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21/12/2015 | El 'lujo' de vivir en el infierno de una cárcel en México

Javier Brandoli

Las mafias y los guardas corruptos convierten las prisiones de México en "los hoteles más caros del mundo". En los centros penitenciarios del país todo tiene precio: las tarifas de seguridad, la comida, el sexo y las visitas. Más de 233.000 internos viven en prisiones con capacidad sólo para 166.000.

 

A Octavio (no se desvela su apellido por su seguridad) lo primero que hicieron cuando ingresó en el Reclusorio Norte del DF fue robarle: "Los guardas me desnudaron y se repartieron delante de mí todas mis pertenencias. Luego me dieron una ropa muy sucia y los propios custodios me explicaron con detalle las tarifas. Todo tiene un precio allí dentro: comer, beber agua potable, usar un retrete, tener sexo, dormir tumbado, que no te peguen...".

Octavio, que estaba acusado de homicidio y robo, y pasó casi un año entre rejas hasta que se le consideró inocente, narra el infierno de las cárceles mexicanas, un micromundo en el que los reos más peligrosos y guardas corruptos ponen las reglas a mordiscos. La norma más importante del penal es "encontrar a la madre" que es quien decidirá si uno consigue salir de allí vivo o muerto, explica el ex interno. La madre, significativo nombre que es como llaman a un preso veterano y, en la práctica, el verdadero rector de lo que pasa dentro de los muros, decide el futuro de todos sus "hijos".

"Nada más entrar realizan lo que se conoce como fajina, una suerte de trabajo de limpieza y servicio que hacen los nuevos internos. Si no quieren realizarlo deben pagar a otros internos y guardas", explica también a EL MUNDO Roberto Cortés, abogado de la ONG Documenta, especializada en luchar por los derechos y representación de los presos mexicanos y constante asiduo de la realidad que se vive en las peores prisiones del país. "Hay un autogobierno de los presos", asegura.

Extorsiones a familiares

"Al ingresar al patio otros internos analizan tu aspecto, te hacen preguntas para saber cuánto pueden sacarte y te piden el teléfono de tus padres para extorsionarlos. Yo entré sin dinero y tuve que hacer al principio trabajos de limpieza o entregas de comida y droga que me encomendaban", recuerda Octavio.

Entonces se entra en contacto con la madre. "Es un veterano al que hay que contactar, él es el que decide", explica Cortés. "Mis padres venían a visitarme y me traían dinero por lo que pude elegir mi celda y tener un guardaespaldas", dice Octavio. "Hay un personaje dentro de las prisiones que en algunos lugares lo llaman el monstruo. No tiene familia ni ingresos y se rentan como guardaespaldas y casi esclavos. Si hay una pelea, por ejemplo, son ellos los que se enfrentan por orden de sus respectivos amos", cuenta Leonel Fernández, investigador del Observatorio Nacional Ciudadano. A veces hay varias madres y varios grupos que se distribuyen zonas del penal o que acaban luchando por el control total de la plaza.

Octavio llegó a un acuerdo y pagaba 2.000 pesos al mes (115 euros) "por elegir una buena celda" y unos 100 pesos (5,5 euros) diarios, de media, a su esclavo guardaespaldas. "Iba conmigo a todas partes y hacía todo lo que yo le mandaba. Tú le pagas la comida y sus gastos", recuerda.

Las celdas

La buena y privilegiada celda de la que hablaba Octavio consistía en "un espacio de 4 metros de largo por tres de ancho en el que dormíamos 38 personas. Algunos dormían de pie y otros tumbados o en hamacas. Si tenías que ir al baño ibas pisando cuerpos". ¿Eso era una buena celda? "Sí, porque elegías con quien dormías, lejos de las zonas en las que están los reclusos más peligrosos. Había televisión y radio. Puedes pagando más a la madre tener una celda propia para tí solo, pero eso te señala mucho, hace ver a todos que tienes dinero y eso es muy arriesgado", explica.

"Algunos duermen de pie, los llamados vampiritos, colgados de sábanas, y otros incluso en los baños", incide Leonel. "Cuando no pagas por dormir te encierran en celdas donde eres golpeado. Incluso habilitan los comedores y zonas comunes para dormir", afirman en la ONG Documenta. Hay hasta vídeos en internet que consiguieron grabar presos, en los que se hace el pago por pasar revista, en el quetodos los presos pagan una cantidad a los guardas, un impuesto obligatorio en el que el recibí significa no llevarte una colección de patadas. "En ocasiones lo cobran presos y luego se reparte con los agentes", dice Roberto.

El negocio es vertical y en él están metidas las mafias que conforman algunos guardas y reclusos. "Algunos custodios se ofrecían a cuidarte más por 3.000 o 4.000 pesos al mes", denuncia Octavio sobre esa enorme corrupción policial en la que se reparten las extorsiones para no ser robado, golpeado o, incluso, asesinado.

"Hay penales en los que incluso son los guardas los que pagan a los reclusos para que les garanticen su seguridad", asegura Fernández. "En el Reclusorio Norte se daban esos pagos por parte de los custodios a los presos líderes en forma de especie, les hacían favores", dice Octavio que recuerda que cuando él estuvo en prisión había "una media de 3 a 5 muertes diarias entre naturales y no naturales".

Las visitas

Mientras, las familias son las que sostienen la vida de sus familiares dentro de las cárceles. "Muchas veces los internos piden a sus allegados que no vayan a visitarlos para impedir extorsiones", cuenta el letrado. "Es mejor que no vengan bien vestidos, que nadie se dé cuenta si tienen dinero. Sólo para conseguir pasar los distintos portones de la cárcel, hasta ver al familiar en el patio, pueden tener que pagar sobornos a los guardas en cada control por un total de hasta 400 pesos (22 euros)", dice el ex preso. "Se calcula que en cada visita las familias, algunas muy humildes, gastan 400 pesos en los centros estatales. Si se trata de centros federales el coste, que puede incluir largos desplazamientos y hostales, alcanza hasta los 5000 pesos y 25 horas de viaje", cuenta Fernández.

Se llega entonces al patio, ya que las salas de visitas están sobrepasadas, y se paga una pequeña cantidad a los conocidos como estafetas, presos que se dedican a avisar al recluso que se viene a visitar, conseguir unas sillas o hablar en una buena zona lejos de las áreas más peligrosas. "También se pueden alargar las visitas de los 10 o 15 minutos que te conceden pagando casi 60 pesos. Incluso puedes elegir que se haga en el comedor o en un sitio mejor si puedes abonar el precio", dice Octavio.

Sexo en la cárcel

Algunas visitas entran en el engorroso asunto de tener sexo entre rejas con sus parejas. "En los reclusorios norte y sur del DF, en el patio, hay unas lonas que conforman como tiendas de campaña y que alquilan algunos internos para que otros internos tengan encuentros íntimos con sus parejas", explica Roberto. El sexo en la cárcel se hace, por tanto, metidos bajo unas flacas lonas, rodeados de cientos de personas, tras también el preceptivo pago. "Tener encuentros íntimos en los cuartos habilitados oficialmente es un trámite burocrático larguísimo y son además salas muy sucias a las que los presos no quieren ir", denuncia el abogado.

No es el único sexo de pago en la cárcel. "Hay mucha prostitución. Se deja entrar a prostitutas y se paga por encuentros con ellas. Incluso en ocasiones se las introduce por la noche", explica el ex preso. "En el caso del colectivo Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales (LGBT) como no tienen visitas y son despreciados por sus familias se prostituyen para tener ingresos", dice Cortés.

La alimentación

La comida y la bebida con algo de cantidad y calidad se paga; el uso del agua, también. Tener una ducha de agua caliente cuesta entre 20 y 30 pesos; tenerla de agua fría son entre 10 y 15 pesos. "Usar un retrete cuesta dinero. Los que no pueden pagarlo hacen sus necesidades en unas duchas determinadas. A ese espacio los presos del Reclusorio Oriente lo conocen como playa Tamarindo", explica Roberto. Los internos se lavan literalmente entre heces bajo un olor insoportable. "Otros, los que tenían dinero, iban a la sauna que había en el penal y que costaba 65 pesos". ¿Quién construyó esa sauna dentro del reclusorio? "¿Quién cree usted?", contesta Octavio entre risas. La propia Comisión Nacional de Derechos Humanos tiene fotografiadas pistas de tenis, fiestas con decoración, mesas y sillas en los jardines, y baños y habitaciones de lujo dentro de los penales para los presos VIP.

Algunas imágenes hablan más que las palabras y algunos números casi las hacen innecesarias: "Según el último estudio realizado en las prisiones, el 53% de los presos en cárceles estatales no tienen agua para beber; el 32% no accede a agua para asearse; el 20% carece de todo tipo de agua; el 18% la compra y el 12% hierve agua sucia para luego poderla consumir", apuntan en el Observatorio Ciudadano.

"En el reclusorio de Oriente hay días en los que hay tianguis (mercadillos) dentro del penal y los presos colocan sus puestos de venta de fruta, carnes, verdura. Sino toca comer en el penal y los internos nos denuncian que comen carne cruda, podrida, cocinada en ollas muy sucias, sin platos", explica el letrado. Todo ese mundo de pésima higiene desemboca en unos cuidados médicos mínimos que también tienen un coste. "Los presos venden las citas que tienen con los médicosy que se solicitan para comercializar posteriormente con ellas", dice Roberto. "Yo tuve suerte, mi padre es médico y él me traía en los encuentros las medicinas", relata Octavio.

Las autoridades miran hacia otro lado

Todo ese micromundo de las prisiones es una realidad conocida por las autoridades mexicanas que miran a otro lado. Cada año salen informes, vídeos que denuncian los presos, cifras de muertes, suicidios y corruptelas que nunca se acaban. EL MUNDO ha podido visitar dos penales del país: El Altiplano, del que se fugó el narcotraficante El Chapo, y el penal estatal de El Parral, en Chihuahua, galardonado con premios internacionales. No ha habido respuesta a nuestra propuesta de visita del famoso Reclusorio Oriente.

La ingente población reclusa mexicana, más de 233.000 internos cuando la capacidad carcelaria es de 166.000, malvive entre muros de cemento donde la inserción es una utopía. "Lo peor del sistema de justicia mexicano son las cárceles, convertidas en los hoteles más caros del mundo. Microestados con reglas propias sin humanidad ni autoridad. Hay mucha corrupción y los guardas son parte del problema", afirma Fernández.

La propia Comisión Nacional de Derechos Humanos de México, organismo oficial, resume todo lo narrado anteriormente en su informe de 2014 sobre las prisiones así: "Hay deficiencia en el control de los centros por parte de la autoridad, permitiendo que los internos intervengan con poder de decisión en la seguridad, los servicios y las actividades productivas, educativas y deportivas, de alimentación, mantenimiento y limpieza, así como el control de ingreso de visitas tanto familiar como intima , uso de los teléfonos y otros. Situación que vulnera la seguridad y favorece la violencia y presión que se ejerce para mantener el control".

El Mundo (España)

 



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