En aquel entonces la mayoría de los españoles se sumó a la efervescencia de un cambio que clausuró la larga etapa del franquismo para dar paso a la democracia. Y si la transición sucedió fue, en gran medida, gracias a la voluntad de diálogo de un sector del régimen y de la oposición para desmontar la dictadura de un modo pacífico. En aquellos tiempos el lema que primaba era "libertad sin ira".

Bien, el ex presidente del Gobierno español aprovecha su estancia en Caracas, donde los chavistas lo recibieron con más bravuconadas en Twitter que en las calles, para sugerirle al gobernante Nicolás Maduro que lo que le hace falta al país es "dialogar, recomponer y reconciliar". Si Maduro abandonara por un momento su empeño en perpetuar el fracasado modelo del socialismo del siglo XXI que impuso Hugo Chávez, comprendería que González le puede dar una lección acerca de las vías posibles para una reconciliación nacional. Sin embargo, todo apunta a que insistirá en las consabidas soflamas y la letanía de descalificativos a las que siempre recurren revoluciones como la suya (y la cubana con sus carteles de "patria o muerte"), pues solamente con el dogma pueden apuntalar lo insostenible.

La presencia de Felipe González, al que solo le falta su legendaria chaqueta de pana para, como en un capítulo de 'Cuéntame', devolvernos al Camelot de la transición española, aviva el golpeado espíritu de la disidencia venezolana. Aunque el chavismo lo ha proclamado persona 'non grata' y el propio Maduro se escudó en una dudosa gripe para evitar en el Vaticano la solidaridad del Papa con las familias de los presos políticos, lo cierto es que ya ha visitado al alcalde metropolitano Antonio Ledezma, que cumple arresto domiciliario.

El gran reto de González es que le permitan asistir hoy a la audiencia preliminar de Ledezma, así como tener acceso a los opositores Leopoldo López y Daniel Ceballos, ambos encarcelados, en huelga de hambre y con vistas judiciales repetidamente postergadas. Si bien el Gobierno ha reiterado que no tiene potestad para ejercer como abogado en Venezuela, el hecho de que ya está asesorando al equipo de defensa del líder de Voluntad Popular y del ex alcalde de San Cristóbal, constituye un éxito para una oposición sistemáticamente acosada.

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Las gestiones y visitas de ex presidentes iberoamericanos como González, Andrés Pastrana, Jorge Quiroga o Sebastián Piñera no impulsan necesariamente la regeneración de un Gobierno autoritario que gradualmente ha hecho saltar por los aires las libertades de los ciudadanos, pero gestos como éstos son los que salvan a los disidentes (en cualquier parte del mundo donde se cometen atropellos) del olvido más atroz. Hoy, en Caracas, Felipe González, que en sus años de clandestinidad se escondía bajo el nombre de "Isidoro", acompaña a las esposas y madres de los presos políticos y le tiende una mano al discípulo de Chávez para, si éste quisiera, ayudarlo a salir del laberinto de la revolución bolivariana.

Digamos que el ex mandatario español pone sobre la mesa en Venezuela una política de 'engagement' como la que Obama y el Papa Francisco le propusieron a Raúl Castro. Pero González, además de invitar al diálogo, con su apoyo 'in situ' y firme a la oposición deja al descubierto el errado rumbo del chavismo. Diálogo y presión. Sólo así es posible un cambio con o sin chaqueta de pana.