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12/12/2015 | Paris Climat 2015 - ¿Qué hizo que China cambiara su postura frente al cambio climático?

Andrew Browne

SHANGHAI—Una leyenda china atribuye al dios-rey Da Yu—el “Poderoso Yu”—el domar al Rio Amarillo hace más de 4.000 años.

 

Se dice que los canales de drenaje que él cavó para prevenir las inundaciones dieron luz a la civilización. También estableció una conexión permanente entre el poder político y el medio ambiente. Los emperadores que no podían administrar su entorno natural adecuadamente perdían el “Mandato del Cielo” para gobernar.

Ese es el legado histórico que acompañó al líder actual de China, Xi Jinping a la conferencia de cambio climático en Paris y ayuda a entender la impresionante transformación del país de un obstáculo a los pactos climáticos en la reunión en Copenhague hace seis años a uno de los países que más ha presionado para que se tomen medidas en esta cumbre.

En aquel entonces, China se rehusó a ofrecer compromisos serios sobre reducciones de emisiones, viendo la presión de Estados Unidos como parte de un plan de Occidente para frenar a su economía.

Pero ahora, China y EE.UU., los dos principales emisores de dióxido de carbono del mundo, son socios en la luya para ayudar a salvar el medio ambiente. China ha ofrecido compromisos absolutos, prometiendo llegar a su cenit de emisiones por tarde para 2030. Recientemente reconoció su responsabilidad, prometiendo US$3.000 millones para ayudar a otros países en desarrollo a lidiar con los efectos del cambio climático, igualando una cantidad que EE.UU. ha aportado. No obstante, Xi dijo a otros líderes en París que los países más ricos deben elevar sus contribuciones a los países pobres.

Entre Copenhague y París, los líderes chinos tuvieron una epifanía política.

Para ellos se hizo claro que la degradación ambiental había empeorado tanto como para representar un reto para el mandato de gobierno del partido. Los ciudadanos chinos estaban en rebelión abierta: la polución representaba cerca de la mitad de las protestas públicas. Investigaciones mostraban que la expectativa de vida en el norte de China, que a menudo está cubierto de un denso smog, era 5,5 años menor que en el sur. En respuesta al clamor público, el premier Li Keqiang declaró la guerra a la contaminación aérea, pero esta es un enemigo obstinado. El lunes, Beijing emitió su primera alerta roja, cerrando escuelas y obligando a que los autos se quedaran en sus casas, mientras otro “apocalipsis ambiental” abrumaba a la capital.

Además, la política local ahora influirá de manera decisiva en si China logra cumplir sus metas de reducción de dióxido de carbono y luego acelera su descenso.

Una gran pregunta es si Beijing le dará prioridad a la lucha contra la contaminación ambiental, lo cual no es exactamente lo mismo que luchar para reducir emisiones de dióxido de carbono.

La contaminación ambiental genera malestar entre el público que podría amenazar al régimen y algunos de las medidas de China para mitigarla, como invertir en tecnología para mejorar la eficiencia energética, también reducen las emisiones de dióxido de carbono, ya que recortan el uso de carbón. Pero otras medidas apuntan a contaminantes clave como el sulfuro y el nitrógeno, pero no el dióxido de carbono, el cual contribuye al cambio climático, pero cuyos efectos nocivos no son tan obvios.

Valerie J. Karplus, directora del Proyecto de Clima y Energía de China del Instituto de Tecnología de Massachusetts, escribió que los controles de la calidad del aire “aunque esenciales, solo llevarán a China por parte del camino hacia sus metas de reducción de dióxido de carbono”.

Recortes más profundos requerirán que el país se aleje del carbón barato, el cual representa cerca de dos tercios de la mezcla energética de China, ay se pase a energía más limpia, la cual es más costosa. Esto es políticamente más difícil a corto plazo ya que muy probablemente afectará el crecimiento.

Mucho dependerá del éxito del sistema nacional de comercio de derechos de emisiones que Xi ha prometido. Pero dejar que las empresas compren y vendan permisos para emitir niveles fijos de dióxido de carbono sólo funciona si los incentivos para pasarse a tecnologías verdes, o cambiar de comportamiento, son lo suficientemente altos. Mercados similares en otras partes del mundo no han conseguido superar esa prueba.

Sin embargo, las intenciones de China son claras. Está comprometida a incrementar la participación de combustibles no fósiles en su mezcla energética a 20%, también para 2030, equivalente a casi toda la capacidad de generación eléctrica de EE.UU.

Además, es probable que China alcance su cenit de emisiones antes de 2030, a medida que su crecimiento se desacelera y separa a su economía de su dependencia sobre las inversiones con altos componentes energéticos y manufactura, hacia los servicios y el consumo. Los expertos dicen que es posible que China ya haya alcanzado su tope de uso de carbón.

A fin de cuentas, el cambio climático tiene que ver con el agua, los efectos destructivos que vienen con mucha de ella o muy poca.

Las inundaciones y sequías pondrán a prueba al régimen, como lo han hecho por miles de años. Los acuíferos debajo de las planicies del norte de China ya se están secando, mientras que el propio Río Amarillo queda convertido en una quebrada antes de llegar al océano. Pronto, los crecientes niveles del mar amenazarán seriamente a Shanghai, la mayor ciudad de China, así como amplias extensiones de la costa del país.

Se necesitará de la habilidad y determinación del “Poderoso Yu” para superar este reto. No solo el régimen del Partido Comunista depende de ello, sino el futuro de la civilización china y del mundo más allá de sus fronteras.

Wall Street Journal (Estados Unidos)

 



 
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