SHANGHAI—Una leyenda china atribuye al dios-rey Da Yu—el “Poderoso Yu”—el domar al Rio Amarillo hace más de 4.000 años.
Se dice
que los canales de drenaje que él cavó para prevenir las inundaciones dieron
luz a la civilización. También estableció una conexión permanente entre el
poder político y el medio ambiente. Los emperadores que no podían administrar
su entorno natural adecuadamente perdían el “Mandato del Cielo” para gobernar.
Ese es
el legado histórico que acompañó al líder actual de China, Xi Jinping a la
conferencia de cambio climático en Paris y ayuda a entender la impresionante
transformación del país de un obstáculo a los pactos climáticos en la reunión
en Copenhague hace seis años a uno de los países que más ha presionado para que
se tomen medidas en esta cumbre.
En aquel
entonces, China se rehusó a ofrecer compromisos serios sobre reducciones de
emisiones, viendo la presión de Estados Unidos como parte de un plan de
Occidente para frenar a su economía.
Pero
ahora, China y EE.UU., los dos principales emisores de dióxido de carbono del
mundo, son socios en la luya para ayudar a salvar el medio ambiente. China ha
ofrecido compromisos absolutos, prometiendo llegar a su cenit de emisiones por
tarde para 2030. Recientemente reconoció su responsabilidad, prometiendo
US$3.000 millones para ayudar a otros países en desarrollo a lidiar con los
efectos del cambio climático, igualando una cantidad que EE.UU. ha aportado. No
obstante, Xi dijo a otros líderes en París que los países más ricos deben
elevar sus contribuciones a los países pobres.
Entre
Copenhague y París, los líderes chinos tuvieron una epifanía política.
Para
ellos se hizo claro que la degradación ambiental había empeorado tanto como
para representar un reto para el mandato de gobierno del partido. Los
ciudadanos chinos estaban en rebelión abierta: la polución representaba cerca
de la mitad de las protestas públicas. Investigaciones mostraban que la
expectativa de vida en el norte de China, que a menudo está cubierto de un
denso smog, era 5,5 años menor que en el sur. En respuesta al clamor público,
el premier Li Keqiang declaró la guerra a la contaminación aérea, pero esta es
un enemigo obstinado. El lunes, Beijing emitió su primera alerta roja, cerrando
escuelas y obligando a que los autos se quedaran en sus casas, mientras otro
“apocalipsis ambiental” abrumaba a la capital.
Además,
la política local ahora influirá de manera decisiva en si China logra cumplir
sus metas de reducción de dióxido de carbono y luego acelera su descenso.
Una gran
pregunta es si Beijing le dará prioridad a la lucha contra la contaminación
ambiental, lo cual no es exactamente lo mismo que luchar para reducir emisiones
de dióxido de carbono.
La
contaminación ambiental genera malestar entre el público que podría amenazar al
régimen y algunos de las medidas de China para mitigarla, como invertir en tecnología
para mejorar la eficiencia energética, también reducen las emisiones de dióxido
de carbono, ya que recortan el uso de carbón. Pero otras medidas apuntan a
contaminantes clave como el sulfuro y el nitrógeno, pero no el dióxido de
carbono, el cual contribuye al cambio climático, pero cuyos efectos nocivos no
son tan obvios.
Valerie
J. Karplus, directora del Proyecto de Clima y Energía de China del Instituto de
Tecnología de Massachusetts, escribió que los controles de la calidad del aire
“aunque esenciales, solo llevarán a China por parte del camino hacia sus metas
de reducción de dióxido de carbono”.
Recortes
más profundos requerirán que el país se aleje del carbón barato, el cual
representa cerca de dos tercios de la mezcla energética de China, ay se pase a
energía más limpia, la cual es más costosa. Esto es políticamente más difícil a
corto plazo ya que muy probablemente afectará el crecimiento.
Mucho
dependerá del éxito del sistema nacional de comercio de derechos de emisiones
que Xi ha prometido. Pero dejar que las empresas compren y vendan permisos para
emitir niveles fijos de dióxido de carbono sólo funciona si los incentivos para
pasarse a tecnologías verdes, o cambiar de comportamiento, son lo
suficientemente altos. Mercados similares en otras partes del mundo no han
conseguido superar esa prueba.
Sin
embargo, las intenciones de China son claras. Está comprometida a incrementar
la participación de combustibles no fósiles en su mezcla energética a 20%,
también para 2030, equivalente a casi toda la capacidad de generación eléctrica
de EE.UU.
Además,
es probable que China alcance su cenit de emisiones antes de 2030, a medida que
su crecimiento se desacelera y separa a su economía de su dependencia sobre las
inversiones con altos componentes energéticos y manufactura, hacia los
servicios y el consumo. Los expertos dicen que es posible que China ya haya
alcanzado su tope de uso de carbón.
A fin de
cuentas, el cambio climático tiene que ver con el agua, los efectos
destructivos que vienen con mucha de ella o muy poca.
Las
inundaciones y sequías pondrán a prueba al régimen, como lo han hecho por miles
de años. Los acuíferos debajo de las planicies del norte de China ya se están
secando, mientras que el propio Río Amarillo queda convertido en una quebrada
antes de llegar al océano. Pronto, los crecientes niveles del mar amenazarán
seriamente a Shanghai, la mayor ciudad de China, así como amplias extensiones
de la costa del país.
Se
necesitará de la habilidad y determinación del “Poderoso Yu” para superar este
reto. No solo el régimen del Partido Comunista depende de ello, sino el futuro
de la civilización china y del mundo más allá de sus fronteras.