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07/12/2015 | Turbulencia democrática

Héctor Schamis

En América Latina, darle vigor a las reglas de la democracia es como el mito de Sísifo

 

América Latina está en la encrucijada. Debe ser el cliché mas repetido en toda su historia y, sin embargo, a veces es absolutamente cierto, como este diciembre que ha comenzado a los topetazos por todas partes. La región decidió hace décadas que solo la democracia es el sistema político bajo el cual se puede vivir y construir un futuro. Pero darle el adecuado vigor a las reglas e instituciones de la democracia—sin las cuales la palabra pierde su significado—es comoEl mito de Sísifo según Camus, un esfuerzo gigantesco y a menudo estéril.

En Argentina, por ejemplo, la primavera de Macri ha dado paso a oscuros nubarrones, producto de lo que parece ser una transición imposible. Imposible porque Cristina Kirchner embarra la cancha sin pausa. Hasta prohibió a sus ministros hablar con los ministros entrantes y todo aquel que desafíe su autoridad, algunos sensatos, recibe una debida ración de ira presidencial saliente. El gobierno entrante desconoce con qué se encontrará el 10 de diciembre.

En sus últimos días, el gobierno kirchnerista actúa cual banda de saqueadores, de los bienes y recursos del Estado, esto es. Abundan las leyes y decretos de último momento, los nombramientos y destinos diplomáticos para quienes tendrán que regresar la semana próxima y los activos de diferentes municipalidades misteriosamente faltantes. La presidente saliente rechaza entregar los símbolos presidenciales al presidente entrante y sus partidarios amenazan con copar el Congreso el día de la transferencia del poder. Tanto como las calles. Es un monumental Síndrome de Estocolmo, un país entero secuestrado por Cristina Kirchner sin que nadie parezca ser capaz de limitar su capacidad de causar daño.

En Brasil el deterioro del gobierno de Dilma Rousseff es concluyente. Con el pedido de destitución y juicio político que comenzará en breve, lo de concluyente podría ser en sentido literal. El proceso ha sido iniciado por Eduardo Cunha, acérrimo opositor que preside el Congreso, también acusado en el proceso de corrupción de Petrobras. Ello es parte del Mensalão, un sistema por el cual los dineros mal habidos terminaban en las arcas del partido gobernante y se usaban para financiar campañas y comprar votos en el Congreso. Incluyendo los votos de los acérrimos opositores, por supuesto.

El problema fundamental de Rousseff, sin embargo, no está dentro del Congreso, donde contaría con los votos para prevenir su destitución, sino afuera. Con una crisis económica que se profundiza, con protestas sociales y algunos próceres, como Fernando Henrique Cardoso, recomendándole renunciar, la aritmética de hoy bien podría cambiar en pocas semanas y la estabilidad, erosionarse precipitadamente. Como síntoma, no debe olvidarse que pocos meses atrás, mal de males, se escucharon reclamos de golpe militar durante las protestas.

A propósito, el gobierno de Ecuador, por su parte, ya puso al ejército en la calle para reprimir las protestas causadas por las enmiendas constitucionales que permiten la reelección indefinida, aprobadas por voto simple en la Asamblea Nacional. Tal vez sea por la violencia callejera que el lenguaje usado haya intentado ser inocuo, hablando de la posibilidad de “postularse o candidatizarse indefinidamente”. Y es quizás por ello que el legislativo ha introducido una disposición transitoria que señala que la nueva norma no tendrá vigencia en la próxima elección de 2017. Eso para neutralizar la oposición al objetivo principal de las enmiendas: la perpetuación de Rafael Correa. Es que nadie cree que el presidente dará un paso al costado, caso contrario la disposición acerca de 2017 no sería transitoria sino parte de la enmienda en cuestión.

Pero no es solo la reelección indefinida que acaba de aprobarse sino también la creación de instrumentos necesarios para dicha perpetuación. En este contexto debe leerse la enmienda constitucional según la cual la comunicación se define como un “servicio público”, sujeta por ende a la regulación del gobierno. Ello es grave, dado que la propia Constitución indica en otros artículos que el Estado es el responsable de la provisión de los servicios públicos. La malla legal esta así armada para que el Ejecutivo pueda restringir la libertad de prensa a voluntad.

En Venezuela se vota este domingo, 6D. En un verdadero plebiscito sobre Maduro, o tal vez sobre el chavismo en general, es la primera vez en 17 años que se tiene certeza que la oposición ganará. Siempre que no haya fraude, por supuesto, y eso además del fraude institucionalizado en el código y el Consejo Nacional Electoral, la maquinaria de la perpetuación.

En un gigantesco dilema, la oposición se ve en la necesidad de ser intransigente y conciliadora al mismo tiempo. La intransigencia para ganar votos y emitir un mensaje ético indispensable. Por ejemplo, que se vota en un régimen autoritario, con presos políticos y sin libertades. La reconciliación para generar tranquilidad y evitar que el caballo se desboque ante un resultado electoral no deseado, un escenario en el que pierden todos.

Es que Maduro, transformado en una caricatura de sí mismo, está en la rueda del ratón, corriendo cada vez mas rápido para quedarse siempre en el mismo lugar. Por ello habla sin parar y amenaza, incluyendo que podría desconocer un resultado adverso. No sorprende entonces la violencia durante la campaña electoral, con asesinatos, desapariciones y una sospechosa intensificación del crimen urbano. El miedo como estrategia; la democracia, un sueño por construir.

 Venezuela es el caso más extremo de una patología común. La política en la región es como jugar un juego de mesa con un niño malcriado, ese que recuerda las reglas solo cuando va ganando. A los Maduros de América Latina tal vez nunca nadie los socializó en tan fundamental y temprano aprendizaje. Ocurre que en democracia las reglas no son meras formalidades, sino que son la esencia misma del sistema, el pegamento que sostiene todas las partes juntas y en funcionamiento. Y sin esas reglas, no hay mas juego por jugar, el juego de la democracia.

El Pais (Es) (España)

 



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