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05/10/2015 | Opinión - La pata rusa

Pilar Rahola

Hay dos premisas básicas para entender la estrategia geopolítica de Rusia: la primera, sus alianzas de la guerra fría, que no sólo mantiene intactas sino que garantizan su capacidad de influencia internacional; y la segunda, su nula preocupación por las apariencias.

 

A diferencia de los países con pedigrí democrático, que necesitan equilibrar intereses y valores, o al menos aparentarlo, Rusia actúa sin complejos. Fue Dostoievski quien aseguró que lo que Rusia necesitaba no era más Occidente, sino más Rusia, y esa idea-fuerza explica su papel en el mundo. Es decir, Rusia no tiene ninguna intención de acercarse al otro lado del telón de acero, ni de acomodarse a los paradigmas geopolíticos de Estados Unidos o de la UE, sino al contrario: quiere implementar su dominio internacional, reforzando a los países que están fuera del paradigma. De ahí que sus actos político-militares escandalizan a Occidente tanto como la refuerzan en el resto. Y con ello consigue influencia, dinero y poder. Es decir, equilibra la balanza del mapa planetario, a la espera de desequilibrarla en su favor.

Desde esta perspectiva cabe entender sus acciones militares en Siria, país aliado desde los tiempos de Stalin, a cuyos gobernantes avaló, armó y protegió. Lo hizo en el pasado y lo mantiene en el presente. No olvidemos que los Asad fueron sus más estrechos aliados en la región -especialmente activos en su guerra larvada contra Israel- y que el flujo militar fue siempre fluido e intenso. Además, Rusia nunca ha dejado de mostrar su interés hacia Irán, el gran hermano de Siria, y su voluntad de ser decisivo en el juego de equilibrios de Oriente Medio es también notorio. La cuestión es si su objetivo es el mismo que el resto de agentes que actúan sobre el terreno, y la respuesta es negativa. Es decir, tiene otros intereses distintos al del titular grande, el teórico fin del Estado Islámico. Lo cual, por otro lado, no es tan extraño, dado que cada país tiene intereses específicos: unos, acabar con El Asad; otros, reforzar el islamismo radical; otros, acabar con los kurdos; otros, desequilibrar Irán, etcétera. Y el interés de Rusia, reforzar su papel en el mundo a través de sus viejas alianzas.

Por ello la intervención militar del gran oso ruso en la guerra contra el Estado Islámico es una noticia de filo de navaja, porque no estamos ante una intervención para liberar a los sirios de la locura yihadista, sino ante un refuerzo de la dictadura de El Asad, de ahí los bombardeos indiscriminados contra todas las facciones que luchan en esta guerra, incluyendo a la oposición democrática siria. No es, pues, una buena noticia caída del cielo sobre esa torturada tierra, sino un elemento añadido de riesgo y tensión. Por decirlo claro, Rusia no es una aliada de las víctimas contra el islamismo, sino un sensible apoyo de la dictadura que quiere mantenerse en el poder. Gasolina para el fuego.

La Vanguardia (España)

 



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