En la pequeña localidad bonaerense de Villa La Ñata, a orillas del río Paraná, Daniel Scioli (Buenos Aires, 1957) está a sus anchas. Dueño de un club de fútbol sala, al gobernador de la provincia de Buenos Aires, ex piloto profesional de motonáutica, no hay nada que más le guste que jugar un partido de vez en cuando para desconectarse de la presión política. Pero ni siquiera cuando está fuera del foco de las cámaras se sale de un guión repetido un millón de veces.

"Me caí y me levanté muchas veces", es una de las frases predilectas de este ex deportista que perdió el brazo derecho en un accidente con su lancha náutica. Se reinventó después como empresario, abrazó la política de la mano del ex presidente Carlos Menem y se arrimó al poder con Néstor Kirchner como mentor. El principal favorito para suceder a Cristina Fernández de Kirchner en la Casa Rosada es, ante todo, un gran enigma político. Un heredero indescifrable.

A sus 58 años, Scioli siente que ha llegado la hora de cumplir su gran sueño: instalarse en la Casa Rosada, una meta para la que se ha preparado a conciencia durante la última década. Fue vicepresidente del Gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007) y gobernador de la provincia de Buenos Aires durante los últimos ocho años.

Cuestionado y vilipendiado en ocasiones por algunas voces del kirchnerismo más dogmático, al dirigente peronista no parece que le hagan daño las balas dialécticas del "fuego amigo". Ha esperado su momento pacientemente y el destino -la muerte prematura de Néstor Kirchner y la imposibilidad constitucional de una reelección de Cristina en 2015- se encargó de hacer el resto.

"Scioli para la Victoria" es su lema. Sus críticos le reprochan una excesiva indefinición política, pero a la vista de su elevada popularidad debe entenderse más bien como un activo en su historial. En el libro "Scioli secreto", Pablo Ibáñez y Walter Schmidt han intentado bucear en esa ambigüedad ideológica del gobernador. "Scioli entendió que su valor político era ser un sujeto electoral, un actor del escenario político que mide bien y logra descifrar y expresar el ánimo de las mayorías", explica Ibáñez en el diario Perfil.

La designación de Scioli por parte de Cristina Kirchner no ha sido gratuita. La presidenta guillotinó las aspiraciones de otro contendiente con más ardor kirchnerista, el ministro del Interior, Florencio Randazzo, porque los números de la victoria sólo se los aseguraba Scioli, un baluarte electoral en la provincia que aglutina a casi la mitad de la población del país.

La vida de Daniel Scioli dio un giro brusco el 4 de diciembre de 1989 cuando participaba en una carrera en el delta del río Paraná y sufrió un grave accidente que le provocaría la pérdida del brazo derecho. En ese momento, el apoyo de su mujer, Karina Rabolini, resultó esencial. Y ha sido así hasta ahora. Parte de su popularidad se la debe Scioli a la bella ex modelo devenida en defensora de causas sociales.

Karina le acompaña hasta en sus partidos de fútbol, pese a que confiesa que su marido no es el mejor delantero centro del mundo, precisamente. Hay un detalle relativo a ese accidente que ayuda a entender la personalidad del heredero del kirchnerismo.

Después de colocarse una prótesis en el brazo derecho, siguió compitiendo. Y ganando. "No se rinde nunca, es un luchador nato", comenta uno de sus asesores más cercanos.

Casado con Rabolini en 1991 y padre de una hija de una relación anterior, Scioli pasó del deporte profesional al mundo empresarial y de ahí dio el salto a la política. El gobernador de Buenos Aires encarna muchos de los rasgos característicos del peronismo.

Como otros dirigentes del Frente para la Victoria (FpV), Scioli se inició en la política encuadrado en el ala más neoliberal del peronismo. Fue Carlos Menem quien le animó a presentarse como diputado al Congreso, cargo para el que fue elegido en 1997. Tras la crisis social y económica de 2001 y la descomposición institucional, Scioli apostó por un desconocido gobernador de Santa Cruz que ganaría las elecciones generales en 2003 y al que nadie le otorgaba mucho futuro. Néstor Kirchner necesitaba a un personaje mediático como Scioli para ir cobrando popularidad.

Cuatro años más tarde, el ex motonauta se convertiría en gobernador de la provincia de Buenos Aires, un cargo para el que sería reelegido en 2011 con un amplio respaldo: el 55% de los votos.

Un programa de la televisión argentina recreaba el año pasado la figura de Scioli como un gran buda al que no le molestaban las pullas que le infligían los kirchneristas más ortodoxos. Poco amigo de la confrontación, Scioli despertó los recelos del sector "cristinista" del Gobierno cuando en 2012 comenzó a coquetear con la idea de presentarse a las elecciones presidenciales en el caso de que Cristina Kirchner (2007-2015) no modificara la Constitución (que prohíbe tres mandatos consecutivos).

El gobernador de Buenos Aires se llamó a recato entonces, dejó pasar el tiempo y volvió a postularse cuando ya el camino estaba totalmente despejado. Con encuestas en la mano, la presidenta no tuvo más remedio que elegirlo hace unas semanas como heredero del kirchnerismo.

"Voy a gobernar a mi manera", ha repetido una y otra vez Scioli durante la campaña electoral. Pero al mismo tiempo, ha prometido fidelidad a los principios básicos del modelo. Tras ganar las elecciones primarias de este domingo, su gran desafío es imponerse en los comicios generales del 25 de octubre con un margen de votos suficiente para evitar una segunda vuelta. De no ser así, la oposición podría darle un disgusto en una segunda ronda electoral. En todo caso, el ex deportista confía en su tenacidad y en su capacidad de atraer a potenciales votantes más allá del espectro kirchnerista. Sabe que está a punto de llegar a su ansiada meta: la Casa Rosada.