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30/11/2015 | Las canteras europeas de la yihad

ABC Staff

La pobreza y la delincuencia de zonas como Molenbeek, Saint-Denis, Luton o El Príncipe son el caldo de cultivo ideal para la captación.

 


 

Terror, solo terror. El impacto de los ataques de París del 13 de noviembre no se puede medir únicamente con cifras de muertos y heridos. Dejaron tras de sí un rastro de sospecha hacia los franceses de confesión musulmana. Primero se estigmatizó un barrio de los suburbios parisinos, Saint-Denis, donde sus vecinos se despertaron de madrugada el martes 18 entre los tiros y explosiones de la operación antiterrorista para capturar al presunto cerebro de los atentados, Abdelhamid Abaaoud. Una conexión de la matanza con Bélgica apuntó igualmente al barrio de Molenbeek, cuna de la mayoría de belgas que combaten en el autodenominado califato. Otros como el británico Luton, o El Príncipe en España, llevan marcados igualmente desde hace años. La pobreza, delincuencia y desesperanza tiñen de gris sus calles, también el fracaso de una convivencia que permite el arraigo del fanatismo.

Mohamed Merah, Mehdi Nemmouche y Amedy Coulibaly, nacidos en Francia, son asesinos en nombre de un dios. Pero una minoría cada vez más ruidosa los llama mártires por desestabilizar un país que no les representa. Todos estos hombres eran criminales comunes que comenzaron como pequeños delincuentes de barrio y se radicalizaron religiosamente en la cárcel. Algunos como Samy Amimour, uno de los kamikazes de la sala Bataclan, fueron durante casi toda su vida musulmanes no practicantes que no habían hablado nunca árabe, la lengua del Corán. Los lobos solitarios han dado paso a auténticos comandos como el de los últimos ataques de París. A medio camino estuvo el asalto de los hermanos Kouachi a la sede de la revista Charlie Hebdo, que recordó al atentado de la maratón de Boston: inmigrantes de segunda y tercera generación, inadaptados en el país de acogida y sin esperanza en el futuro.

Mercado de Molenbeek (Bélgica)

El autor del atentado en el Museo Judío de Bruselas (en mayo de 2014, antes de la proclamación del califato), Mehdi Nemmouche, de ascendencia argelina, provenía de Roubaix, la zona con mayor tasa de pobreza de Francia con un 45%. En esta localidad fronteriza con Bélgica cometió su primer delito a los 14 años: un atraco. A los 17 agredió a una profesora. Y a los 19 fue condenado a tres meses de prisión por robo con violencia. Salah Abdeslam, supuestamente el único de los terroristas que atacaron París que sigue con vida, residente en Molenbeek, estaba fichado por delitos de tráfico de estupefacientes, tenencia de armas y violencia. Bélgica es el país con mayor proporción de yihadistas de Europa Occidental.

«Suponemos que Daesh está captando a estos jóvenes y no, más bien ellos llaman a la puerta de Estado Islámico. Buscan un sentido a su vida para acabar con el vacío existencial marcado por la pequeña delincuencia y la exclusión», explica Barah Mikail, especialista en Oriente Medio del think tank Fride. Mikail, de origen franco-sirio, ejerció de profesor durante varios años en la Universidad de Saint-Denis. «Este barrio refleja una parte de la realidad francesa, la de suburbios con gente pobre, que se siente excluida de las percepciones republicanas».

Según el analista de Fride, los franceses de ascendencia magrebí o subsahariana de condición modesta no creen que deban asimilar tanto los valores de la República como que esta respete su identidad. «En estos guetos que desarrollan la pertenencia a la identidad francesa es mucho mas frágil». Hollande instó a los parisinos a colgar banderas francesas en sus balcones como homenaje a las víctimas. En Saint-Denis no se vio ninguna. «La mayoría de sus gentes no justifican los atentados, pero sí consideran que hay que defender sus propios orígenes, importar la religión y en este sentido yo creo que el respeto de la cultura de origen acaba a veces en unas interpretaciones radicales del islam».

Barrios europeos de la sharía: ¿mito o realidad?

Una grabación resuena llamando al rezo del almuédano y los musulmanes caminan, cumplidores hacia alguna de las 25 mezquitas repartidas por sus calles. Las mujeres se esconden tras el riguroso negro de sus niqab; los hombres llevan gorro de algodón blanco o casquillo paquistaní, y casi todos visten chilaba. Aunque no es Islamabad, El Cairo o Medina, tiene algo de todas ellas. Bury Park, en Luton, es un barrio europeo. Caminar por esta pequeña localidad aeroportuaria de 250.000 habitantes es como viajar a Asia sin billete ni avión, sumergirse en una atmósfera paralela al país que la acoge, una oriental donde el comercio local se nutre de negocios halal, tiendas de kebabs, Haji Foods o venta de alfombras de Cachemira.

Algunos autores, haciendo referencia a las similitudes, lo llaman simplemente «Londonistan». Situado a 40 kilómetros al norte de la capital de Inglaterra, Bury Park poco tiene que ver con la fama de esta, aunque sí puede permitirse disputarle lo de cosmopolita. Bengalíes, paquistaníes o «negros de islas caribeñas que abandonan el cristianismo en este tipo de barrios», describía el actual director de Innovación de Vocento, Borja Bergareche, durante su etapa como corresponsal en Londres.

Razas y religiones se congregan en esta localidad británica y muchos locales de clase media se sienten cada vez más arrinconados por la concentración de extremistas tanto islámicos como los propios anglicanos. De hecho, una semana después de los atentados de París los crímenes de odio contra británicos de confesión musulmana se habían incrementado un 300%, informó «IBI Times».

Aunque no todo es violencia física, El extremismo lleva al éxodo, y esta progresiva huida, a su vez, levanta más y más guetos. Según un estudio de la Universidad de Manchester, la proporción de «británicos blancos» ya «es oficialmente inferior al 50 por ciento». Señalada en rojo como epicentro de loscuatro kamikazes que atentaron contra el suburbano londinense en 2005, provocando la muerte de 56 ciudadanos, Bury Park se ha convertido en un polvorín donde imperan el extremismo, el desempleo y el tráfico de drogas. En el reportaje de la BBC «Pelearía en Siria si pudiera» indican que del avispero de Luton han salido al menos dos docenas de yihadistas que se han unido a las filas de Estado Islámico en Siria e Irak.

«Aviso: está entrando en una zona controlada por la sharía, leyes islámicas obligatorias», rezan varios carteles a la entrada de Tower Hamlets, un área al este de Londres también conocida como «República Islámica de Tower Hamlets». A una hora en coche de Luton, en este barrio, calificado por los más radicales como «no-go zone (zona prohibida)», han llegado a producirse amenazas de muerte a mujeres que se negaban a llevar velo. «The Sunday Telegraph» reveló más de una docena de casos en los que tanto musulmanes como no musulmanes han sido amenazados por un comportamiento que los más radicales consideraban una violación de las normas islámicas fundamentalistas. «Alguna de las víctimas acusó a la Policía de ignorar los crímenes de odio perpetrados en el barrio, suprimiendo o minimizando pruebas que implican a musulmanes, por temor a que sospechas de racismo recayesen sobre ellos», recoge el diario.

En enero de 2014, el inspector jefe de las fuerzas policiales en Inglaterra y Gales, Sir Tom Winsor, admitió en el «London Times» que «algunas partes de Gran Bretaña tienen su propia forma de justicia» y que delitos como los crímenes de honor, la violencia doméstica, el abuso sexual a niños o la mutilación genital femenina no suelen denunciarse. Y explica: «Hay comunidades de otras culturas que prefieren tener su propia policía. En zonas como Midlands, los agentes nunca entran no porque se les prohíba el acceso o tengan miedo, sino porque nunca requieren su presencia, resuelven sus problemas con sus propias leyes».

El analista del think tank británico Chatham House, Hayder al Khoei, avisa de que ciertos reportajes nutren la propaganda de la extrema derecha xenófoba del país. «Reino Unido ha sido acusado de albergar mini estados islámicos, incluso algunas agencias de inteligencia europeas hablan de un Londonistan. Eso es cierto, como también que hay patrullas de jóvenes radicales que se dedican a vigilar las calles de algunos suburbios para garantizar el cumplimiento de la sharía. Pero hay que tener cuidado con losvídeos que circulan, no reflejan la realidad, son basura y solo generan más odio. La ley islámica no gobierna estos barrios», insiste.

España no se libra del caldo de cultivo que se está gestando en Europa. Cada vez aparecen más focos de islamismo radical. El más conocido es el del barrio ceutí El Príncipe, récord nacional de paro, donde la convivencia agoniza. «El modelo de Ceuta como crisol de culturas y religiones está cada vez más lejos. Las comunidades mayoritarias, la cristiana y la musulmana, viven cada vez más separadas y no se vislumbra un acercamiento a corto plazo. A los tradicionales problemas sociales y económicos hay que unir el agravamiento de otro, el religioso. De unos 12.000 vecinos (calculan que, aparte, se han instalado unos 3.000 marroquíes) solo queda una familia cristiana. Cristianos y musulmanes se alejan en medio de altas tasas de paro, delincuencia y un creciente yihadismo», relataba el periodista de ABC Luis de Vega desde el terreno.

Otros embriones de radicalismo que preocupan en España se hallan en Cataluña. También en la Península algunos grupúsculos tratan de imponer los preceptos de la sharía mediante la violencia física o la intimidación. En diciembre de 2009, Los Mossos detuvieron en Reus (Tarragona) a nueve hombres después de organizar un juicio islamista en una masía acusando de adulterio a una mujer marroquí y condenándola a la lapidación.

«El problema base es el de la desigualdad y en este capítulo las culpas hay que repartirlas a todos los ámbitos implicados: Estado, ciudadanos, comunidades minoritarias, etc.», asegura Sergio Príncipe, profesor de la Universidad Complutense de Madrid y experto en temas de la Unión Europea.

750 «zonas urbanas sensibles» en Francia

Las supuestas «zonas no-go», tristemente de actualidad después de la masacre cometida por terroristas yihadistas en París el pasado viernes 13, cuando truncaron la vida de 130 personas atacando el corazón de la capital gala, son un tabú en el país de la «liberté, egalité, fraternité». Lo pudo comprobar un analista de «Fox News», demandado por supuestamente mal informar sobre la existencia de zonas prohibidas, regidas por preceptos islámicos y donde se impide la entrada a los no musulmanes. «No acepto los insultos a nuestra ciudad y sus habitantes», argumentó la alcaldesa Anne Hidalgo, impulsora de las acciones judiciales contra el medio estadounidense.

La República francesa reconoce la incidencia de distritos donde los hábitos y costumbres occidentales son mal vistos, pero todos los parisinos pueden acceder con libertad a cualquier zona del país, si así lo desean. El Gobierno galo califica estas zonas, casi siempre en los suburbios o «banlieues», como Zonas Urbanas Sensibles (ZUS) e identifica 750 barrios donde se necesitan mayores medidas de seguridad. Algunos de sus habitantes se esfuerzan por huir de las elevadas tasas de desempleo que asuelan sus barrios, y utilizan artimañas para no caer en la discriminación de algunos trabajos. Se cambian los apellidos árabes por franceses, occidentalizan su forma de vestir… Algunos ni siquiera son musulmanes, aunque vivan en zonas donde estos predominan.

«Los barrios del municipio de París no-go son falsos, nos hace mucha gracia estar tomándonos copas en zonas consideradas sensibles. Ningún alcalde local va a tolerar ni un minuto algo así. Es cierto que puede haber patrullas de jóvenes fanáticos que se dedican a vigilar las zonas o que episódicamente salafistas de Saint-Denis amenacen especialmente a las chicas por su atuendo: de vez en cuando se escuchan insultos del estilo 'eres una puta por fumar', pero esto ocurre desde hace 20 años», describe el prestigioso periodista especializado en geopolítica Hyman Harold. «Antes de internet, tuvimos la guerra civil argelina en los noventa, en ese momento, la gente de la rebelión islamista vino aquí para reclutar a jóvenes delincuentes, pero desde internet ahora se radicalizan en su propio cuarto».

La conversación telefónica discurre mientras que este especialista en suburbios se toma una copa en pleno centro de «Bobolandia» (apelativo para los burgueses bohemios), cerca del lugar donde atentaron la noche del viernes 13. «A 400 metros de aquí tenemos la mezquita Omar, una de las más radicales de Francia». Es por tanto este fracaso en la convivencia entre dos formas de vivir opuestas lo que alimenta el odio y el fanatismo: «Ellos ven de manera cotidiana a mujeres que beben a pocos metros de la mezquita. No hay integración y los comerciantes de las tiendas, unas occidentales y otras islámicas, no se dirigen entre ellos la palabra», añade.

Pero hay distritos más conflictivos que otros, y existen opiniones de todo tipo al respecto de su radicalización. El diario galo «Le Figaro» se hizo eco del gran flujo de kalashnikov que entran y salen de los suburbios franceses. «Por unos cuantos cientos de euros se pueden comprar fusiles de asalto. ¡El precio de un iPhone!», reflexionaba el politólogo Sebastien Roché en la publicación. El suburbio marsellés de La Castellane (7.000 habitantes) es uno de los epicentros del tráfico de armas y drogas de Francia. Con uno de cada dos vecinos en paro y el 40% por debajo del umbral de pobreza, los tiroteos entre gangsters y bandas de todo tipo están a la orden del día. Franceses de origen magrebí, esencialmente de ascendencia argelina, conforman un caladero de delincuentes señalado continuamente por el Gobierno. De hecho, poco después de los atentados de Charlie Hebdo, durante la visita de Manuel Valls, un ataque a tiros contra la policía encendió de nuevo la psicosis.

Precisamente, con estos fusiles de asalto los terroristas atacaron diferentes puntos de París en el peor atentado sufrido por el país. Muchos de estas «banlieues», pero no todas, se han convertido en cuna de muyahidines. Uno de las más señaladas es Saint-Denis. Ahí fue donde dos terroristas iniciaron el viernes negro inmolándose a las puertas del Estadio de Francia y también donde una operación antiterrorista posterior se saldó con ocho detenidos y tres muertos que planeaba otro ataque. Saint-Denis es uno de los suburbios con más población musulmana de Francia: lo son alrededor de 600.000 de sus habitantes, procedentes del norte y este de África, de una población total de 1,4 millones. Saint-Denis está dividido en 40 distritos administrativos, conocidos como «communes», de los cuales 36 aparecen en la lista oficial de ZUS.

Conocido localmente como «noventa y tres» o «nueve tres», los dos primeros dígitos del código postal de este suburbio, Saint-Denis tiene una de las tasas más altas de desempleo en Francia: 24% frente al 10,3% de la media nacional, porcentaje del que más del 40% representa a menores de 25 años. El tráfico de drogas y los crímenes violentos son la norma en esta especie de «ciudad sin ley».

Como respuesta a los reportajes sobre barrios de la sharía en Francia y una posible estigmatización, surgieron respuestas de todo tipo, desde las ofendidas hasta las solidarias. Un fotógrafo amateur Julian Bottriaux que frecuenta estas zonas señaladas ha creado un blog donde da la palabra a los vecinos de estos barrios, acompañando la entrevista con un retrato.

«El problema de bombardear Raqqa o Mosul (capitales del autodenominado califato) es que aunque acabes con el último yihadista de Daesh sobre la faz de la tierra, su narrativa es tan fuerte…Esta ideología existe desde mucho antes de Daesh, y seguirá después de Daesh», subraya el especialista de Chatham House, británico de confesión musulmana. Al final de la entrevista dice sentirse uno más en Reino Unido, nunca un extraño: «En Francia, cuando he ido con mi mujer, al ir con su velo notaba miradas diferentes que las que siento en mi país. En esto nos diferenciamos mucho británicos y franceses, muchos de allí hablan de musulmanes y no de franceses, y en Inglaterra, somos británicos de confesión musulmana, no musulmanes», agrega.

Daesh no necesita mandar a yihadistas desde el califato cuando tienen unacantera en ciernes en Europa dispuesta a atentar. Al Khoei concluye que el propósito del grupo yihadista es la polarización de Europa. «Lo hacen público ellos mismos. No quieren grises, solo blanco y negro, fieles e infieles, que unos odien a los otros y que los musulmanes sientan que no les queda otro camino que su violencia».

Los terroristas atacaron el centro de la fiesta parisina donde la juventud bohemia y acomodada se entremezcla con los nietos de argelinos y marroquies emigrados. «Para ellos, es o vivir con los 'bobos' o en un gueto», concluye Harold. Más allá, por ahora, parece poco posible.

Ataque al París joven y bohemio («Bobo»)

SILVIA NIETO

Sin el trasiego comercial de los Campos Elíseos, a salvo de los visitantes que desfilan cámara en mano y protegidos de los restaurantes de comida rápida y tiendas de recuerdos que invaden parte del Barrio Latino. En París, los distritos diez y once conservan su singularidad porque permanecen al margen del circuito turístico: en sus calles no hay un Sagrado Corazón, esa basílica de finales del XIX levantada con una piedra blanca que lava la lluvia, ni una Torre Eiffel, fruto de la Exposición Universal de 1889 y de la pericia en la ingeniería del hierro. En sus calles, el patrimonio se encuentra en la vida que albergan los cafés, los teatros y los cines. Esos lugares que se convirtieron en diana de los atentados terroristas que costaron la vida a 130 personas e hirieron a 350 durante la noche del viernes 13 de noviembre.

«Nos sentaremos de nuevo en las terrazas del este parisino, en esos barrios mestizos y abigarrados que son lo mejor que tenemos», escribió el periodista Luc Le Vaillant en el diario «Libération» dos días después de los ataques. «Mañana, volveremos a juntarnos los unos con los otros, con los puños cerrados, con los codos en el cuerpo, sobre esta explanada que se está convirtiendo en la más bella y la más triste de París, en la más conmovedora y la más significativa», añadió en referencia a la plaza de la República. Allí nacen las calles y los bulevares en los que murieron las víctimas y donde los ciudadanos ahora las homenajean, como ya homenajearon en enero a los dibujantes de la revista satírica «Charlie Hebdo». Por segunda vez en un año, la violencia sacudió la capital y el terror irrumpió en la vida cotidiana: actos tan banales como beber con los amigos, asistir a un concierto o salir a cenar continúan enrarecidos por el miedo. Con instinto de resistencia, algunos vecinos de la ciudad se adhirieron a la campaña de la red social Twitter #JeSuisEnTerrasse —literalmente, estoy en la terraza— y subieron fotos propias disfrutando de una jarra de cerveza o una copa de vino en restaurantes o bares. Esos lugares que abundan en la rue Oberkampf o en la plaza de la Bastilla, situadas en las inmediaciones de los atentados.

«El triángulo de oro de la cultura joven y parisina ha sido cubierto de sangre», indicó el periodista Manu Saadia en el medio estadounidense «Fusion». Cultura y juventud son dos rasgos que definen con precisión los barrios atacados. Los habitantes de los distritos diez y once son conocidos, no sin mala leche, como los «bobos»: esos chicos algo burgueses y un poco bohemios, con estudios universitarios e ideología próxima a la izquierda y poseedores de «un capital cultural y económico elevado», como explicó el sociólogo Bernard Lahire a la revista francesa «Les Inrocks» en abril de 2010. Pero también abiertos a la convivencia multiétnica. «Han disparado sobre mi generación. Han golpeado nuestra juventud. La cosmopolita, la tolerante, la generación sin nación, la generación sin barreras, la generación sin ejército, ¡la generación de la paz!», publicó «Le Monde» el 26 de noviembre en un artículo titulado «¡Sí, la generación Bataclan ha nacido!». Ubicado en el distrito once, el atentado contra el teatro Bataclan se cobró la vida de 90 personas. La sala de espectáculos posee una arquitectura que recoge esa pulsión «cosmopolita». La fachada imita un templo chino, en recuerdo del compositor francés Jacques Offenbach y de su obra «Ba-Ta-Clan», ambientada en un oriente exótico y a la que debe su nombre.

Los paseos no solo desvelan los misterios de una ciudad, sino también el carácter de sus habitantes. París no es una excepción. Una caminata de quince minutos desde la plaza de la República conduce al Canal Saint-Martin, ubicado en el distrito once, abrigado por los árboles que recorren su orilla y sumergido en la parsimonia propia de un lugar medio descubierto por el turismo. El quai de Jemmapes —«quai» se llaman las avenidas situadas junto al agua— recorre sus márgenes. En el número 80, el bar «Le Comptoir Général» acumula trastos de todas partes del mundo y recuerda a una tasca perdida en una colonia del África francesa en algún momento del siglo pasado. En el 43, el Centro Cultural Pouya enseña a los curiosos los entresijos de la cultura iraní y permite consultar libros en persa mientras se disfruta de un té con dátiles. Los restaurantes Le Carrillon y Le Petit Cambodge, ubicados en la intersección entre la rue Alibert y la rue Bichet, se encuentran a menos de cinco minutos a pie. Un total de catorce personas murieron tiroteadas en sus terrazas, que ahora cubren las flores y los mensajes de condolencia.

«París no se acaba nunca, y el recuerdo de cada persona que ha vivido allí es distinto del recuerdo de cualquier otra. Siempre hemos vuelto, estuviéramos donde estuviéramos, y sin importarnos lo trabajoso o lo fácil que fuera llegar allí. París siempre valía la pena, y uno recibía siempre a trueque de lo que allí dejaba. Yo he hablado de París según era en los primeros tiempos, cuando éramos muy pobres y muy felices», escribió Ernest Hemingway al final de su obra «París era una fiesta» (1964), donde recogió sus recuerdos sobre la ciudad en la década de los años 20. Como señaló la cadena de radio «France Culture», tanto ese libro como el cartel de la película «París nos pertenece» (Jacques Rivette, 1960), donde el actor Giani Esposito pasea por uno de los tejados de la capital, se reivindicaron como símbolos de resistencia contra el terror causado por los atentados. La ciudad lucha ahora por volver a la normalidad.

ABC (España)

 



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