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21/05/2015 | El reto narco

Río Negro Staff

La voluntad de una larga serie de gobiernos norteamericanos de librar una guerra sin cuartel contra el narcotráfico se basa en la convicción de que los perjuicios médicos provocados por drogas prohibidas son más graves que los sociales, o sea que en última instancia es mejor que un país se convierta en una zona de guerra de lo que sería legalizar el negocio, de tal modo privando a los delincuentes de lo que para ellos es una fuente de ingresos fabulosos pero también poniendo en peligro la salud y el bienestar de millones de personas.

 

Se trata, pues, de cuál de dos alternativas malas es la peor. Para el gobierno de Estados Unidos y los vinculados con organismos, como la DEA, que se han creado para luchar contra los narcotraficantes, no cabe duda de que son tan terribles los estragos causados por la droga en su propio país que sería un error imperdonable adoptar una política más tolerante. Por lo tanto, a pesar de lo que está sucediendo en América Latina, Washington sigue presionando a los gobiernos de la región para que no se desvíen de su estrategia de guerra total. Sin embargo, para los dirigentes de países como México, en el que, según se informa, más de 60.000 personas han muerto en la guerra contra los narcotraficantes que se declaró hace diez años y el triunfo final que inicialmente fue previsto parece cada vez menos probable, el asunto no parece tan sencillo como quisieran hacer creer los comprometidos con una política de mano dura como la reivindicada por Estados Unidos. Desde el punto de vista de muchos, la militarización de la campaña en contra de los cárteles mexicanos ha sido contraproducente: no sólo han fracasado los intentos de eliminarlos, sino que también han brutalizado tanto la sociedad que en distintas partes de México ya son rutinarias atrocidades equiparables con las perpetradas en Irak y Siria por los yihadistas del autoproclamado Estado Islámico.

Según el papa Francisco, la Argentina corre peligro de "mexicanizarse". Aunque el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner se aferra a la idea de que nuestro país sigue siendo a lo sumo uno "de tránsito", en opinión de muchos es desde hace tiempo un país no sólo de consumo de una variedad de estupefacientes sino también de producción, al proliferar los laboratorios que se dedican al rubro. Por lo demás, nadie ignora que la situación en Rosario ya se asemeja a la imperante en otras ciudades latinoamericanas, como Río de Janeiro, en que los narcotraficantes han resultado capaces de hacer frente tanto a la policía como a las fuerzas armadas. Para ahorrarnos el destino previsto por el papa Jorge Bergoglio que, desde luego, no carece de fuentes de información, sería necesario que el gobierno tomara muy en serio el desafío planteado por la rama más mortífera del crimen organizado. La renuncia reciente del cura Juan Carlos Molina como titular de la Secretaría de Prevención de la Adicción y Lucha contra el Narcotráfico (Sedronar) le ha brindado una oportunidad para modificar su estrategia, ya que Molina estaba más interesado en defender a los adictos que en atacar a quienes lucran de su condición, pero es poco probable que la aproveche. Por motivos presuntamente políticos, el gobierno ha preferido minimizar la gravedad del problema.

El narcotráfico podría compararse con la inflación: a menos que las autoridades reaccionen con vigor para frenarlo cuanto antes, no tardará en cobrar tanta fuerza que combatirlo les parecerá demasiado difícil, razón por la que decidirán que les convendría más tratar de convivir con el mal. Por desgracia, ya parece demasiado tarde para que el gobierno actual pueda tomar medidas contundentes a fin de eliminarlo de cuajo antes de que asuma dimensiones inmanejables. Así, pues, en el paquete que reciba de las manos de Cristina, el eventual ganador del torneo electoral encontrará el reto planteado por la expansión de bandas de narcotraficantes, con todo cuanto representan: más violencia, más corrupción y, huelga decirlo, la destrucción de vidas tanto en las extensas villas miseria que rodean los centros urbanos como en los barrios más prósperos. Convivir con la plaga es imposible, pero, como aprendieron los colombianos primero y los mexicanos después, luchar contra ella con la energía necesaria para mantenerla a raya puede tener consecuencias luctuosas.

Río Negro (Argentina)

 



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