20/04/2015 | Argentina - La etapa de los eufemismos
Alberto Medina Mendez
Si bien la política funciona de acuerdo a su propia matriz, cuando se acerca la campaña todo se exacerba y, entonces, la necesidad de utilizar ciertos términos con mayor cuidado se vuelve vital para sus propios intereses.
En el territorio de
lo electoral parece que la sinceridad no genera gigantescos dividendos y el
embuste es mucho más apreciado. Eso se deriva de las evidencias cotidianas y
explica porque los dirigentes prefieren utilizar frases ambiguas, vocablos que
no dicen casi nada y hasta inventan un nuevo vocabulario con tal de no llamar a
las cosas por su nombre.
Existe, en esto, una enorme responsabilidad de una ciudadanía pusilánime que
prefiere un lenguaje oscuro a la franqueza como virtud. Tal vez sea saludable
que la sociedad revise su demasiado habitual doble estándar.
En su retórica cotidiana, la que utiliza en su vida privada, en familia, con
amigos o en el trabajo, repite hasta el cansancio que su prioridad es la verdad
ante cualquier circunstancia, por dolorosa que ella sea.
Lo cierto es que frente a la mala noticia, se ofende con facilidad por la falta
de valentía de su interlocutor de turno, que no le anuncio oportunamente los
hechos, como corresponde, sin rodeos. Pero lo que más lo incomoda es que la
novedad le impone una acción que no quiere emprender. Aceptarla, implica
atravesar una situación difícil que detesta, y es allí cuando convierte la
verdad en una lista interminable de sentimientos negativos.
Cuando esas verdades fluyen de un modo claro e inequívoco, con energía, y hasta
con la crueldad con la que resulta imprescindible que sean explicitadas,
entonces opta, enfurecido, por no premiar las correctas actitudes, estimulando,
sin pudor, a los eternos mercaderes de la mentira.
Los políticos engañan, ya no por convicción, sino por conveniencia. Ellos
entienden que eso se traduce indudablemente en resultados. El dirigente que
explica lo que está pasando, que muestra lo que sucede y que plantea los
niveles de responsabilidad que tiene la sociedad frente a la realidad, no será
debidamente reconocido y será expulsado del juego electoral.
Las adversidades nunca son bienvenidas. Jamás se desea escuchar sobre la
responsabilidad de la gente sobre ellas. Eso obligaría a asumir cierta culpa
sobre lo que ocurre. Es la misma razón por la que muchos ciudadanos ni siquiera
pueden reconocer que en el pasado votaron al gobernante actual, o al anterior.
Eso implicaría hacerse cargo del presente. En realidad, la sociedad no está
dispuesta a aceptarlo de un modo tan contundente.
Pronto comenzará esa dinámica en la que los políticos hablarán de lo que viene
y de lo que piensan hacer. Otra vez recurrirán, con mucha sutileza, a las
evasivas, a la terminología difusa, apelando a la confusión y, a veces también,
a la ignorancia sobre el significado de cada palabra.
Es el momento del proselitismo, y por lo tanto, una renovada ocasión de mentir
descaradamente. Ellos saben que tendrán que tomar decisiones importantes, pero
no lo admitirán ahora. Esperarán que la gente exprese su voluntad y después
recién definirán lo que pueden realmente hacer.
No desconocen lo que resulta preciso hacer. Suponerlo sería demasiado ingenuo.
Lo saben, pero también tienen conciencia de que importa más no pagar elevados
costos políticos, ni perder poder de un modo efímero.
Su talento no tiene que ver con saber resolver problemas, mucho menos aun con
ser los adalides de la defensa de la gente. En todo caso, su mayor atributo pasa
por comprender como funciona el poder, como se lo obtiene y, fundamentalmente,
como se lo retiene en forma indefinida.
En estos últimos años ese trágico esquema de mentiras encubiertas, de planteos
borrosos, se ha perfeccionado en muchos ámbitos. No solo la política cayó en
esa trampa sino también una ciudadanía cómplice.
La sociedad llama robustos a los gordos, privados de la libertad a los presos y
se refiere al aborto como interrupción del embarazo. La política también hace
lo suyo creando su propio léxico. Así fue que el reacomodamiento de precios
reemplazó a la inflación, la inseguridad al exceso de criminales y la expansión
monetaria a la emisión descontrolada e irresponsable de billetes.
En este contexto de elecciones, todos los dirigentes saben que la coyuntura no
será fácil. Oficialistas y opositores entienden que heredarán una "bomba
de tiempo", pero como consideran que es políticamente incorrecto decirlo,
han decidido transitar el sinuoso y cínico camino de reconocer los aciertos del
gobierno y solo hablar de asignaturas pendientes o de la necesidad de seguir en
el camino de la profundización de los logros, según sea el caso.
El que triunfe en los comicios tendrá la dura tarea de conducir la transición.
Deberán adoptar determinaciones drásticas haciendo importantes ajustes a la
economía. Tendrán que reducir abruptamente el gasto estatal, bajar la emisión
monetaria hasta neutralizarla, adecuar las tarifas de los servicios públicos a
niveles de mercado, recomponer rápidamente las reservas monetarias, atraer
inversiones, recortar los impuestos, disminuir aranceles, desregular el
comercio exterior, integrarse al mundo, entre otras cosas.
Nada de eso será fácil, ni gratis. Claro que se deberán pagar los "platos
rotos", como siempre que se intenta superar un problema en el que se tiene
plena responsabilidad en su gestación. El "médico" tiene claro lo que
debe hacer, pero también sabe que tendrá que mentirle a su
"paciente". Es que las reglas políticas que ha impuesto esta sociedad
cobarde, alientan a la mentira, invitan a la trampa, aplauden la creación de
una jerga que suavice las verdades y hasta logre ocultarlas. Es importante
saber que se inicia un recorrido sin retorno hacia esa patética etapa de los
eufemismos.
Alberto Medina Méndez (Argentina)
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