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01/08/2006 | NARCOTRAFICO- Colombia. Vuelven los 80

Revista Semana Staff

La falta de justicia y verdad en la década de los 80 ha hecho que se revivan oscuros episodios como el asesinato de Galán y el holocausto del Palacio de Justicia, o que salte a la palestra Virginia Vallejo. Lección para el proceso con los paramilitares.

 

Hace muchos años el país no se había conmocionado tanto con un testimonio periodístico como el de Virginia Vallejo. Quizá desde la indagatoria de Santiago Medina, el tesorero de la campaña de Ernesto Samper, cuyo testimonio fue publicado textualmente por El Tiempo en 1995. O la entrevista en televisión del ex ministro de Defensa Fernando Botero, cuando le dijo al país que Samper "sí sabía" de los dineros del narcotráfico en su campaña. Estas dos declaraciones encendieron la mecha del proceso 8.000 y terminaron por destapar los tentáculos del cartel de Cali en la política durante los años 90.

El show de Virginia, más allá de su admirable teatralidad o la gravedad de sus denuncias, centró la atención de la opinión pública en un período en que el concubinato entre el narcotráfico y la política no se ha esclarecido. Una década que incubó muchos males y que tuvo como coletazo el terrorismo y la desintitucionalización, pero que nunca fueron examinados a fondo. Una década donde no hubo ni justicia ni verdad. No hubo procesos serios para establecer la verdad sobre la manera como Pablo Escobar intentó poner de rodillas al establecimiento político, empresarial y periodístico. Tampoco hubo justicia: con la muerte del capo y el fin del narcoterrorismo el país volvió la mirada y dejó atrás, sin resolverlos, los grandes misterios sobre los macabros propósitos del cartel de Medellín, y sobre los aliados y cómplices que lo acompañaron. La década de los 80 está llena de interrogantes por resolver.

Muy distinto a la del 90, cuando el proceso 8.000 se convirtió en un ejercicio de justicia y verdad sobre la relación entre el cartel de Cali y la política. La manera como los hermanos Rodríguez Orejuela financiaron la campaña de Ernesto Samper y de decenas de candidatos al Congreso se conoce hasta en sus detalles más caricaturescos. La verdad fue conocida por todos los colombianos en las escandalosas denuncias que hacían, a manera de entregas, todos los medios de comunicación. Las revelaciones eran muy jugosas: cheques, grabaciones, videos, indagatorias, testimonios. En fin, se podría decir que fue el proceso 8.000 fue el primer reality de la política colombiana.

También hubo justicia. Botero y Medina, los artífices de la maquiavélica operación, terminaron en la cárcel. Cerca de 20 congresistas perdieron sus curules y pagaron tiempo tras las rejas. Tres ex contralores -David Turbay, Manuel Francisco Becerra y Rodolfo González- también fueron condenados. El propio Presidente de la República fue llevado a juicio y exonerado por el Congreso, su juez natural. Este proceso levantó una gran polémica y se produjo en un entorno de opinión pública que sólo se satisfacía con un fallo condenatorio. Pese a que hubo una justicia a medias, y que hubo muchos errores, las manos de las instituciones establecidas para administrar justicia determinaron la suerte de los acusados. La sociedad asimiló ese proceso hasta el punto de que sus secuelas se sienten hoy día: el intento de nombramiento de Ernesto Samper como embajador en Francia se tuvo que abortar.

No se puede decir lo mismo de los 80 y el cartel de Medellín. El sorprendente video de Virginia Vallejo y sus señalamientos a diestra y siniestra dan una medida de la gravedad de los hechos cuyos detalles, culpabilidad y complicidades, aún se desconocen. Es claro que la ex diva no tiene la verdad revelada. Ni siquiera la prueba reina. Pero deja muy claro que Escobar tenía como propósito arrodillar al establecimiento. Su declaración en el sentido de que aspiraba a ser Presidente de la República después de Santofimio puede ser exagerada, pero muestra que a punta de plomo y plata quería garantizar su impunidad, enterrar la extradición y someter al Estado.

Además de la inesperada reaparición en las pantallas de Virginia, en los últimos meses han coincidido otros hechos que reviven los fantasmas de los 80. Por ejemplo, el debate que inició el presidente Uribe hace un año sobre la supuesta participación del M-19 y el narcotráfico en el Palacio de Justicia con supuestos propósitos de quemar los expedientes de las extradiciones. Los 20 años del holocausto del Palacio de Justicia también despertaron una gran polémica sobre lo que realmente ocurrió el nefasto noviembre 6 de 1985. O, más recientemente, el juicio a Santofimio ha sacado a la luz testimonios y protagonistas relacionados con la vida del cuestionado político y sobre la manera como el crimen organizado planeó y llevó a cabo el atroz magnicidio de Galán. La polémica intervención de Uribe, el cinematográfico juicio de Santofimio, los 20 años del Palacio de Justicia y, lo que faltaba, la femme, pusieron a los 80 en la vitrina del presente.

La década incógnita

La década de los 80 fue una década en la que, para la historia, quedaron más chismes y rumores que fallos y verdades históricas. Las preguntas sin respuesta sobre la infiltración mafiosa en la política de estos años comienzan con la elección presidencial de 1982 entre Belisario Betancur y Alfonso López. Hasta ahora se había hablado de un encuentro entre Escobar, acompañado de sus principales aliados, y la cúpula de la campaña de López, encabezada por Ernesto Samper, en el Hotel Intercontinental de Medellín. Allí se coronó un aporte en forma de compra de unas boletas para una rifa organizada por la campaña en Antioquia. También hubo mucho ruido en el sentido de que la campaña victoriosa, la de Betancur, había recibido 'dineros calientes'. Vallejo afirma que dentro del clan de mafiosos del cartel de Medellín había conservadores como Rodríguez Gacha, que querían ayudar a su candidato. ¿Hasta donde llegó esta financiación? ¿Fue determinante en la victoria de Belisario? ¿Hubo tal financiación?

En el cuatrienio siguiente, de Virgilio Barco, también hubo episodios cuyos alcances nunca se conocieron plenamente. Barco fue un Presidente de mano dura contra la mafia, por convicción, por temperamento y porque el ambiente político después del asesinato del ministro Lara Bonilla obligaba a hacerle la guerra a Escobar. Los actos más sangrientos se produjeron en su presidencia: los asesinatos de Luis Carlos Galán y Guillermo Cano, y las bombas contra El Espectador, Vanguardia Liberal, el avión de Avianca y el DAS.

En medio de la confrontación contra el cartel de Medellín, entre 1986 y 1990 también hubo episodios que no han sido conocidos. Barco sorprendió a la opinión pública cuando no incluyó en su primer gabinete a Eduardo Mestre, el más firme candidato para el Ministerio de Gobierno, quien terminó procesado por vínculos con el cartel de Cali. ¿Qué información tenía el Presidente? En cambio, el ex contralor Manuel Francisco Becerra, condenado en el proceso 8.000, fue ministro de Educación, y el ex procurador Orlando Vásquez Velásquez, quien también fue condenado, ocupó el Ministerio de Gobierno. ¿Qué papel jugaron en los consejos de ministros en los que se discutían las fórmulas para mantener la extradición? Poco se conoce sobre el secuestro de la hermana del hombre fuerte del gobierno, el secretario general Germán Montoya, a la postre vilmente asesinada. ¿Hubo contactos para liberarla? ¿A qué nivel? ¿Se aceptaron compromisos? ¿Por qué la mataron?

Otro capítulo, escandaloso y no aclarado, fue el de la Constituyente. Una amplia mayoría aprobó la prohibición de la extradición pocas horas antes del sometimiento de Escobar a la justicia. La polémica votación estuvo precedida por un video en el que aparecían abogados del cartel de Cali entregando dinero a los constituyentes. Ahora Virginia Vallejo asegura haber escuchado de Escobar que tenía arrodillada a un 60 por ciento de la asamblea. ¿Actuó la Constituyente bajo presión? ¿Fue sobornada? ¿Se limitó la intimidación a este tema? ¿Había un arreglo con Escobar para prohibir la extradición a cambio de su entrega?

Otro conjunto de interrogantes surge de los contactos que se hicieron en varias oportunidades entre el cartel de Medellín y el establecimiento político, con el fin de explorar caminos para acabar la guerra. El más conocido fue en 1984, en Panamá, después del asesinato de Lara Bonilla. Asistieron, por solicitud del presidente Betancur, Alfonso López Michelsen y el procurador, Carlos Jiménez Gómez, para escuchar una propuesta de Escobar: su entrega y la de sus bienes, a cambio de la no extradición.

Pero hubo otros contactos que tuvieron lugar para facilitar la liberación de Andrés Pastrana, en 1988, cuando era candidato a la Alcaldía de Bogotá, y posteriormente, en 1991, de un grupo de notables secuestrados por el cartel de Medellín, encabezado por Francisco Santos y Maruja Pachón de Villamizar, cuñada de Luis Carlos Galán. ¿Hasta dónde los decretos de sometimiento a la justicia que expidió Gaviria vinieron de esa presión? ¿Qué negociaciones se produjeron? ¿Había expectativas de un diálogo amplio, sobre asuntos diferentes a la extradición? ¿Se pactó allí la prohibición de enviar nacionales a cárceles extranjeras?

Las otras inquietudes provienen de los orígenes del paramilitarismo, engendro creado por el dinero del narcotráfico en esos años de oscuridad. Se sabe que Gonzalo Rodríguez Gacha, lugarteniente de Escobar, construyó una sofisticada maquinaria de terror. Los primeros paras aparecieron en el Magdalena Medio en asociación con ganaderos que buscaban protección frente al acoso de la guerrilla. Recibieron sofisticado entrenamiento de mercenarios extranjeros. De ese núcleo, surgieron los asesinos de Galán. Pero muchas ramificaciones criminales se quedaron entre el tintero. ¿Hasta donde llegó, como afirma Virginia Vallejo, el grado de soborno de 'Gacha' con los altos mandos militares? ¿Es este el origen del genocidio contra la Unión Patriótica, ocurrido en la segunda mitad de los 80? ¿Y de los asesinatos de los líderes de la izquierda Jaime Pardo Leal y Bernardo Jaramillo?

Son demasiados episodios cuyas páginas aún no se han cerrado. Y no es que no haya habido intentos de conocer la verdad, tribunales, como el que creó Betancur sobre el Palacio de Justicia; decenas de libros y escritos, desde los del Nobel Gabriel García Márquez, Noticia de un secuestro, hasta los de los bandidos como 'Popeye' y Carlos Castaño. Pero son intentos aislados. No hay una verdad judicial ni han sido llamados ante los tribunales personajes que circularon en la política, en los medios o en el mundo empresarial bajo la égida de Escobar.

¿Cuál es la causa del prolongado silencio? De una parte, como es obvio, que hay muchos intereses creados. La oscuridad les conviene a los cómplices, e incluso a figuras públicas que, sin cometer delitos ni compartir objetivos, convivieron y se beneficiaron con la mafia. La propia Virginia Vallejo prefirió mantenerse callada durante más de una década, entre otras cosas, por miedo. A ese mismo argumento acude 'Popeye' para justificar su cambio de versión sobre la participación de Santofimio en el magnicidio de Galán.

Hay otras razones. El cartel de Medellín era muy distinto al de Cali. Actuó con métodos más artesanales, sin cheques ni sofisticados contadores estilo Pallomari que dejaron rastro y acumularon pruebas en computadores portátiles. Su apelación al terrorismo cruel y desmedido, a partir de abril de 1984, alejó a muchos de sus amigos. La Vallejo no fue la única. Una cosa era hacerle la vista gorda a dineros mal habidos y otra, muy distinta, ser cómplice del baño de sangre que vivía el país.

Falta ver si Virginia Vallejo abrió una caja de Pandora y vendrá ahora un destape de lo que hasta ahora permaneció oculto y se comenta hace años sotto voce. Lo cierto es que la conmoción nacional de los últimos días y sus posibles secuelas hacia el futuro demuestran que la falta de verdad y de justicia no es una base confiable para una paz duradera. Al menor golpe de viento, como ha ocurrido con varios episodios de los 80, las brasas se encienden bajo las cenizas.

Esta lección tiene especial relevancia en momentos en que, otra vez, el país se debate ante un dilema entre paz y justicia, en el proceso de desmovilización de los paras. El espejismo de la paz podría dejar cabos sueltos que volverán a salir en unos años. Con un agravante: cada vez más la comunidad internacional impone mayores exigencias para el ejercicio de la justicia y el esclarecimiento de la verdad. Todo lo que ocurrió con el cartel de Medellín en los 80 no puede repetirse con un cartel de los paras en la década del 2000.Los márgenes de maniobra para la impunidad se están estrechando a causa de la globalización de la justicia, la Corte Penal Internacional y los 'Baltasares Garzón'. Lo cual obliga a tomar los toros por los cuernos, por más bravos que sean, como lo hizo Chile con el caso Pinochet.

Y si no, ¿quiénes serán las 'Virginias Vallejos' de los paras? ¿Acaso la 'Gata'?

II - Monólogos de la vagina-La confesión de Virginia Vallejo conmociona al país

 

Virginia Vallejo siempre fue la niña fea y la primera de su clase en el Colegio Anglo Colombiano. Además de inteligente era una lectora insaciable y lo que más sorprendía era su memoria fotográfica. Con los años se convirtió en una mujer extraordinariamente bella, con un afán de protagonismo permanente que la llevó a triunfar en el mundo de la televisión y la farándula.

Todas estas características salieron a flote en el video bomba que ella grabó y que RCN divulgó la semana pasada. Sin libreto, hilvanando de manera coherente conceptos y frases, habló sin interrupción durante una hora frente a una cámara de televisión en un encuentro organizado por una amiga documentalista, el periodista Gonzalo Guillén y la familia Galán.

El grueso de su intervención tenía por objeto demostrar que Alberto Santofimio sí había sido el factor determinante en el asesinato de Luis Carlos Galán. Según ella, entre 12 y 17 veces le oyó decir que Galán era el único obstáculo que les quedaba a él y a Pablo Escobar para llegar al poder en Colombia. "Si lo eligen, te extradita al otro día. Si lo eliminas, el país se arrodillará ante ti", es el tipo de frase que ella puso en boca del ex ministro tolimense.

Además de las denuncias contra éste, hubo una revelación insinuada sobre la toma del Palacio de Justicia. Dijo que había sido ideada por el M-19, pero que Escobar la había "capitalizado", palabra que ha dado pie a muchas interpretaciones, y que, sin duda alguna, será explicada en alguna instancia judicial.

De resto, la intervención fue un enjuiciamiento dramático y emocional contra la clase dirigente colombiana por su permisividad frente al narcotráfico. Fue un testimonio bastante teatral, pero no parecía actuado. Virginia dio la impresión de que creía y sentía cada palabra que decía. En algunos momentos se le aguaron los ojos, como cuando puntualizó que Galán tuvo la suerte de haber muerto antes de ver la destrucción moral del país. También dejó entrever un resentimiento contra la sociedad, los medios de comunicación y los pesos pesados de la política.

La catarsis de Virginia Vallejo conmocionó al país. En Estados Unidos no tuvo el mismo efecto. Aparentemente, después de escucharla durante dos días, las autoridades norteamericanas la descartaron como testigo clave para cualquier juicio pendiente. Los gringos no están interesados en la historia de la corrupción política de los años 80, sino en información concreta que les permita condenar narcotraficantes presos o capturar los que están libres.

En Colombia, la dramática confesión tuvo una gran credibilidad. Todas las encuestas sobre el particular demostraron que alrededor del 80 por ciento de los que habían visto el video creían en su contenido. Lo que ella dijo, por lo general, corresponde con percepciones que tiene de tiempo atrás la opinión pública.

El mayor damnificado del testimonio de Virginia Vallejo fue, como era de esperarse, Alberto Santofimio. Para la opinión pública quedó claro que era mucho más cercano a Escobar de lo que reconocía, así como que su obsesión por atajar a Galán era más fuerte de lo que se pensaba. Sin embargo, una cosa es la verdad periodística, y otra, la verdad judicial. Y, paradójicamente, el testimonio de la Vallejo tiene elementos que podrían favorecer a Santofimio. Ella afirma que la última vez que vio a Pablo Escobar fue a mediados de 1987 y que en ese momento había "una relación muy entrañable" entre Santofimio y el cartel de Cali. Ese cambio de bando dos años antes del asesinato de Galán va a ser utilizado por el abogado del ex ministro a favor de su cliente.

Igualmente, afirma que en esa misma ocasión le rogó a Escobar que no matara a Galán y que entrara en contacto con él para buscar alguna forma de negociar la paz. Al fin y al cabo, era seguro que Galán alcanzaría la Presidencia. Según el video, el capo le contestó: "Antes, muerto. Esto no tiene vuelta de hoja. Esto es una guerra y en las guerras hay muertos. Puede que lo lleguen a elegir Presidente, pero no se posesiona" .Esta frase, si la dijo, cuando Santofimio ya no estaría aliado con Escobar, dejaría la responsabilidad del asesinato sobre el capo. Además, agrega que en una conversación que sostuvo ella con Gilberto Rodríguez y Santofimio en ese mismo año, los dos "atacaron a Pablo" afirmando que estaba loco y que estaba matando a todo el mundo. De ser verdad todo lo que dice Virginia Vallejo, Santofimio instigó sin duda el crimen cinco años antes de que ocurriera, pero desde el 87 hasta el 89, cuando tuvo lugar, él y Escobar andaban por caminos diferentes, y este último tenía vuelo propio.

Otros aspectos de la confesión llaman la atención. Algunos datos son inexactos, como el cuento de que había un video de Evaristo Porras entregándole el millón de pesos a Rodrigo Lara. Ella afirma que como las imágenes eran borrosas, pues habían sido filmadas de noche, decidió no divulgarlo, por lo cual lo hizo Édgar Artunduaga. En realidad, nunca hubo un video sino un casete de sonido, que fue el que se dio a conocer. El episodio es importante, pues el escándalo que se le creó a Lara por el cheque de Porras lo llevó a una cruzada suicida contra Escobar, que acabó costándole la vida.

Y cuando se lee cuidadosamente el texto de su confesión, se pescan algunas afirmaciones que parecen contradictorias. Por ejemplo, afirma que conoció a Escobar en 1982 y que durante los primeros años de su romance, cuando recorrían juntos el país en giras políticas, estaba convencida de que él era un "benefactor" y un "filántropo". Sin embargo, ese es exactamente el mismo período en que participó entra las 12 y 17 conversaciones en las cuales, según ella, se discutía la conveniencia de eliminar a Galán. Este tipo de diálogos no parece encajar con el concepto universal de filántropo y benefactor.

Las anteriores inconsistencias son de detalle. Pero hay algunos desfases cronológicos más graves. Asegura que la última vez que se reunió con Pablo Escobar en 1987, le dijo que si mataba a Galán de nada le serviría ese crimen, pues "la casa López, con el cartel de Cali y Santofimio" ya estarían, según ella, montando la elección de Ernesto Samper a la Presidencia. Esta afirmación, además de servirle a la defensa de Santofimio, por reiterar que desde ese año estaba con los enemigos de Escobar, desafía la lógica. En el 87 faltaban siete años para que Ernesto Samper llegara a la Presidencia de la República. Faltaban casi tres años del gobierno de Barco y cuatro del de Gaviria. Alberto Santofimio era un político desprestigiado que había estado en la cárcel y nadie lo consideraba un factor determinante para impulsar la elección de un tercero. La financiación de la campaña de Ernesto Samper por parte del cartel de Cali no fue el producto de un plan maestro diseñado una década atrás, sino el resultado de unas circunstancias electorales de 1994. Nadie siete años antes podía predecir lo que eventualmente sucedió.

Y tal vez lo más extraño del monólogo de una hora fue la andanada contra el periódico El Tiempo y Ernesto Samper. Para la diva había una conspiración del establecimiento para que se acelerara el cierre del proceso Santofimio de manera que no se pusiera en peligro la embajada de Ernesto Samper en París. Esto lo asociaba ella con el supuesto tratamiento benévolo que el periódico le estaba dando a Santofimio, ante lo cual ella mostró su mayor grado de indignación. El raciocinio detrás de esta teoría es que el establecimiento temía que si la dejaban hablar, sus denuncias contra Samper habrian tumbado la embajada. Llegó a sugerir incluso que Alberto Santofimio manipuló a los periodistas del diario tal como lo había hecho con Escobar.

Asociar el cubrimiento periodístico del juicio con la embajada de París era demasiado no sólo para los Santos, sino también para Daniel Samper, hermano del ex presidente agraviado y a quien se le atribuye el editorial del día siguiente al video. En éste, el periódico se vino lanza en ristre contra la diva y RCN con términos como "justicia farandulera", "aventura comercial", "contradicciones e incoherencia" y "ausencia de periodismo serio y responsable".

En medio del entusiasmo nacional por el explosivo desahogo de la diva, el editorial de El Tiempo cayó como un baldado de agua fría. Aunque todo lo que contenía era irrefutable en términos judiciales, como el hecho de que Virginia descalificara a diestra y siniestra "sin aportar soportes a su testimonio", el escrito iba en contravía de la opinión pública que estaba con ella. En todo caso, aunque sin proponérselo, al que definitivamente sí favorecía el editorial era a Alberto Santofimio, pues desvirtuaba totalmente el testimonio de Virginia como prueba. Lo que es indudable es que el 'virginazo' no ha terminado y ya ha producido diversas ramificaciones. Para comenzar, el mundo se le vino encima a Santofimio. De un momento a otro, a las de Virginia se sumaron múltiples declaraciones en su contra. El ex presidente Gaviria manifestó que Galán le había dicho a él que tenía información de un complot con la participación de Santofimio para matarlo. Además, Darío Arizmendi entrevistó a un médico llamado Augusto Leyva Samper, coordinador del Nuevo Liberalismo en Tolima, quien reveló que apenas se enteró de un "macabro plan" liderado por Santofimio para asesinar al caudillo, lo alertó para que pidiera protección al gobierno de Virgilio Barco. Algo parecido declaró un concejal del Nuevo Liberalismo de esa época de nombre Antonio Melo Salazar. Como si esto fuera poco, prácticamente todas las personalidades entrevistadas, incluido el ex fiscal Alfonso Valdivieso, hablaron de la conveniencia de que el testimonio hiciera parte del proceso. Y el procurador Edgardo Maya, que en un principio criticó el testimonio de Vallejo, recogió un poco las velas y soltó el globo de la posibilidad de declarar nulo el proceso.

El caso de Santofimio, por todo lo anterior, se encuentra en una situación que no tiene precedentes. Es muy posible que el ex ministro sea culpable, pero es irrefutable que el veredicto de la opinión ha sido el de condenarlo por fuera de los cauces judiciales. El ambiente en su contra está tan cargado, que podría haberse perdido la posibilidad de llevar a cabo un proceso imparcial. El juez que tiene que fallar es probablemente el más presionado en la historia contemporánea de Colombia.

Curiosamente, el debate acerca de si el testimonio tardío de Virginia Vallejo debe ser incluido o no en el proceso, es irrelevante en la práctica. En otros países como Estados Unidos, los jurados tienen que encerrarse en hoteles durante semanas sin acceso a televisión, prensa o teléfono. Este aislamiento obligatorio tiene por objeto evitar la contaminación de cualquier información por fuera del acervo probatorio. En otras palabras, si el juicio de Santofimio tuviera lugar en ese país, el jurado integrado por 12 personas no tendría forma de saber que hay un video de Virginia Vallejo y menos tener idea de la conmoción nacional que ha causado.

Aquí, por el contrario, el pobre juez no sólo lo vio, sino que todos los días y a toda hora está bombardeado por información condenatoria como reacción al mismo. Por lo tanto, aunque técnicamente no es parte del proceso, y el mismo juez haya asegurado que no incluiría el testimonio por extemporáneo, es sin duda alguna uno de los elementos que tendrá mayor peso en su decisión a la hora de fallar. Las frases de Virginia con cara de penitencia afirmando que "este hombre es un asesino", "lo único que le faltó fue apretar el gatillo" y "la absolución de Santofimio sería un segundo asesinato de Galán", están tan presentes en su mente como en las de los millones de colombianos que la vieron en televisión. Su problema es que sabe perfectamente que la opinión pública lo va a juzgar asumiendo que disponía de esos elementos de juicio, aunque estuvieran por fuera del proceso. Cuánto no daría el juez Jesús Antonio Lozano porque lo hubieran encerrado estas semanas en un hotel.

Revista Semana (Colombia)

 



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