Al desmoronarse la Unión Soviética, tales grupos perdieron no sólo una fuente importante de ingresos sino también su atractivo. Desde entonces, fuera de algunos lugares atrasados de América Latina, África y Asia, el único credo que provee a los tentados por la violencia supuestamente justificada con pretextos a su juicio adecuados es el islam militante, lo que plantea una serie de dilemas nada sencillos a todos los gobiernos occidentales. Por razones comprensibles, no quieren discriminar en contra de las minorías musulmanas, pero al multiplicarse los ataques terroristas perpetrados por islamistas se ven obligados a tomar medidas que motivan la ira de presuntos defensores de las libertades públicas que, lo mismo que sus equivalentes de treinta años atrás, a veces están vinculados con organizaciones nada democráticas.

La reacción del presidente norteamericano Barack Obama y muchos medios periodísticos frente a la masacre perpetrada por una pareja islamista en la ciudad californiana de San Bernardino puede atribuirse a la resistencia del establishment occidental a reconocer que la ofensiva yihadista que está en marcha es todavía más peligrosa que las protagonizadas en el pasado por ultraizquierdistas. Fue penosamente evidente la voluntad de Obama y muchos otros de tomar lo ocurrido por una nueva tragedia imputable a la pasión norteamericana por las armas de fuego o, cuando ya se sabía que se trataba de un episodio muy parecido a la matanza reciente de 130 personas en París, a lo difícil que es para inmigrantes procedentes de otras culturas adaptarse al estilo de vida occidental. Es tan fuerte el deseo de atribuir todo cuanto sucede en el mundo a las deficiencias internas de los países occidentales, y por lo tanto dar por descontado que los yihadistas son en verdad "víctimas" de prejuicios sociales, que hasta los servicios de seguridad han tenido que bajar la guardia por temor a verse acusados de "islamofobia". Asimismo, un vecino de San Bernardino informó que, si bien le habían parecido muy sospechosas las actividades de hombres jóvenes "oriundos del Oriente Medio" que visitaban a los yihadistas, no quería denunciarlos ante las autoridades porque hacerlo sería considerado discriminatorio, cuando no racista.

Con todo, en Europa y Estados Unidos las actitudes frente al islamismo militante están cambiando a causa de la presión ciudadana. La propensión de virtualmente todos los gobiernos occidentales a minimizar el peligro que plantea está facilitando el surgimiento de partidos habitualmente calificados de derechistas o neofascistas que, para alarma de los demás políticos, insisten en que es peor que inútil aferrarse a la convicción de que, en el fondo, no hay diferencias sustanciales entre el islam por un lado y el cristianismo o el judaísmo por el otro. Sucede que, por las razones que fueran, desde hace muchos años los credos occidentales son relativamente pacíficos, lo que no puede decirse de las sectas principales del islam. Incluso los fanáticos sanguinarios de Estado Islámico cuentan con miles de simpatizantes en Europa y Estados Unidos, mientras que en los países mayormente musulmanes abundan los dispuestos a apoyarlos enviándoles combatientes y dinero. 

Es de prever, pues, que en los meses y años próximos se repitan una y otra vez matanzas como las de París y San Bernardino, hasta que los terroristas se vean privados de los pretextos que necesitan. Puesto que los occidentales no podrán obligar a los musulmanes a modificar drásticamente su propio culto, tendrían que convencerlos de que no les convendría en absoluto permitir que una minoría acaso reducida pero así y todo mortífera de sus correligionarios continuara la guerra que ha declarado contra el resto del mundo. A menos que lo intenten, muchos gobiernos occidentales actuales podrían verse reemplazados por otros surgidos de movimientos políticos de ideas muy distintas, como el Frente Nacional de la francesa Marine Le Pen, ya que rendirse a los yihadistas o limitarse a rezar para que dejen de matar en nombre de su fe particular no constituyen opciones realistas.