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03/06/2015 | El ''milagro chileno'' sigue dando saludables frutos

Hana Fischer

Varios analistas perciben en los recientes escándalos de corrupción que han sacudido a Chile —que abarcan a todo el espectro político— como una muestra de la decadencia de esa nación sudamericana. El impacto es aún más fuerte, si consideramos que hasta hace poco ese país era puesto como ejemplo a imitar por aquellos que anhelaban encaminarse hacia el desarrollo.

 

Considero que las cosas son diametralmente opuestas. Lo que está ocurriendo allí, es altamente auspicioso y una señal de que Chile está alcanzando la madurez como nación. Es decir, se encuentra muy cerca de encontrarse entre el selecto grupo de los países desarrollados. Por supuesto que no nos estamos refiriendo a la corrupción en sí, sino a la forma en que está reaccionando la comunidad ante esa situación.

Los latinos solemos percibir los problemas que aquejan a las sociedades de una manera distorsionada. Por ejemplo, cada vez que es noticia mundial algo que ocurre en EE.UU., nos rasgamos las vestiduras escandalizados y exclamamos: ¡Qué cosas horribles que pasan en Norteamérica! ¡Aquí no pasa nada por el estilo! ¡Eso es por culpa de su cultura!

Y sí, ciertamente, es debido a su cultura que las disfunciones que allí ocurren son conocidas. Lo importante a destacar, es que son descubiertas debido a su funcionamiento institucional: una prensa libre que investiga; un poder Judicial independiente y competente; y una opinión pública que se indigna y reacciona cuando se entera de algún mal proceder. Primordialmente, las crisis políticas no son vistas como una calamidad, sino como parte del proceso normal de saneamiento intrínseco al sistema republicano. La democracia liberal, es la única forma de gobierno que cuenta con los mecanismos para depurarse en forma continua sin recurrir a la violencia.

La gente suele creer que si nunca salta un escándalo que ataña a los gobernantes, o a la connivencia entre políticos, empresarios o líderes sindicales, es porque nada censurable ocurre en el país. La verdad suele ser la opuesta, tal como lo advirtió James Madison:

“Si lo hombre fueran ángeles, no haría falta gobierno. Si los gobernantes fueran ángeles, ningún control, externo o interno, sobre los gobernantes sería necesario. La gran dificultad para diseñar un gobierno de hombres sobre hombres estriba en que, primero, debe otorgarse a los dirigentes un poder sobre los ciudadanos y, en segundo lugar, obligar a este poder a controlarse a sí mismo. No cabe duda que el depender del voto de la gente constituye un poder primario sobre el gobierno, pero la experiencia enseña a la humanidad, que son necesarias precauciones adicionales”.

Esas precauciones adicionales, surgen espontáneamente de la cultura, instituciones y del sentido de la dignidad que emanan de la autonomía económica personal.

En EE.UU., al igual que en todas las naciones adelantadas, primero enraizó un sistema liberal en lo económico y la transición hacia la democracia vino después. En cambio en América Latina, la democratización vino antes que los intentos de liberalización económica. Esa es en gran medida la causa de nuestras continuas frustraciones y la razón por la cual los populismos constituyen un “eterno retorno”.

Chile transitó el mismo camino que sus pares del continente. Los gobiernos para solucionar los problemas aplicaban medidas estatistas. El resultado fue que en el período 1950-1975, Chile fue “campeón” mundial de inflación. En el lapso referido el coste de vida aumentó 11.318.874 %. Un gran porcentaje de la población vivía en la pobreza.

Fue un prolongado andar que tocó fondo durante el gobierno del socialista Salvador Allende. En aquel entonces —al igual que está ocurriendo actualmente en Venezuela— escaseaban hasta los productos más básicos y la gente tenía que hacer largas colas para conseguir lo indispensable.
Luego vino la dictadura con su horror en materia de derechos humanos. Pero, simultáneamente, comenzó la liberalización de la economía, proceso que se acentuó durante los gobiernos democráticos que vinieron a continuación. Siempre nos ha admirado la forma en que la izquierda chilena aprendió durante esa época de los errores del pasado. Sacó las conclusiones correctas de lo ocurrido y por eso no desmanteló al sistema económico que, aún con todos sus defectos, logró sacar a tanta gente de la pobreza y amplió considerablemente a las clases medias. Se afiliaron a la exitosa fórmula de democracia liberal en lo político y emprendurismo en lo económico.

Pero, las multitudinarias protestas durante el gobierno de Sebastián Piñera (2010-2014), pusieron al descubierto la latente disconformidad ciudadana. En aquel momento, dio la impresión que mayoritariamente los chilenos querían volver a los viejos populismos que en el pasado los había arrastrado al abismo. Las propuestas de Michelle Bachelet durante la campaña electoral de 2013 iban en igual sentido.

Al asumir su segunda presidencia Bachelet puso en marcha la “retroexcavadora”, según la expresión acuñada por su aliado político Jaime Quintana. Es decir, pretendía remover lo construido en las décadas recientes. Aprovechando sus amplias mayorías parlamentarias, aprobó varias reformas (la tributaria y del sistema educativo fueron sus “buques insignias”) en el sentido de volver al estatismo y dirigismo. Una película que ya sabemos cómo termina. Muchos temimos que tampoco Chile iba a poder escapar a la maldición del destino latinoamericano.

Fue en ese contexto que saltaron los escándalos de corrupción. Frente a esa situación, Chile demostró que la libertad económica con las ideas, la ética y los valores que la caracterizan, habían arraigado firmemente en la cultura de esa nación andina. No se afiliaron a la tesis de “Rouba, mas faz”. El efecto fue que los chilenos despertaron de su sopor, y reaccionaron en contra de las recientes reformas.

Las instituciones funcionaron adecuadamente, porque hubo una ciudadanía que presionó en ese sentido. No fueron complacientes con la corrupción. Para nosotros, esa es una prueba de madurez cívica.

Consultado el nuevo ministro del Interior Jorge Burgos acerca de sus planes de gobierno —al haber sustituido al hasta entonces “heredero” político de Bachelet, Rodrigo Peñailillo— expresó: "A mí no me gustan las retroexcavadoras, porque andan para atrás, y creo que este país necesita ir para adelante".

Estas palabras demuestran que el gobierno se vio obligado a dar un golpe de timón, impuesto por la opinión pública. Y es la razón por la cual somos optimistas con respecto a Chile. Además, la prueba de que el milagro chileno continúa dando saludables frutos.

Este artículo fue publicado originalmente en Panampost (EE.UU.) el 27 de mayo de 2015

El Cato (Estados Unidos)

 



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