Es que, lo mismo que los políticos más influyentes del mundo occidental, el papa Francisco no quiere correr el riesgo de enojar a los hipersensibles dirigentes musulmanes, de ahí su propensión a atribuir el sufrimiento de "nuestros hermanos perseguidos, decapitados y crucificados por su fe" a abstracciones como "la violencia" y "la intolerancia", no al integrismo islámico que cuenta con la aprobación, cuando no el apoyo activo, de decenas de millones de personas. Mal que les pese a quienes quieren convencerse de que el islam es, en el fondo, un credo pacifista, lo que está sucediendo hace pensar que estamos viendo la fase inicial de una guerra de religiones decididamente asimétrica, una en la que, por extraño que parezca, los líderes de los países occidentales se niegan a llamar al enemigo por su nombre. El año pasado, Jorge Bergoglio mismo dijo que ya se libraba una "tercera guerra mundial" y dio a entender que en circunstancias determinadas podrían justificarse intervenciones militares, pero no se animó a entrar en detalles; si bien se afirma indignado por "el silencio cómplice" de la comunidad internacional frente a los horrores que están perpetrándose contra cristianos en el Oriente Medio y África, él también se resiste a hablar con claridad.

La negativa a reconocer que el islam militante no es un fenómeno marginal ocasionado por las deficiencias culturales de las sociedades occidentales y la política exterior de Estados Unidos, el Reino Unido y Francia, sino un movimiento que día tras día cobra más fuerza y que ya plantea una amenaza a todos los países del mundo, se basa en la esperanza de que, andando el tiempo, la mayoría de los musulmanes, impresionada por la buena voluntad de los norteamericanos y europeos, se vuelva en contra de los yihadistas para que dejen de cometer atrocidades. Como debió haberse previsto, la estrategia así supuesta ha resultado ser contraproducente. Lejos de perjudicar a los terroristas, la tolerancia a todas luces excesiva de los gobiernos, los medios periodísticos más prestigiosos y los líderes religiosos, entre ellos Jorge Bergoglio, frente al extremismo islamista sólo ha servido para fortalecerlos. Quienes llevan la voz cantante en las grandes comunidades musulmanas que se han establecido en Europa han aprendido a aprovechar el temor al terrorismo para conseguir subsidios cuantiosos y otras concesiones, razón por la que insisten en que, en última instancia, los jóvenes que viajan a Siria e Irak para sumarse al Estado Islámico son víctimas de prejuicios "racistas". Aunque en algunos lugares de Europa la hostilidad creciente de la población no musulmana está forzándolos a cambiar de actitud, sigue siendo muy fuerte la tendencia a solidarizarse tácitamente con los violentos.

La ofensiva contra los cristianos, yazidíes, sijes, hindúes y miembros de otras minorías, no sólo en países casi exclusivamente musulmanes sino también en ciertas localidades europeas, se hará cada vez más brutal hasta que los protagonistas choquen contra una fuerza claramente superior. De seguir el papa y los dirigentes políticos occidentales actuando como si a su entender no hubiera más alternativa que la de intentar apaciguar a los militantes, hablándoles de los beneficios de la paz y ofreciéndoles concesiones –como leyes que hagan de cualquier manifestación de "islamofobia" un crimen muy grave–, las agrupaciones más salvajes, como EI, Al Qaeda, Boko Haram y Al Shabab, que hace algunos días asesinó a casi 150 estudiantes keniatas luego de separar a los cristianos condenados a muerte de los musulmanes que serían liberados, no tendrán por qué abandonar la campaña de genocidio que han emprendido. Para derrotarlas definitivamente sería necesario que todos los musulmanes, en especial los habitualmente calificados de "moderados", comprendieran que, a menos que se movilicen pronto en contra de los guerreros santos, en Europa por lo menos podrían surgir gobiernos que, como los aliados en la Segunda Guerra Mundial, no distinguirían entre los dispuestos a respetar las normas propias de sociedades democráticas pluralistas y los resueltos a reemplazarlas por otras muy diferentes.