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13/08/2006 | ¿Quién paga el cambio climático?

Peter Singer

Escribo este texto en Nueva York, a comienzos del mes de agosto, cuando el alcalde ha declarado una "emergencia por el calor" para prevenir interrupciones generalizadas del servicio eléctrico a consecuencia del intenso uso de los aparatos de aire acondicionado que se espera.

 

Los empleados municipales podrían exponerse a acusaciones penales, si fijan sus termostatos por debajo de 78 grados Fahrenheit (25.5 Celsius). No obstante, el uso de la electricidad ha alcanzado niveles casi sin precedentes.

Entre tanto, California ha emergido de su propia ola de calor sin precedentes. En la Unión Americana en conjunto, los seis primeros meses de 2006 fueron los más calurosos en más de un siglo.

Europa está experimentando también un verano inhabitualmente caluroso. En julio hubo nuevos máximos de temperatura en Inglaterra y los Países Bajos, donde los registros de temperaturas se remontan a 300 años atrás.

El caluroso verano septentrional cuadra perfectamente con el estreno de Una verdad incómoda, documental que cuenta con la participación del ex vicepresidente de Estados Unidos, Al Gore.

Mediante gráficos, imágenes y otras informaciones notables, en él se argumenta de forma convincente que nuestras emisiones de dióxido de carbono están causando el calentamiento del planeta o, como mínimo, contribuyendo a él y que debemos abordar urgentemente esa cuestión.

Los estadounidenses suelen hablar mucho de moralidad y justicia, pero la mayoría de ellos sigue sin darse cuenta de que la negativa de su país a firmar el Protocolo de Kioto y su consiguiente actitud -la de que todo sigue igual- para con las emisiones de gases que producen el efecto de invernadero, es una falta moral de lo más grave.

Ya está teniendo consecuencias perjudiciales para otros y la mayor injusticia es la de que son los ricos los que están utilizando la mayor parte de la energía que provoca las emisiones causantes del cambio climático, mientras que todos los pobres serán quienes carguen con la mayor parte de los costos. Para que el lector vea lo que puede hacer con vistas a reducir su contribución, puede consultar www.climatecrisis.net.

Para ver la injusticia, me basta con echar un vistazo al aparato de aire acondicionado que mantiene mi despacho soportable. Si bien he hecho más de lo que pidió el alcalde, al fijarlo en 82 grados Fahrenheit (27 Centígrados), sigo siendo parte de un circuito de retroalimentación.

Lucho contra el calor utilizando más energía, lo que contribuye a la quema de más combustible fósil y a la emisión de más gases de efecto de invernadero en la atmósfera, y a un mayor calentamiento del planeta.

Ocurrió incluso cuando estaba viendo Una verdad incómoda: en una noche calurosa, la sala de cine estaba tan fresca, que lamenté no haber llevado conmigo una chaqueta.

El calor mata. Una ola de calor en Francia causó unas 35 mil muertes en el país galo durante el año 2003, y otra similar a la que hubo en Gran Bretaña el mes pasado causó más de 2 mil muertes, según cálculos oficiales aproximados.

Aunque no se puede atribuir ninguna ola de calor determinada al calentamiento del planeta, éste hará que semejantes fenómenos sean más frecuentes.

Además, si se permite que el calentamiento del planeta siga avanzando, el número de muertes que ocurren cuando las precipitaciones resultan más erráticas y causan tanto sequías prolongadas como inundaciones muy graves, superarán con mucho el provocado por el calor en Europa. Unos huracanes intensos y más frecuentes matarán a muchas más personas.

La fusión del hielo polar provocará el aumento del nivel del mar, que inundará las fértiles regiones bajas de los deltas, en las que centenares de millones de personas cultivan los productos con los que se alimentan. Se extenderán las enfermedades tropicales, que matarán a más personas aún.

Los muertos serán de forma abrumadora quienes carezcan de recursos para adaptarse, para buscar fuentes sustitutivas de alimentos y no dispongan de acceso a la atención de salud. Incluso en países ricos, no suelen ser los ricos los que mueren en los desastres naturales.

Cuando el huracán Katrina afectó a Nueva Orleáns, quienes murieron fueron los pobres de las zonas bajas que no tenían automóviles para escapar.

Si así ocurre en un país como Estados Unidos, con infraestructuras bastante eficientes y los recursos necesarios para ayudar a sus ciudadanos en momentos de crisis, más evidente aún resulta cuando los desastres afectan a países en desarrollo, porque sus gobiernos carecen de los recursos necesarios y porque, a la hora de prestar asistencia exterior, las naciones ricas no cuentan las vidas humanas de forma igual.

Según cifras de la Organización de las Naciones Unidas, en el año 2002 las emisiones por habitante de los gases que provocan el efecto de invernadero en la Unión Americana fueron 16 veces superiores a las de la India, 60 veces superiores a las de Bangladesh y más de 200 veces superiores a las de Etiopía, Mali o Chad. Otras naciones desarrolladas con emisiones casi equivalentes a las de Estados Unidos son Australia, Canadá y Luxemburgo.

Por otra parte, Rusia, Alemania, Gran Bretaña, Italia, Francia y España tienen niveles entre la mitad y una cuarta parte de las estadounidenses. El nivel de estos países sigue siendo superior en gran medida a la media mundial y más de 50 veces el de las naciones más pobres en las que habrá muertes causadas por el calentamiento del planeta.

Si un contaminador perjudica a otros, los perjudicados suelen tener un remedio jurídico. Por ejemplo, si una fábrica vierte productos químicos tóxicos en un río que yo uso para regar mi explotación agraria y mata mis cultivos, puedo demandar al propietario de la fábrica.

Si las naciones ricas contaminan la atmósfera con dióxido de carbono y destruyen mis cultivos con el cambio de tónica en las precipitaciones o mis campos resultan inundados por un aumento del nivel del mar, ¿no podría también demandar?

Camilla Toulmin, quien dirige el Instituto Internacional de Medio Ambiente y Desarrollo, Organización No Gubernamental radicada en Londres, asistió a una conferencia sobre el cambio climático que Al Gore pronunció en junio.

Le preguntó qué pensaba sobre la compensación a quienes se ven más afectados por el cambio climático, pero han contribuido menos a causarlo. Según informa en www.opendemocracy.net, la pregunta pareció tomarlo desprevenido y no apoyó esa idea.

Como Toulmin, yo me pregunto si es esa una verdad que resulta sencillamente demasiado incómoda, incluso para él.

Profesor de Bioética en la Universidad de Princeton

©Project Syndicate

El Universal (Mexico)

 



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