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21/05/2015 | Chile - La crisis de Bachelet

América Economía Staff

A moros y cristianos ha desilusionado Michelle Bachelet en Chile. Fue elegida presidenta hace menos de dos años con 62% de los votos y hoy sólo el 29% de los chilenos aprueba su gestión.

 

Emprendió con urgencia y determinación las reformas prometidas en su programa de gobierno, pero éstas no han concitado entusiasmo. La economía dejó de crecer al ritmo a que estaban acostumbrados los chilenos: este año con suerte llegará al 3%.

Y ahora, una crisis de probidad del gobierno -peor que eso, de credibilidad- que se inició con un descabellado préstamo bancario que recibió el propio hijo de Bachelet, Sebastián Dávalos, la ha forzado a pedir la renuncia de todos sus ministros, y finalmente, despedir a nueve.

Parte de la baja en la popularidad de Bachelet no la han causado ni ella ni su administración, sino un factor externo que afecta a todos los países exportadores de commodities. La demanda china por materias primas disminuyó, causando una fuerte baja en el precio del cobre, metal que le da a Chile el 20% de su PIB y más del 50% de sus exportaciones. El cobre llegó a un máximo histórico de US$4,5 por libra a comienzos de 2011 y su precio comenzó a bajar sostenidamente desde entonces, llegando a US$2,5 por libra a comienzos de 2015. Ahí está la causa del frenazo económico del país y no en la conducción económica  del gobierno.

Esto no significa que la conducción haya sido buena. Al igual que Dilma Rousseff, la socialista Michelle Bachelet desconfía de los mercados y los empresarios. Nombró a un ministro de Hacienda incapaz de dialogar con el sector privado y, a pesar de su ineptitud, ella no quiso reemplazarlo porque se aferra a sus incondicionales, tal como lo hace Dilma.

Y la primera gran reforma que Bachelet puso en marcha fue una modificación tributaria que aumentó de 20% a 25% los impuestos a las utilidades de las empresas y eliminó una exención tributaria a los dineros que se guardan para inversión.

El aumento de impuestos no era exagerado. Era una reforma razonable, sobre todo en el contexto de destinar la recaudación adicional a educación y salud, algo que Chile necesita hacer con urgencia si quiere reducir la desigualdad.

La oposición ha estado en contra de prácticamente todas las reformas lanzadas por Bachelet y los partidarios del gobierno tampoco las han apoyado con entusiasmo. La reforma tributaria fue atacada por la oposición y la dirigencia empresarial, pero la opinión pública fue indiferente, quizá porque era muy técnica; y la reforma educacional, que partió exigiendo más a los propietarios de escuelas subsidiadas y eliminando el proceso de selección de alumnos, ha sido rechazada por muchos padres y madres que votaron por Bachelet.

Pero no han sido las reformas lo que hizo bajar a la presidenta en las encuestas, sino el estilo con que ellas se han puesto en marcha. El oficialismo, con mayoría en las dos cámaras y una actitud rayana en la soberbia, se lanzó a cumplir el programa de la campaña como si fuera palabra revelada. El propio Lenin decía que en la revolución hay que dar dos pasos adelante y uno atrás. El gobierno ha mostrando empecinamiento y una actitud casi fundacional, de borrón y cuenta nueva, de no dejar piedra sobre piedra, de pasar una retroexcavadora por el ordenamiento institucional. No ha dado ni un sólo paso atrás.

Hasta ahora. La crisis ética y de credibilidad desatada por el hijo de la presidenta ha obligado finalmente al gobierno, si no a dar un paso atrás, a hacer al menos una pausa.

Lo que hizo Sebastián Dávalos fue entrevistarse con Andrónico Luksic, el hombre más ricos del país y vicepresidente del Banco de Chile, y conseguir un préstamo por US$10 millones para una empresa que tenía activos por US$10.000. El préstamo era para comprar un terreno antes de que subiera de precio, hecho sobre el cual el hijo de la presidenta tenía información privilegiada. El préstamo le dio una ganancia de US$5 millones.

El efecto en la opinión pública fue inmediato. En su primer discurso como presidenta, Bachelet había dicho que el gran enemigo de Chile era la desigualdad y que su gobierno buscaría terminar con ella. Y en esos mismos momentos, su hijo se aprovechaba de su privilegiada situación familiar para ganarse US$5 millones. Bachelet no supo leer a la opinión pública. Cuando se refirió al escándalo, habló con un tono que no era lo suficientemente condenatorio para su hijo.

Un segundo caso de impropiedad financiera de parte de altos funcionarios de gobierno durante la campaña presidencial se hizo público poco después. Los involucrados habían cobrado honorarios a una empresa implicada en el financiamiento ilegal de campañas políticas. Uno de los que había cobrado honorarios de la empresa cuestionada era el ministro del Interior, Rodrigo Peñailillo, delfín de Bachelet. El ministro, que se había hecho conocido por su cuidada pronunciación y sus trajes Armani, tampoco supo leer a la opinión pública: dijo que la empresa le había encargado unos estudios, él los había hecho, le habían pagado sus honorarios, y a continuación, trató de seguir siendo ministro del Interior.

Chile pedía la cabeza de Peñailillo y Bachelet tuvo que dársela. Comprendió, acertadamente esta vez, la gravedad de la crisis  que vivía su gobierno. Decidió pedir la renuncia a todo su gabinete y aprovechar la ocasión para cambiar nueve ministros. Pero cometió otro error de estilo al anunciar el cambio de gabinete en una entrevista televisiva con el veterano animador de farándula, Don Francisco.

El nuevo equipo ministerial muestra que el gobierno, si bien no ha dado un paso atrás en su celo reformista, al menos ha hecho una pausa. En Interior quedó el demócratacristiano Jorge Burgos. Hombre de diálogo y búsqueda de acuerdos, asumió prometiendo diálogo y búsqueda de acuerdos. El reemplazo del ministro de Hacienda, Alberto Arenas, fue un gesto decidor: Arenas descree de los mercados y fue reemplazado por Rodrigo Valdés, ejecutivo de exitosa trayectoria en la banca privada que fue además funcionario del FMI. El sector privado, alienado por el ministro saliente, está feliz con el nombramiento.

El cambio de gabinete indica una pausa en el programa del gobierno, que ya no puede argumentar que tiene a la mayoría a su favor. Viene ahora una reforma laboral y es de esperar que Bachelet entienda que darle más poder a las grandes organizaciones sindicales vela por los intereses de los trabajadores de las grandes empresas, que son relativamente pocos.

Luego viene en la agenda una nueva constitución. Siempre se puede escribir una nueva constitución, pero establecer una asamblea legislativa, acordar un texto y luego consultar a todos los sectores políticos y sociales es un proceso que demanda tiempo y recursos. En los dos años que le quedan, Bachelet quizá debiera concentrarse en implementar una reforma educacional que permita construir un Chile más próspero y más igualitario.

Es de esperar que la presidenta haya comprendido el infantilismo de avanzar sin transar que muestran los partidos más izquierdistas de su coalición. Es de esperar que escuche sinceramente a su nuevo ministro de Hacienda. Pero al menos esta vez ha dado el paso correcto.

Chile respira más tranquilo. Bachelet ha tomado por fin decisiones correctas por el bien del país y el propio. Si se apoya más en Burgos y en Valdés, y escucha menos a los grupos más fundacionales y voluntaristas de su coalición, terminará su segundo período con más popularidad y el país crecerá más.

No deja de ser irónico que haya sido necesario que los commodities siguieran bajando y que su hijo fuera un aprovechador para tomar por fin buenas decisions.

América Economía (Chile)

 



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