A tres años de distancia de la elección, ese escenario hace suspirar a unos mientras provoca pesadillas a otros.

La premisa de la especulación tiene que ver con la irritación que demuestra la sociedad mexicana hacia la clase política y la percepción de que la persona que mejor podría canalizar ese enojo es el tabasqueño.

Es un juego fútil porque no creo que haya quien pueda adivinar con precisión cómo se encontrará el país, económica y socialmente, en tres años.

Lo único claro es que López Obrador ya cuenta con una plataforma propia para lanzar su campaña de 2018 (Morena) y que, de no sobrevenir un nuevo problema en su salud, será nuevamente candidato.

Lo demás es muy difícil de prever.

En situaciones así, es mejor voltear para atrás para descubrir las fortalezas y debilidades de una eventual tercera campaña presidencial de AMLO. La primera vez que se lanzó, en 2006, estuvo a punto de ganar la elección.

Hay que recordar que el tabasqueño venía de una buena gestión como jefe de Gobierno capitalino, que le había granjeado popularidad entre sectores de la clase media, que se agregaron a su base tradicional.

Además, el intento de desafuero que el gobierno del presidente Vicente Fox había emprendido en su contra lo convirtió en víctima, una condición con la que simpatiza una parte de la sociedad mexicana.

Una combinación de aciertos de sus oponentes y errores suyos le restó impulso en la parte final de la campaña. Su ausencia en el primer debate de candidatos y su negativa a acercarse a sectores como el empresariado seguramente le restaron votos.

La campaña negativa —“López Obrador es un peligro para México”— y su decisión de emprenderla contra el presidente Fox, que aún gozaba de mucha popularidad, también lo perjudicaron.

Hace poco un dirigente del PRD me contó la siguiente historia: “Durante la campaña se nos acercó un priista que había sido un alto funcionario del gobierno federal y nos dijo que, en las encuestas que él conocía, Andrés Manuel iba muy bien. Sólo nos aconsejó no golpear a Fox. Se lo dijimos a López Obrador en una gira. Y lo que hizo al día siguiente fue decir su frase de ‘cállate, chachalaca’”.

En su segunda campaña, en 2012, AMLO arrancó en tercer sitio pero, para marzo, ya era claro que Josefina Vázquez Mota, del PAN, había dejado de ser la principal contrincante del favorito, Enrique Peña Nieto, y ya lo era el tabasqueño.

El rechazo que sufrió el priista en la Universidad Iberoamericana –antecedido por el arropamiento que AMLO tuvo, unos días antes, en esa misma casa de estudios– mostró que la juventud mexicana rechazaba un regreso al pasado y estaba a favor de un cambio de política económica y social.

El priismo leyó mal a la juventud, y creo que el gobierno federal ha persistido en el error. Ese sector social ha sido el más golpeado por la recesión que comenzó en 2008. Las oportunidades no están con los jóvenes. Un título universitario no sirve para conseguir trabajo, por ejemplo. Y a eso hay que agregar el papel de las redes sociales, que los jóvenes han sabido usar para expresar su inconformidad.

Sin embargo, para volver a AMLO, su principal debilidad –mostrada tanto en la campaña de 2006 como la de 2012– ha sido la comunicación con las clases medias. Hay un sector en México que está saliendo adelante económicamente y rompiendo las amarras de la dependencia con el poder y no parece necesitar de remedios estatistas.

Una buena parte de ese sector reside en entidades donde AMLO no ha podido avanzar electoralmente, como Querétaro, Guanajuato, Jalisco, Nuevo León y Aguascalientes, cinco de los 18 estados del país donde su candidatura quedó en tercer lugar en la elección presidencial de 2012.

Habrá que ver cuántos votos recoge Morena en esos lugares clave, el próximo 7 de junio.

Sin abrir ese cerrojo, no parece haber futuro para una tercera candidatura de AMLO. Menos aún, después de romper lanzas con sus antiguos aliados.