Si bien saben que los fanáticos que están librando una guerra santa brutal contra todos aquellos que no comparten sus ideas constituyen una pequeña minoría de los más de mil millones de musulmanes y que, de todos modos, la mayoría abrumadora de las víctimas de las atrocidades de Estado Islámico, Al Qaeda, Boko Haram y otras organizaciones igualmente crueles es de la misma religión, temen que muchos calificados de "moderados" estén dispuestos a colaborar con los extremistas. 

Asimismo, en Europa sobre todo, el desprecio evidente que sienten miles de refugiados por las normas sociales de los países que los han acogido está provocando una reacción muy fuerte. En Alemania, Austria, Suecia, Francia, Eslovenia, Polonia, la República Checa y Hungría están consolidándose movimientos que son declaradamente "islamofóbicos"; quieren que sus gobiernos no sólo mantengan a raya a los centenares de miles, acaso millones, de musulmanes que están procurando trasladarse a Europa, sino que también comiencen a expulsar a todos aquellos que son reacios a adaptarse plenamente a las costumbres locales. Con mira a aplacarlos, el gobierno socialista de Francia quiere revocar la ciudadanía de personas acusadas de complicidad con el terrorismo –el islamista, claro está–, que tienen doble nacionalidad, mientras que en el este de Europa son cada vez más los mandatarios que se niegan a permitir la formación de enclaves musulmanes en sus propias jurisdicciones.

Los intentos de políticos y de medios de difusión comprometidos con el multiculturalismo por desacreditar a los partidos y movimiento que se afirman contrarios a "la islamización de Europa", calificándolos de "ultraderechistas", han sido contraproducentes; a muchos les parece absurdo llamar "neonazis" a todos los preocupados por la agresividad sexual indisimulada de los sujetos, casi todos musulmanes y muchos de ellos refugiados, que celebraron el Año Nuevo cristiano atacando a miles de mujeres en Colonia y otras ciudades del norte de Europa. 

Tampoco ha servido para mucho señalar que los asesinos del Estado Islámico quieren ampliar la brecha que ya separa a los musulmanes de los demás europeos. Conscientes de que ha fracasado la estrategia basada en la esperanza de que, de resultas de los crímenes feroces cometidos a diario por los islamistas en distintas partes del mundo, los "moderados" colaborarían voluntariamente con la Policía, los servicios de inteligencia y las fuerzas armadas para poner fin al flagelo, muchos europeos que hace poco daban la bienvenida a las columnas de refugiados que caminaban hacia Alemania y Suecia han cambiado de opinión. Para ellos, el islam ha resultado ser incompatible con los valores actuales y por lo tanto hay que frenar su expansión.

¿Podrían lograrlo sin traicionar los valores, que privilegian el pluralismo y la tolerancia mutua, con los cuales casi todos se afirman comprometidos? Se trata de un dilema que ha paralizado a los gobiernos europeos pero, por ser tan grandes los riesgos planteados por la presencia ya multitudinaria de adherentes de una fe que no se destaca por la tolerancia, lo tendrán que enfrentar. Todo sería más sencillo si en Europa el islam evolucionara de la misma manera que el cristianismo que, después de más de un milenio de virtual hegemonía, se diluyó hasta convertirse en un asunto mayormente privado, pero en el caso de que lo hiciera sería cuestión de un cambio que necesitaría muchos años. 

Mientras tanto, los conflictos continuarán produciéndose, lo que beneficiará a agrupaciones que sí son ultraderechistas o ultraizquierdistas, y la tensión resultante, combinada con las dificultades económicas y sociales ocasionadas por el euro, pondrá en peligro el futuro de la Unión Europea puesto que, según los nacionalistas en Francia, el Reino Unido, últimamente en Alemania, Suecia y otros países también, el gran responsable tanto de los problemas socioeconómicos como de la llegada caótica de más de millón de refugiados musulmanes el año pasado se llama Bruselas.