La economía del país se acerca cada vez más a un terreno blando y fangoso, una superficie sobre la que resultará difícil mantenerse estable. Es cierto, no será el mismo sobre el que se encuentran otros países, como Venezuela y Grecia, por citar a estos verdaderos ejemplos de economías con graves desequilibrios que perjudican terriblemente a sus habitantes. Lo que interesa es que nuestra economía ya está pisando terreno blando y no nos estamos alejando. El agravamiento del déficit fiscal y presupuestario, sumado a la tendencia nada halagüeña de incrementar la deuda a casi el 25 por ciento del producto y con un contexto internacional de un Brasil en recesión, hace notar nubarrones en el horizonte.

Ante esta situación, la propuesta gubernamental a la fecha ha sido equivocada e igualmente tímida hacia las reformas. En este escenario lo correcto sería que el gobierno interprete la realidad mediante la firme decisión de acometer con firmeza un plan reformista mirando hacia el futuro. Pero esto no está ocurriendo.

El aumento del gasto público por medio de la deuda no es más que un descomunal error que nos estancará en aquel terreno blando y fangoso. La receta no servirá para el logro de la reactivación económica; por el contrario, más bien será para generar volúmenes cada vez más gigantes de déficit y más deudas. Lo que parece controlado se irá escapando como agua entre las manos. Este pronóstico se vuelve todavía más verosímil en los países con baja calidad institucional, precisamente como el Paraguay, en donde las maniobras del populismo y la demagogia pueden explicar que hasta de los árboles cae el dinero.

¿Puede el Paraguay lograr su desarrollo y sostener su crecimiento económico con más bonos de endeudamiento? De ninguna manera, y menos todavía sin modificaciones de fondo de carácter reformista. ¿Quién se animaría a comprar bonos a un Estado con desequilibrios financieros en continua expansión, sin recursos genuinos para solventar sus gastos? El pago de la deuda no hay que tomarlo a la ligera, por cuanto que los pagos únicamente pueden honrarse en tiempo y forma cuando el deudor muestra a su acreedor la solidez de sus finanzas.

Todo esto nos lleva al tema de fondo. La timidez del gobierno en ejecutar las reformas. Algunos alegan sobre el costo de las mismas. Está demasiado claro que a los numerosos privilegiados que se benefician y disfrutan de las mieles del poder del Leviatán del Estado no les conviene reforma alguna. Así están más que bien, a pesar de que hoy los costos son mucho más altos por no hacer las reformas debido al estancamiento económico y daños a toda la sociedad, llámese por falta de puestos de trabajo e inseguridad.

El presidente Cartes tiene legitimidad de origen y de ejercicio, ¿qué más necesita? Pues una sola: llevar a la práctica su discurso de llegar a la gente para quedar en la historia como un gran presidente que tuvo las agallas de poner en marcha la estrategia reformista, puesto que ya no son suficientes los retoques de maquillaje.