En términos políticos, funcionó muy bien la maniobra que se inició con un default festivo presentado como una gesta libertadora, de suerte que no es sorprendente que quisiera hacer algo similar el primer ministro griego Alexis Tsipras. Sin embargo, desgraciadamente para el líder de Syriza, la Coalición de la Izquierda Radical que triunfó en las elecciones del año pasado, parecen haber fracasado por completo sus esfuerzos por exportar la crisis al resto de Europa para que sus socios se encargaran de ella. Según Tsipras y sus simpatizantes, en elecciones democráticas el pueblo griego repudió la austeridad y por lo tanto los demás europeos deberían respetar su decisión, pero los alemanes, franceses, españoles y otros le contestan diciendo que sus propios electorados no tienen interés alguno en entregarle al gobierno de Syriza los miles de millones de euros que necesitaría para no sólo enfrentar los próximos vencimientos de deuda sino también continuar pagando los salarios de los funcionarios y las pensiones. Desde el punto de vista de quienes llevan la voz cantante en la Eurozona, les corresponde exclusivamente a los griegos encontrar la forma de pagar lo que deben aun cuando para hacerlo el gobierno tuviera que aplicar un ajuste brutal, una alternativa que Tsipras, que figura como un moderado en comparación con otros políticos de Syriza, rechaza con indignación a veces histriónica.

Para que la situación en que se encuentra Grecia sea aún más difícil, la mayoría de sus habitantes quiere que su país siga en la Eurozona, motivo por el que una eventual decisión de resucitar el dracma podría significar la caída de un gobierno que alcanzó el poder merced en buena medida a su supuesto compromiso con el proyecto europeo. Es que los ciudadanos griegos no han olvidado la ordalía que le supuso a su país medio milenio bajo el despiadado yugo turco, razón por la que se resisten a cualquier iniciativa que podría privarlos de la solidaridad de los países relativamente fuertes de Europa occidental. En principio, no hay ninguna contradicción entre la voluntad mayoritaria de que Grecia forme parte de la Unión Europea y una eventual salida de la Eurozona, ya que países miembros como el Reino Unido, Dinamarca y Suecia han conservado sus propias monedas, pero en Bruselas hay muchos que temen que, si Grecia deja de usar el euro, Italia y Francia se sentirían tentadas a hacerlo también, lo que a su juicio presagiaría la desintegración de una obra política que esperaban ver erigirse en un rival de Estados Unidos.

Puesto que los "eurócratas" ya se preocupan por la posibilidad, tal vez remota, de que en el referéndum para el año próximo que ha anunciado el primer ministro David Cameron los británicos voten a favor de abandonar la UE, es natural que defiendan con tanta tenacidad el statu quo, pero en vista de las dimensiones que ha adquirido la crisis helena, les convendría adoptar una postura más realista. Aunque en última instancia los responsables de la debacle socioeconómica que se ha abatido sobre Grecia son los notoriamente corruptos dirigentes políticos de dicho país que, huelga decirlo, tienen mucho en común con sus homólogos de ciertas partes de América Latina, los más perjudicados han sido los muy pobres, los ancianos y los jóvenes que no encuentran trabajo. Desde que se inició la crisis, la economía griega se ha achicado un 25% y, luego de mostrar señales de recuperación antes de la llegada al poder de Syriza, está nuevamente en recesión. Puesto que para Syriza sería suicida obedecer sin chistar las órdenes procedentes de Bruselas y el FMI –el que, a pesar de su mala reputación, ha resultado ser más flexible frente a Grecia que el gobierno de la alemana Angela Merkel–, Tsipras está resuelto a continuar negociando, pero se agota con tanta rapidez el dinero que todavía le queda que en cualquier momento podría verse sin más opción que la de declarar su país en default si bien, a diferencia de nuestros legisladores, entendería que sería absurdo tratar una decisión en tal sentido como un gran triunfo nacional.