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05/06/2015 | La corrupción de la FIFA

Jorge L. Daly

El fútbol se ha transformado a la par del extraordinario avance de los mercados en el mundo entero

 

A  mi buen amigo Pepe le gustaba el fútbol. Ver un partido con él era divertido y también ocasión para escuchar sus comentarios sobre los países que visitaba. Solía afirmar, por ejemplo, que no conocía ningún ministro de América Latina que aguantara un cañonazo de un millón de dólares. Digamos que sabía lo que decía: luego de un breve paso por el sector público de su Bolivia natal, Pepe había hecho carrera y desempeñado durante años altos cargos gerenciales en el Banco Interamericano de Desarrollo, el organismo multilateral que intenta apoyar el desarrollo económico y social de la región. Desde su puesto había visto mucho, por ejemplo, grandes empréstitos públicos y privados que no llegaban a buen puerto, o negociaciones entre gobiernos y transnacionales de la época que despertaban justificadas sospechas.

Pepe se retiró justo cuando su oficio transitaba por el cambio paradigmático, de la presunción que la intervención pública es necesaria para el desarrollo, a la convicción que es mejor dejarle la tarea al libre mercado. Además, el nuevo orden prometía la drástica reducción de corruptelas que tanta intervención gubernamental engendra. Pepe, un jubilado feliz, podía ahora dedicarle más tiempo al fútbol y a soñar con la clasificación de Bolivia a un mundial. Disfrutábamos viendo buenos partidos e ironizábamos su función en la sociedad: una distracción fundamentalmente sana que podía jugar a favor de gobiernos apurados por aplacar el descontento ciudadano. Ah, pero cuán lejos estuvimos él y yo de vaticinar la extraordinaria transformación que ha tenido este deporte universal durante las tres últimas décadas, una transformación que la simboliza, en todo su esplendor, los recientes arrestos de altos dirigentes de la FIFA.

La verdad es que el fútbol se ha transformado a la par del extraordinario avance de los mercados en el mundo entero. Digamos que la FIFA es símbolo de la globalización en esteroides. Podrá definirse como ONG pero su función es el manejo del negocio puro y de alcance global. Lo hace muy bien, con una estructura centralizada que la aproxima a una cooperativa de afiliados (las federaciones de los países) para aprovechar, con mucho ingenio, ingentes oportunidades comerciales derivadas del apetito de tantas empresas transnacionales que buscan adjudicarse derechos exclusivos sobre la difusión, representación y marketing del deporte. Sus dirigentes saben de las rentas que todo monopolio confiere pero, sin la obligación de rendir cuentas a nadie, pueden hacer de la empresa su coto de caza. Solamente un escándalo de proporciones puede poner fin a la farra.

Es justo subrayar que su logro no es poco: ha integrado a la fiesta global a muchos países africanos y asiáticos que para los mandamases de antaño simplemente no existían. De otra parte, ¡qué bien ha interpretado para beneficio de su gavilla el espíritu de nuestros tiempos! Le doy un ejemplo: me llamó profundamente la atención que Blatter, antes de renunciar, declarase que la FIFA tenía la potestad y capacidad para regularse y supervisarse a sí mismo.

Me pregunté entonces de dónde salía este libreto y, haciendo memoria, recordé el credo tantas veces recitado por los apóstoles de los mercados financieros libres. Entre ellos naturalmente Alan Greenspan, el venerado ex presidente de la Reserva Federal que no obstante el colapso colosal que engendró, todavía mantiene su prestigio en los circuitos del poder en Washington. Los mercados financieros se pueden auto regular, solía decir. Sus protegidos, los banqueros, fueron más fieles al viejo adagio de que las ganancias son individuales y que las pérdidas se socializan. Ninguno de importancia paró en la cárcel. Ante esta tremenda injusticia, el celo que hoy exhiben los fiscales que investigan a la FIFA para impugnar a sus directivos luce desproporcionado e hipócrita.

Con todo, nos equivocamos si creemos que el asunto se soluciona solamente con mayor regulación y vigilancia pública de la FIFA. La toma de conciencia de los valores que la lógica del mercado impone, y los otros que desecha dejándolos de lado como Messi elude a sus rivales, es acaso más importante. Obnubilados por su genialidad, nos cegamos ante la realidad de que este deporte que encandila está prostituido hasta los huesos. Sí, como todo lo demás que el dinero de hoy, circulando sin ningún control, toca: la política que nos gobierna, los medios que nos informan, los alimentos que consumimos, los centros académicos que nos educan, los espectáculos que nos distraen.

Eche una mirada al origen de la plata que compra grandes clubes de Europa. La misma plata que se recicla en fondos de cobertura desregulados para hacer más dinero y también, hay que admitirlo, para financiar una facultad universitaria, un museo, una biblioteca o un estadio, obras de filantropía calculada que algún día llevarán el nombre de un banquero que arruinó una comunidad, un comerciante de armas, o un presidente de una gran empresa que contamina la tierra.

Mi amigo Pepe fue un hombre decente que ofreció su talento al servicio del bien colectivo. Pienso que hoy como nunca se necesitan personas de ese calibre, hombres y mujeres capaces de resistir cañonazos del millón porque creen en el valor intrínseco, sin precio, de las funciones que ejercen. Estoy seguro que los cohechos de la FIFA no lo hubieran sorprendido porque los había visto en otras partes y en otros tiempos, como tampoco el hecho que el mercado libre, operado en contextos desprovistos de la institucionalidad reguladora y vigilante, propicia el aumento de la corrupción. Partió para siempre sin palpar el estropicio que vivimos pero feliz porque alcanzó a ver a Bolivia jugar en un mundial.

Jorge L. Daly ejerce cátedra en la Universidad Centrum-Católica de Lima.

El Pais (Es) (España)

 



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