaré, ya que no se presta a las soluciones que son tradicionalmente favorecidas por los izquierdistas que, por lo común, se han acostumbrado a oponerse a las llamadas "reformas estructurales" por considerarlos antipopulares. A menudo lo son, ya que suponen cambios que, en el corto plazo por lo menos, naturalmente preocupan a quienes se aferran a sus derechos adquiridos, pero puesto que la alternativa consiste en resignarse a la pobreza generalizada, negarse a impulsarlos no es una opción seria.

Lo mismo que Mujica a comienzos de su gestión, Tabaré se ha comprometido a emprender un programa de reformas educativas y modernizar con obras esenciales la infraestructura de su país, pero de agravarse la situación económica no le será del todo fácil hacer mucho más que su antecesor. Otro desafío importante se ve planteado por el Mercosur, una asociación dominada por Brasil y, en menor medida, la Argentina, aunque, según dijo Mujica hace poco con el desparpajo que tanto ha contribuido a su fama internacional, nuestro país "tendría que acompañar" al socio mayor pero la verdad es que "no acompaña un carajo". Por razones comprensibles, los uruguayos no quisieran romper con el bloque regional, pero acaso les convendría hacerlo en cuanto confíen más en su propia capacidad para emular a los chilenos que han preferido no pertenecer a una asociación asimétrica de países en la que los más grandes están habituados a tratar con prepotencia desdeñosa a los más chicos, tomando medidas unilaterales sin tener en cuenta los intereses del conjunto.