Con todo, por "histórico" que haya sido el pacto, no hay garantía alguna de que sirva para incidir mucho en la evolución del clima en las próximas décadas. Antes bien, lo más probable es que, como el compromiso casi universal con "la paz", lo logrado en París resulte meramente retórico. Al fin y al cabo, de estar en lo cierto los persuadidos de que el calentamiento registrado en años recientes se ha debido exclusivamente al desarrollo económico y que por lo tanto, de quererlo, la comunidad internacional sería capaz de modificar el clima mundial, para hacerlo tendría que impedir que los países aún subdesarrollados adoptaran los mismos procedimientos que los avanzados.

Se trata de una alternativa que, por razones evidentes, dista de ser realista. Si bien los países más ricos se están esforzando por reducir la contaminación ambiental porque así lo exigen sus habitantes, en especial los de clase media, otros, entre ellos India y China, se resisten a tomar medidas que demorarían su propia salida de la pobreza ancestral. Desde su punto de vista, hay que privilegiar los intereses inmediatos de la población. Para conseguir su apoyo al acuerdo de París, recibirán paquetes de ayuda sustanciales –se habla de un fondo de 100.000 millones de dólares– a cambio de medidas que, en el corto plazo al menos, tendrían consecuencias negativas para los más pobres. Puesto que en América del Norte, Europa y Japón sectores crecientes se sienten económicamente postergados, a los gobiernos de los países desarrollados no les será del todo fácil convencerlos de la necesidad de resignarse a pagar la parte del león de los costos financieros de "salvar el planeta".

Gracias a los avances tecnológicos y a las presiones sociales, es posible que los países ricos pronto estén en condiciones de darse el lujo de prescindir del uso intensivo de carbón y petróleo, pero no puede decirse lo mismo de India, que continuará dependiendo del carbón para obtener la energía que tanto necesita; China y muchos otros "emergentes" que están en vías de industrializarse. También se sienten bajo ataque países petroleros como Venezuela, Arabia Saudita, Irán, Irak y los emiratos del Golfo, que carecen por completo de industrias competitivas y no cuentan con otros recursos exportables; para alcanzar un consenso, los franceses tuvieron que pasar por alto lo difícil que sería para ellos que el resto del mundo se comprometiera a limitarse a emplear energía limpia. Ya se han visto golpeados por la caída vertiginosa del precio del petróleo en los mercados internacionales, de suerte que no extraña que les haya disgustado la idea de que el petróleo sea contaminante. Así las cosas, parecería que lo acordado en París no ha sido mucho más que una lista de buenas intenciones que brindaron a los políticos y funcionarios participantes una oportunidad para felicitarse por su propia virtud; como suele suceder en tales circunstancias, casi todos los asistentes la aprovecharon con entusiasmo, mientras que los mandatarios de distintos países formularon declaraciones destinadas a impresionar a sus compatriotas con su presunto compromiso con "un mundo mejor".

El problema planteado por el hecho indiscutible de que el desarrollo económico a menudo tiene un impacto muy deletéreo en el medioambiente, sobre todo en sociedades como la nuestra en que pocos prestan atención a las reglas supuestamente imperantes, sería mucho más sencillo si el mundo tuviera menos habitantes. Tal y como están las cosas, para que aproximadamente 7.000 millones de personas disfrutaran de un nivel de vida equiparable con el de la mayoría de los norteamericanos, europeos occidentales o japoneses, sería necesario resignarnos a un grado de contaminación industrial y agrícola muy superior al actual pero, claro está, no sería aceptable exigirles a los rezagados que esperen hasta que los países más avanzados hayan encontrado la forma de producir mucho más sin emitir gases contaminantes, razón por la que sorprendería que lo firmado en París el sábado pasado se viera seguido por muchos cambios concretos.