El 1 de enero, Holanda asume la presidencia temporal de la Unión Europea "en un momento especialmente delicado". El primer ministro del país, Mark Rutte, recibe en su despacho, en el centro de La Haya, a EL MUNDO y otros periódicos internacionales para hablar de los desafíos del continente y de su particular visión de Europa. Rápido, directo, sin problemas para hablar claro, hace una advertencia nada más empezar: "sabemos por el Romano que los imperios caen si sus fronteras no están protegidas".

"El terrorismo y la inmigración" serán las dos prioridades de su mandato, pero explica con calma que inmigrantes y refugiados no tienen absolutamente "nada que ver" con terroristas o radicales. "Debemos estabilizar el flujo actual de llegadas, que no es sostenible, y ver quiénes son todos los que entran. Hay riesgo, siempre lo hay, de que algún terrorista entre en la UE como si fuera un refugiado, pero no hay que mezclar, no hay ninguna razón para pensar que todos son terroristas potenciales", aclara, reprochando a los populistas de extrema derecha que intenten sacar partido de la situación.

Rutte ha logrado consagrarse como uno de los vencedores de la crisis política de los últimos meses. Ganando poder e influencia. Fue, según todas las fuentes consultadas, el primer ministro más duro con Grecia durante toda la negociación. Mucho más que Finlandia, Alemania o Eslovaquia. Logró entrar en las reuniones más decisivas. Logró que Jeroen Dijsselbloem fuera reelegido como presidente del Eurogrupo, derrotando a Luis de Guindos. Y tiene a un ex ministro, Frans Timmermans, como vicepresidente de la Comisión Europea Un balance extraordinario para quien asegura "no sentir ninguna emoción especial por la idea de Europa. Soy pragmático, quiero bienestar. Mis ciudadanos están mejor con un mercado único. Pero no me emociona, no soy de los que dicen que se van a dormir abrazados a la bandera europea".

Tras los atentados de París, Rutte espera que la cumbre de este domingo en Bruselas, con la UE y Turquía sobre refugiados, traiga avances. "Soy razonablemente optimista. Necesitamos a Turquía para estabilizar y disminuir el flujo de llegadas". Y no parece especialmente inquieto con la idea de pagar a Erdogan hasta 3.000 millones de euros, y un claro precio político, a cambio de esa ayuda.

Holanda tuvo hace más de una década una importante crisis, similar en algunos aspectos a la que vive hoy en Bélgica, sobre la que prefiere no pronunciarse por respeto. Allí un radical islámico asesinó a Theo van Gogh. Y la clase política, y la sociedad, presionó a Aya Hirsi Alii hasta que se fue del país. Era demasiado molesta denunciado el estado de negación holandés y lo que veía como unas políticas de asimilación y multiculturalismo sustentadas sobre una fantasía peligrosa.

Hoy, dice Rutte, el país está mucho mejor preparado. "Hacemos un gran trabajo a nivel de barrio, de comunidad. Hay una interconexión entre los servicios sociales, policiales y educativos. Hay que involucrar a la comunidad. La prueba más clara de que el sistema funciona es que el candidato más popular para sucederme a mí es un marroquí", en referencia a Ahmed Aboutaleb, alcalde de Rotterdam.

Pese a todo, el líder popular reconoce que hay radicales a los que enfrentarse, incluso con la fuerza. Explica que "los servicios de Inteligencia han mejorado mucho estos últimos años" y que "al menos 40 yihadistas" han vuelto a Holandadespués de combatir o adiestrarse en Siria e Irak cuya situación "se evalúa caso a caso". Y no le tiembla la voz: "estarían muertos mejor que de vuelta aquí".

El viernes 13, Rutte estaba en casa leyendo cuando su coordinador de seguridad nacional llamó para alertarle "de que algo grave pasaba en París". Convocó un consejo de ministros para la mañana siguiente. Explica que su primer pensamiento fue defensivo. El segundo, "de apoyo total a Francia". Pero el tercero, ya algo más sereno, "es que tenemos que tener cuidado, combatir todos juntos, pero seguir adelante. Somos más que ellos. Nuestra civilización es más antigua. No debemos vivir asustados".