El discurso de "hace falta más Europa", hay que "profundizar en la Unión" y "no hay soluciones nacionales para problemas internacionales" está muy bien, pero pocos se lo creen hasta el final. El discurso de David Cameron es prístino desde el primer día: quiere más "flexibilidad", pagar menos y recibir más. Quiere una UE a la carta en la que encontrar acomodo suficiente para que el ala derecha de su partido se calme.

En las Instituciones hay tres posiciones claramente marcadas. Los que están dispuestos a hacer cualquier cosa porque entienden que una UE sin la segunda economía europea y una de las principales potencias militares y culturales tendría poco sentido. Los que quieren mantener a Londres en la Unión, pero no a cualquier precio. Y los que están cada vez más cansados de los caprichos británicos. La situación es cíclica desde hace décadas, pero en el eje París-Berlín las voces que piden choque son más que nunca.

Las condiciones económicas británicas no son un problema. Nadie está en contra de mejorar la competitividad y se asume que los que no están en el euro tienen tanto derecho como el resto a participar de algunas decisiones clave. La guerra va a estar en los temas de Interior, en inmigración y seguridad.

Juncker, que lleva medio año preparando el terreno, tiene a sus mejores negociadores en el equipo. Tiene que apaciguar a Cameron, pero también al resto.Su papel ahora mismo será el de evitar que checos, polacos, rumanos o búlgaros rompan la baraja por el desprecio manifiesto que subyace en la carta enviada ayer a Donald Tusk, donde se admite que el principal objetivo de la negociación es reducir el flujo de inmigrantes de dentro de la UE.

En Bruselas saben que Cameron no quiere irse, pero todos recuerdan perfectamente el precedente holandés de 2005. Cuando pasas meses, años, diciendo que pagas demasiado y que la UE es injusta, un nido de burócratas, y llevas el referendum a las urnas la gente es consecuente. Por eso tienen listo el argumentario y están listos para la pelea. Ya no son un tentetieso.