Carmen Aristegui es la periodista más influyente de México. Sus investigaciones —como la reciente sobre “La Casa Blanca”— han desatado algunos de los escándalos más sonados de la política mexicana reciente y han hecho trastabillar al gobierno del presidente Peña Nieto. Sus enemigos han tratado de desprestigiarla con todo tipo de acusaciones, pero no han logrado intimidarla. En esta entrevista habla sobre la motivación principal de su trabajo, la pertinencia de preguntar al poder y de cómo los periodistas deben crear zonas de riesgo que no se traduzcan en censura y autocensura, sino en rigor y exigencia.
Carmen
Aristegui despierta todos los días a las 4:45 de la mañana y en el celular
revisa los mensajes de su equipo de editores y reporteros para dos horas y
quince minutos después, en el programa Primera Emisión de MVS, estar
preparada para preguntar, un ejercicio del que ha hecho un hábito necesario y
natural, casi tanto como dormir y comer. Si encuentra algo urgente en el
trayecto de su casa a la oficina, envía mensajes a la redacción desde el auto.
Es una
tarde de enero en la Ciudad de México y en una sesión fotográfica, entre una
toma y la otra, como un tic imposible de controlar Aristegui se asoma a la
pantalla líquida para ver qué hay de nuevo, hasta que el fotógrafo Napoleón
Habeica logra quitárselo, al menos por unos minutos. “Puede perder una mano, pero
jamás el teléfono”, sonríe Daniel Lizárraga, uno de sus colaboradores más
próximos. La periodista más influyente del país no va al cine y lee sólo unos
cuantos libros cada año por culpa del iPhone 5 negro que la mantiene informada
de lo que ocurre cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo. Sólo lo aparta
breves minutos cuando está reunida con sus colaboradores de investigaciones
especiales y debe concentrarse en las anotaciones hechas en un pizarrón, en una
oficina repleta de computadoras, periódicos y carpetas que forman montañas
irregulares de documentos. “Soy muy necia”, dice de sí misma. “En casa, con la
familia, de vacaciones, es muy difícil que diga: me voy a desconectar. No voy a
ver nada”. Se ha dicho que es lesbiana, que sirve a los intereses de Carlos
Slim, que es promotora de Andrés Manuel López Obrador y la cabeza principal de
una conspiración contra la Presidencia de la República. Ella responde las
preguntas con esa sonrisa traviesa que contrasta con los cuestionamientos
afilados que todos los días parten de su boca diminuta ante el micrófono.
—¿Cómo
se asume Carmen Aristegui: periodista, conductora o comentarista?
—Soy
periodista.
—¿Cuándo
y cómo empezaste?
—Empecé
por ahí en el año 87. Era estudiante y uno no sabe a donde se conduce su
existencia. Estudiaba en la facultad de Ciencias Políticas y entré a un
programa de economía y finanzas, Monitor Financiero. Trabajaba como
asistente y abandoné un semestre porque no empataban mis horarios. Después
regresé a terminar. No es que te plantees de manera categórica qué serás. Es la
ruta de la vida. Vas, tropiezas, una piedra por aquí y allá. El periodista es
alguien que tiene como razón de ser y de vida informar, dar noticias, tratar de
capturar en términos de información y debate público lo que a su juicio
personal considera pertinente y de interés para la sociedad. Ahí es donde entra
el criterio profesional, la valoración de las cosas. Mi perfil es uno y se
inclina a los asuntos político-sociales. Un periodista trata de abarcar todo lo
que desde su mirada profesional puede ser interesante, importante y pertinente.
Un periodista es aquel o aquella que está todo el tiempo observando cosas para
saber qué será más importante para el que lo ve, tratando de adivinar dónde
está el pulso de la sociedad.
—¿Cuál
fue la primera crisis que te atrajo para cavar más allá de la superficie?
—Ese
programa, Monitor Financiero, fue una experiencia fuerte. Era el boom
bursátil del 86 y había avidez por saber qué pasaba con la Bolsa Mexicana.
Los periodistas daban ideas, recomendaciones y alentaban al público en un
momento dorado de la actividad bursátil, y eso hacía que el programa se
convirtiera en algo útil. Luego vino una debacle fenomenal entre la gente que
había sido alentada y que había visto con fascinación la idea de ganar dinero.
Vino la tragedia de quienes habían vendido autos y casas para ser partícipes de
la fiesta. Como estudiante fue muy fuerte ver un quiebre brutal sobre lo que se
esperaba del trabajo de comunicación de un programa y los reclamos de una parte
de la sociedad. Eso me dio un primer pulso sobre cuestiones que pueden surgir
en la sociedad. Junto a eso vinieron las elecciones, las reformas electorales,
el terremoto del 85. Vivía en la colonia Álamos, que tuvo daños importantes, y
personas muy cercanas perdieron la vida. Son sucesos impactantes que construyen
una mirada y un perfil.
Aristegui llega a MVS a las 6:15, cuando ya empezó su
programa con reportajes y entrevistas grabadas. Siempre va de traje sastre
obscuro, blusa holgada y botas bajas, una vestimenta muy distinta a las camisas
coloridas y las faldas vaporosas, los aretes casi al hombro y el cabello largo
de sus años de periodista novata. Sube las escaleras y llega a la redacción con
el celular en una mano —siempre lo lleva en la mano— y en la otra una síntesis
de prensa que ya leyó y un altero de periódicos que revisa antes de subir a
cabina a las 6:45 para tomar el micrófono 15 minutos después. Tiene una
reputación de jefa dura y obsesiva. Son comunes sus mensajes a editores y
reporteros a las tres de la mañana, con peticiones precisas. Si algo le
molesta, puede llegar a alzar la voz. Entre ella y sus colaboradores hay una
especie de relación amor-odio. La admiran tanto como se quejan de sus
peticiones a-la-hora-que-sea, de los turnos interminables, de salarios que no
son siempre suficientes.
—Muchos
recuerdan el episodio del sugerido alcoholismo del ex presidente Calderón. Hay
una diferencia entre ese golpe, basado sólo en un dicho de unos diputados, y
las revelaciones de “La Casa Blanca”, una investigación exhaustiva. ¿Qué cosas
has debido revisar, corregir y reforzar en tu trabajo? ¿Has sido inexacta o
injusta?
—No
diría que me equivoqué en un asunto específico, no tendría ningún caso. No
pretendo vanagloriarme de no tener equivocaciones. Si dije un dato por otro, no
tengo problema en corregir y enmendar alguna imprecisión. Sobre lo sucedido con
el ex presidente Calderón y una investigación cabal como la de La Casa Blanca,
yo diría que ambos tienen su peso y significado y de ninguno me arrepiento. En
ambos me sostengo en lo dicho y en lo hecho.
—¿Por
qué te pareció pertinente llevar la denuncia del alcoholismo de Calderón a la
mesa?
—Se
había presentado un suceso noticioso en la Cámara. Pero hubo un
sobredimensionamiento por un berrinche presidencial. De no haber sido
sobredimensionado por un presidente que se sintió ofendido por una pregunta,
hubiera quedado como un comentario editorial entre tantos otros que se hacen en
la radio y la televisión. El caso de Calderón tomó una dimensión extraordinaria
por tratarse de una reacción desmedida del poder presidencial frente a una
interrogante que no fue afirmación, de una periodista que consideró y sigue
considerando pertinente preguntar.
—¿Fue un
abuso de poder?
—Me
parece que sí. Desde luego un abuso de poder, una acción absolutamente indebida
de Calderón que generó una reacción muy importante en el auditorio porque creó
un estado de cosas que permitió lo imposible de imaginar, mi regreso a la radio
después de haber salido como salí. Ese hecho insólito fue posible entre otras
cosas por la propia valoración de MVS de cómo habían sucedido las cosas, de un
hecho específico con una dimensión pequeña, para mí, un comentario editorial
sobre un hecho noticioso que se sobredimensionó y convirtió aquello en un gran
conflicto entre la Presidencia y un grupo empresarial. Se me pedía una disculpa
que no estaba dispuesta a dar porque no debía disculparme por algo que sigo
considerando pertinente que es preguntarle al poder lo que sea. Puede ser antipático,
pero si un periodista no puede preguntar algo derivado de un suceso donde
participaron legisladores, donde la situación provocó que se suspendiera la
actividad del Congreso, pues entonces estamos en serios problemas. Se convirtió
en un caso donde el poder político disgustado con la periodista exigió algo
inadmisible que era que se arrodillara para satisfacer el enojo presidencial.
—Hay
gente que cree que tomas partido y que la información que aportas tiene que ver
con tu ideología. ¿Hasta qué punto el periodismo debe tomar partido y
convertirse en militancia o no?
—Creo
que no soy militante, aunque me han hecho fama. Hay una mezcla de opinión, de
crítica genuina y otra de campañas para denostar a figuras públicas. ¿Cómo
desacreditas el trabajo de un periodista? Diciendo que es militante, que es
vocero, que sus propósitos son distintos a los periodísticos. Yo sostengo que
mi trabajo tiene como autor principal y único al periodismo. No niego que puede
haber un ángulo y énfasis en ciertos asuntos, pero eso forma parte de la
subjetividad de un periodista. Este planteamiento de exigir a los periodistas
objetividad, si se entiende como algo aséptico, es imposible de lograr. No se
puede pedir objetividad a un sujeto que tiene miradas, ideas, perspectivas, posiciones.
Mi principal aspiración son los contrastes, que se vean todos los lados. Espero
lograrlo. Si tenemos un reportaje sobre Cuauhtémoc Gutiérrez, hay que buscarlo.
Si tenemos un reportaje como La Casa Blanca que alude al presidente, hay que
buscar a la presidencia. Ya es otra cosa si te contestan o no. No compro este
asunto de la militancia porque no me percibo promoviendo una candidatura o una
acción política. Sí me veo analizando y privilegiando asuntos que considero
relevantes. Si eso se traduce en una valoración crítica de mi trabajo, tienen
derecho a tenerla desde luego.
—¿Cuál
es tu relación con Andrés Manuel López Obrador? Es uno de los personajes con el
que se te asocia para desacreditar tu trabajo.
—A López
Obrador lo conozco de las entrevistas que le he hecho en la radio, en la
televisión, para un libro que se llama Transición, pero no existe otro
vínculo que no sea estrictamente las conversaciones públicas. No hay una
relación de amistad, política ni de otro tipo. Lo diría así: las veces que he
visto a López Obrador, todas han sido entrevistas que han salido al aire o
presentadas en un libro. Sé que hay una gana de que se nos relacione por una
razón fundamental. A la hora de querer decir: esta periodista tiene otros
intereses distintos a los periodísticos, viene muy bien alimentar la idea de
algo que no ocurre.
—Cada
vez hay más hay periodistas desaparecidos y asesinados. ¿Cuál es el límite en
la misión de informar, ante los peligros del oficio?
—El
miedo es un ingrediente humano al que hay que tenerle respeto. Miedo a que te
agredan o te maten, a sufrir un daño personal. Hay que pelear para que el miedo
no te inmovilice. Hay que tenerle respeto porque te dice: aquí debes crear una
zona de cautela, pero la cautela no se debe traducir en censura o en
autocensura, sino en rigor y exigencia porque si vas a entrar en una zona de
riesgo, debes entrar con todos los pelos de la burra en la mano, pero ir. El
tema de la libertad de expresión cruza por muchos caminos. Por la posibilidad
de decir cosas sin poner en riesgo tu vida. Periodistas que estamos en otros
lugares, que no estamos al lado de un cacique o de un narcotraficante, podemos
tener activado el sistema de la cautela porque vas a entrar en una zona de
riesgo, porque si dices algo que afecte al poder, tienes que decirlo con una
precisión quirúrgica. La libertad de expresión está en esos extremos, donde
algunos se mueven en esa zona que te obliga a una condición rigurosa e
inatacable y los que tratan de decir algo, con la vida en riesgo. Son espacios
donde el fenómeno de autocensura se activa de diferentes maneras. Los que
tenemos espacios debemos señalar pese al miedo, que te obliga a ser más
riguroso para sostenerte mejor.
—¿Hiciste
esta valoración en La Casa Blanca?
—Cuando
digo la palabra cautela creo que debería sustituirla. Parecería que cautela es
bajar el tono para evitar una reacción. Lo que quiero decir es que si te vas a
involucrar en una investigación que llegará a altos niveles de poder, debes
tener una primera y segunda y tercera revisión y decir: ya está. No es que no
se deba hacer en todos los casos, pero hay asuntos donde no puedes permitir
ningún tropezón, ninguna tontería, ningún dato equivocado por menor que sea,
porque puede ser suficiente para desacreditar la investigación. La Casa Blanca
es un buen ejemplo. En la unidad de investigaciones especiales el equipo
fantástico formado por Daniel Lizárraga, Rafael Cabrera, Irving Huerta y
Sebastián Barragán estaba con todos los sentidos puestos en que todo debía
salir muy bien.
Rafael
Cabrera estudió en la UNAM, tiene 31 años y la cabeza afeitada. En mayo de 2013
se topó en una Comercial Mexicana con la revista Hola, que presentaba un
reportaje de la casa de Las Lomas. La leyó y dijo: “aquí puede haber algo”. Se
mudó de empleo, olvidó el asunto y seis meses después empezó a investigar.
Indagó en las oficinas de propiedad del DF y Toluca y encontró que el inmueble
no estaba a nombre de Peña ni de su esposa. En su búsqueda saltaron nombres de
personas y empresas contratistas del gobierno, entre ellas la compañía que
facilitó helicópteros a la campaña de Peña. En enero compitió por asistir con
el proyecto a un taller especializado en investigación en Connectas, pero fue
rechazado. Al final se abrió un espacio con Daniel Santoro, uno de los grandes
periodistas investigadores. El maestro le dijo que quizá la casa no había sido
declarada. En mayo de 2 014 volvió a cambiarse de trabajo. Entró al equipo de
investigaciones de MVS liderado por Lizárraga. Unos días después ambos le
presentaron el proyecto a Aristegui. “Carmen peló los ojos —recuerda Cabrera— y
dijo: esto es una bomba atómica”.
—¿Cuánto
tiempo llevó la investigación y qué pedías a tu equipo?
—Una
investigación de meses. Había periodos de espera por las solicitudes de
información. Esta investigación es producto de la curiosidad de un periodista
que se preguntó: “¿esta casa estará declarada en el patrimonio de Peña?” Con
esa pregunta de pertinencia, comenzó a jalar una hebra, solicitar información y
ver la negativa del poder a colaborar. Fue una investigación de largo alcance.
Llegamos al punto donde dijimos: “ya está”. La respuesta de presidencia fue que
no contestaría ella, sino Función Pública. Al final la respuesta fue: “No vamos
a decir nada”. Decidimos publicar el reportaje, que coincidió en el tiempo con
la cancelación del tren de alta velocidad México-Querétaro. Lo del tren nos
cayó del cielo. La investigación venía muy firme en función de que el dueño
legal de La Casa Blanca era el contratista de Peña. Pero con el reportaje hecho
surgió la información del tren de alta velocidad y a la hora de revisar
dijimos: “¿cómo? ¡Es el dueño de La Casa Blanca!” Si lo hubiéramos publicado 15
días antes, nos perdemos el tren. Lo del tren aceleró el asunto en horas.
—¿Has
recibido amenazas por tu trabajo?
—He
recibido algún mensaje o situaciones no felices. Pero nada que impida que siga
caminando, que me haga repensar que lo que quiero hacer es periodismo. Ha
habido dos o tres incidentes, cosas que no quisiera redimensionar. Cosas que
son naturales para un periodista que se acerca a asuntos de gente que se siente
ofendida o dañada.
—¿Cuál
fue la reacción del gobierno de Peña ante el reportaje?
—Yo tomo
como respuesta lo que vino después de la divulgación del reportaje.
Probablemente porque tuvo una gran repercusión en la prensa internacional, la
Presidencia se vio obligada a dar las explicaciones que no nos dio a los
periodistas mexicanos.
Cuatro
días antes de publicar la historia de La Casa Blanca, Aristegui citó a los
corresponsales extranjeros y a los directivos de La
Jornada, Reforma y Procesopara entregarles un dispositivo de
memoria USB con el resultado de la investigación. Les propuso presentar la
historia en bloque. Hubo resistencias, pero al final todos aceptaron. En los
medios del país jamás había sucedido algo semejante. La propuesta fue una
réplica del modelo utilizado por medios internacionales como The Guardian,
BBC, Le Monde, Süddeutsche Zeitung y Asahi Shimbun para
construir una alianza temporal, protegerse y romper cercos informativos en la
difusión del escándalo de corrupción del gobierno chino, en 2 014.
—El
reportaje apareció en Aristegui Noticias, pero no en tu programa de radio.
¿Qué sucedió?
—Debimos
resolver un dilema que un día contaré. Los periodistas resolvimos un dilema que
nos permitió mantener nuestro espacio radiofónico y que la información no
sufriera una censura. Resolvimos un problema y lo hicimos bien, porque la
información salió, no la guardamos y al final la repercusión está ahí. El tema
de La Casa Blanca lo hemos abordado con enorme amplitud en la Primera
Emisión de MVS. Hemos hecho mesas de debate, hemos discutido el asunto de
esta casa y las que vengan.
—¿Has
sufrido censura?
—He
vivido varios capítulos relacionados con intentos de censura o modificación de
mi línea editorial que han terminado en ruptura. He tratado y quiero ser
consistente respecto de mi obligación con la audiencia y una de esas
características es que mi principal motor de actuación es el público que tiene
derecho a saber. Estamos obligados a informar y permanentemente hay en todos
lados impulsos para evitar que digas lo que dices, para evitar que informes. Es
una batalla permanente del periodista. Qué más quisiera que haber tenido una
carrera lineal de 25 años en un mismo lugar, pero no ha sucedido así. Han
ocurrido capítulos muy confrontativos, y si no estás dispuesto a ceder para que
eso fundamental que es tu libertad de expresión se limite, entonces viene la
censura.
—¿Los
grandes medios están censurados o autocensurados?
—El tema
de la censura está ahí y el de la autocensura más. Hay fenómenos que
contribuyen a que la libertad de expresión no sea plena. Pese a la reforma en
telecomunicaciones tenemos un sistema duopólico que por naturaleza no favorece
el libre ejercicio del periodismo y las ideas. Es un tema estructural no
resuelto. Ya veremos si la digitalización le da a México un modelo distinto,
pero lo que hoy existe no favorece ni es el mejor diseño para el periodismo
independiente, crítico y la libertad de expresión. Hay lugares donde puedes
perder la vida si publicas algo que enfadó al cacique o te desaparecen como
acaba de ocurrir con Moisés Sánchez Cerezo, en Veracruz. Estrenamos el 2015 con
la desaparición de un periodista al que se le quitó del camino porque, como
todo parece indicar, la autoridad se sentía incómoda con sus publicaciones. Si
eso ocurre y se acumulan los casos y no se resuelve nada, todo esto es un gran
inhibidor de la libertad de expresión. Si matan periodistas y no se resuelve,
esa conducta se repetirá y afecta el ánimo, la conducta y el desempeño de un
montón de periodistas que tratan de decir lo que se pueda, pero si al de al
lado lo desaparecieron y no pasó nada, la impunidad es una invitación a seguir
cometiendo estas prácticas que inhiben el periodismo de investigación. En
México muchas cosas conspiran contra una floreciente libertad de expresión. Eso
no resta méritos a colegas que hacen grandes trabajos e investigan. Hay
censura. Hay autocensura. Hay limitación y un diseño inapropiado para favorecer
esta libertad que permita que los ciudadanos puedan ejercer su derecho a estar
informados, a debatir, a opinar, a exigir a los poderes rendición de cuentas.
Todo eso junto es el gran desafío. Tenemos más cosas de las cuales dolernos,
que para celebrar.
—¿Qué
piensas del gobierno, la situación del país y el papel de los medios?
—Aquí
hay un elemento muy importante que se llama dinero. Dinero público destinado a
medios de comunicación. Hace unos días Reforma publicó cómo se ha
incrementado el presupuesto para medios de comunicación. Tenemos una promesa
incumplida de Peña Nieto y en particular de su secretario de Hacienda cuando
era coordinador de campaña. Prometieron que iban a reglamentar el uso del
dinero público en medios de comunicación. Lo pusieron en un decálogo. Es
evidente que la zanahoria y el garrote es un elemento distorsionador del
trabajo de la prensa. Porque si la existencia y la sobrevivencia y la bonanza
depende de un dinero que se da discrecionalmente, es un problema enorme. Lejos
de cumplir lo prometido han agregado más millones a la mesa. Eso afecta la
manera en la que unos medios de comunicación puedan ver a un gobierno y
enfatizar o no alguna información y ser susceptibles de recibir alguna
sugerencia desde el poder político que distribuye recursos millonarios y que
puede estar deseoso de que un medio haga o no una publicación diga o no un
asunto, elimine o no una noticia, la mande o no a interiores, quite o no una
fotografía, desista o no de una investigación. Ha corrido dinero en serio.
Mares de dinero.
—También
se te liga a Carlos Slim. ¿Cuál es tu relación con él?
—Te voy
a confesar: soy su asesora financiera (risas). No, no, no. Ninguna. Con Slim no
tengo ningún vínculo personal ni profesional. Hay una cosa extraña porque no
veo cómo se conecta una cosa y la otra. Me causa un poco de gracia ¿En qué
punto se plantea la idea de que yo pueda ser muy cercana a Slim, casi su
asesora financiera? Es un poco de carcajada.
—¿Te
fijas ciertas reglas de conducta con los personajes públicos?
—Cuando
llegué aquí propuse un código de ética donde ponemos por escrito ejes de actuación
profesional. No cruzar la frontera entre el periodismo e intereses
empresariales o políticos. No veo en qué punto surgió en algún lado esta idea
de que soy muy cercana a Slim. Tal vez porque MVS y Telmex hicieron un convenio
para cobrar Dish en los recibos, pero no es una persona con la que me encuentre
cada tercer día a comer ni con la que haya hecho un viaje.
—Quizá
porque eres el símbolo más antitelevisa que existe.
—Quizás.
En el
otoño de 2014 Daniel Lizárraga trazó en el pizarrón una línea de tiempo y de
sucesos para entender todo lo que cruzaba La Casa Blanca: Peña y la fecha en la
que dio el anillo a la Gaviota, y las inmobiliarias del empresario Armando
Hinojosa, una medusa entreverada e incomprensible de compañías hermanas e
intereses. Con frecuencia veían a Aristegui para presentarle informes y ella
siempre planteaba dudas e inquietudes. Le preocupaba que no hubiera evidencias
de que las casas de Sierra Gorda y Palmas estuvieran conectadas. Para
comprobarlo, Cabrera se sumergió por días en el directorio telefónico de Telmex
hasta que encontró los números de Sierra Gorda. Iving Huerta llamó y una mujer
respondió: “Está llamando a Grupo Higa”. Una tarde Lizárraga salió a comer con
Cabrera y Huerta. Sebastián Barragán se quedó en la oficina. Era el jueves 6 de
noviembre y en ese momento Los Pinos informaba de la cancelación del tren
México-Querétaro. En las noticias se citaban nombres de compañías, entre ellas
la empresa Teya. “¿Dónde vi ese nombre?, se preguntó Barragán. Alzó la vista y
al mirar el pizarrón vio que ahí estaba. Llamó a su jefe y sus compañeros y les
dijo que tenían que regresar a la oficina.
—Trabajaste
en Televisa. ¿Por qué lo decidiste? ¿Es posible trabajar en un espacio con el
que no estás de acuerdo? Cuéntanos detalles de tu salida.
—Trabajé
con Javier Solórzano en Círculo Rojo. Fue el momento de la alternancia,
cuando llegó Fox y empiezan a suceder cosas inéditas y Televisa se acerca a
medios distintos en el quiebre político de la alternancia. La televisora más
importante del país dijo: “aquí van a cambiar las cosas”. Invitaron
a Milenio, que después derivó en una relación mucho más estrecha,
a Proceso y a nosotros. Era un convenio donde nosotros poníamos el
contenido y la televisión la estructura. Y funcionó muy bien. Un momento
histórico de colaboración de cosas extraordinarias, como la entrevista de
Scherer a Marcos, en Canal 2. Duró lo que duró esa
posibilidad. Proceso ya no hizo más ejercicios pero ese único te
permite darte cuenta de lo que podía haber pasado si aquello hubiera tenido un
camino mayor. Mi participación ocurrió de esa manera. Fue muy interesante
porque pudimos presentar los programas sobre el padre Maciel en Canal 2 y eso
fue motivo de disputa y ruptura con Grupo Imagen. El socio capitalista Alfonso
Romo se volvió loco, enardeció y maquinó las cosas para echarnos de Imagen.
Terminó en ruptura porque no estábamos dispuestos a aceptar que Romo impusiera
una línea editorial dirigida por Pedro Ferriz. No estuvimos de acuerdo en que
nuestra posición editorial cruzara por la dirección de Ferriz ni de nadie,
porque nuestro convenio indicaba que éramos directores de nuestro espacio.
Creímos y sigo creyendo que fue una buena idea estar ahí porque
expusimos todo
lo que pudimos hacer con libertad de acción total.
—Hace un
tiempo denunciaste una campaña en redes en tu contra que envolvía
cuestionamientos sobre tu inclinación sexual. Hiciste una explicación sobre tu
vida personal, algo que no había sucedido antes. ¿Te incomodó? ¿Te molestó que
se sugiriera que eras gay?
–Sí, me
molestó porque me molesta que se use el tema de la homosexualidad para dañar.
Yo soy promotora de la libertad de las personas a su condición sexual y me
molesta que México no haya logrado madurar el asunto y ser un país tolerante a
la sexualidad de las personas. El hecho de que eso no se haya superado y se
utilice para denostar y tratar de dañar moralmente. Tal vez no fui eficaz en
transmitir esta idea que me impulsó a hablar del tema. Quizás algunos
consideraron indebido de mi parte decir: soy heterosexual, no soy lesbiana,
como si serlo fuera o me pareciera una condición denigrante. No quise decir
eso. A lo mejor no tenía que decir que era heterosexual y tal vez eso se me
puede criticar y acepto la crítica. Qué mal que les funciona utilizar algo que
no es cierto, pero que si fuera no importaría. En algunos casos puede ser un
señalamiento espontáneo, pero yo veo una construcción de campañas para levantar
estigmas, denostar, demeritar el trabajo de activistas sociales, de
periodistas. No lo digo de memoria. Hemos hecho un estudio reciente de cómo se
pueden echar a andar estos ejércitos de bots. Te vas de espaldas si ves
las gráficas y lo que se puede generar en las redes para dañar a alguien. Eso
que ha sucedido conmigo ha sucedido con varios personajes. Hay algo siniestro:
desde el anonimato con dinero se montan campañas terribles y eso trastoca,
distorsiona, envilece algo fantástico como las redes sociales. Es algo que la
civilización tendrá que resolver a favor de la libertad de expresión, pero evitando
que esos mecanismos perversos y tramposos produzcan daño a las personas. Esto
que dije ya venía impulsado por una cantidad impresionante de mensajes. Veía la
gráfica y pensaba: ¿qué es esto? Algo deliberado y sin duda construido.
Aristegui
es uno de los personajes más públicos y más desconocidos del país. Donde va se
forman multitudes para pedirle una fotografía, un autógrafo, unas palabras. Si
asiste a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, termina de trabajar y
se recluye en su habitación. Cuando no está en la cabina de MVS, se encierra en
su casa con su familia, de la que nunca habla. La periodista que en la
universidad veía tres películas en un día, nunca va al cine —hasta mediados de
enero no había vistoBirdman y el resto de películas nominadas a los
premios Óscar—. Dice que se ha habituado a vivir en los extremos, a estar
concentrada desde que se pone el sol para entrar a la cabina de radio y a
seguir muy atenta al anochecer, en su programa de entrevistas de CNN y a tener
todos los sentidos en lo que ve y escucha para escribir, cosa que hace cada
semana en una columna del diario Reforma. Dice que le gustaría
cocinar. Es fanática del pozole y la cochinita pibil. “Algún día espero tener
más espacio para más libros, más música, más películas”.
—¿Vas a
votar?
—Sí, voy
a votar.
—¿Crees
que es un error no votar?
—Entiendo
los planteamientos de Sicilia, Solalinde y Pietro Ameglio que plantean una
señal categórica a esta clase política impresentable. O votar con la nariz
tapada para no percibir los hedores. Es un dilema porque votar es refrendar un
grado mínimo de confianza en algo que ha trabajado durísimo para perderla. Voy
a votar, pero no con entusiasmo. Entiendo que la otra postura tiene razón y
espero que lo que desde ahí se construya signifique un castigo que obligue a la
clase política a replantear muchas cosas. Esa posición tiene un gran valor
porque eleva el nivel de exigencia de la ciudadanía. Quisiera pensar que a
partir de esto algún día se pueda incorporar en México el voto en blanco, es
decir que si los votos anulados supera un porcentaje, la elección se anule y no
puedan competir los mismos candidatos. Sería una revolución política. Esperamos
que haya imaginación política para que sucedan cosas que ya deben suceder.
—¿Tiene
salida el país?
—Sí
tiene salida y más vale que nos creamos los mexicanos que hay una salida. No
creer es una derrota moral que no nos podemos permitir. Si una sociedad se
plantea que no hay salida, se paraliza. Uno puede ser pesimista, crítico y
agudo al observar lo que está mal, pero al final de la historia incluso los más
severos críticos y los más radicales observadores de la realidad, si no tienen
la posibilidad de creer, todo pierde razón de ser. Y no es que te plantees
cambiarlo todo por ti mismo. Es el cachito que te toque, lo que has dedicado a
hacer. Hay zonas luminosas y zonas terroríficas. Así de compleja es la realidad
y de terca es la humanidad. Estamos en un momento donde todo parece conspirar a
que las cosas entren en una ruta diferente, porque los partidos políticos no
están a la altura, porque los candidatos no acaban de entusiasmar y cuando ves
en el horizonte dices: ¿por dónde y con qué remos vamos a remar?\
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**Créditos
adicionales
Coordinación
de moda: Louise Mereles y Teresa Cristo
Locación:
Galería Kurimanzutto
Hairtist:
Jorge Espinosa para Lóreal Professionel
Maquillaje:
Fernando Loera para YSL
Agradecimiento
a Década Muebles Vintage
Retoque de fotos: Gatopardo