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01/02/2016 | Fortaleza Europa

Río Negro Staff

De haber anunciado hace un par de meses un gobierno europeo que expulsaría a 80.000 personas que buscaban asilo, dirigentes políticos e intelectuales del resto del continente lo hubieran calificado de ultraderechista, xenófobo y hasta neonazi, pero desde entonces mucho ha cambiado.

 

Aunque la decisión en tal sentido del gobierno centroizquierdista de Suecia ha motivado algunas críticas, la mayoría la considera lógica, ya que entiende muy bien que las autoridades del país escandinavo no podrán manejar la situación provocada por la irrupción de centenares de miles de refugiados y migrantes económicos. 

Asimismo, los suecos distan de ser los únicos que, luego de haber abierto de par en par las puertas para que entraran los necesitados del mundo subdesarrollado, quieren cerrarlas. También están tratando de hacerlo los finlandeses, dinamarqueses, británicos, alemanes, austríacos, húngaros y franceses, además de los gobiernos de países balcánicos que no pertenecen a la Unión Europea, lo que deja aislada a Grecia que, por razones geográficas, no puede frenar el ingreso por mar o tierra de las multitudes procedentes de Turquía. 

Para lograrlo, Grecia precisaría la ayuda no sólo financiera sino también militar, en especial naval, de los países más ricos que, según parece, son reacios a colaborar. Antes bien, se limitan a presionar a los griegos para que registren debidamente a los refugiados a fin de distinguir entre los sirios, afganos e iraquíes por un lado y, por el otro, los miles de paquistaníes, bangladesíes y norafricanos que están aprovechando una oportunidad acaso irrepetible para trasladarse, con sus familiares, a los países ricos del norte de Europa.

Puede que la catástrofe humanitaria que se ha producido no sea obra exclusiva de la alemana Angela Merkel, ya que sólo reaccionó frente a un desastre causado por otros, pero se las arregló para agravarla al proclamar que su país acogería a virtualmente todos los deseosos de entrar, de tal modo impulsando un movimiento migratorio en gran escala en que morirían miles de personas. 

Cegados por sus propios prejuicios, dirigentes como Merkel y sus equivalentes de Suecia y otros países subestimaban groseramente los problemas que ocasionaría la llegada atropellada de más de un millón de personas de costumbres y formación cultural que son radicalmente distintas de las europeas. Hasta hace muy poco, suponían que los inmigrantes se adaptarían pronto a las exigencias de las sociedades anfitrionas a pesar de que la experiencia de países como el Reino Unido, Francia, Bélgica, Dinamarca y Holanda, para no hablar de Suecia y Alemania misma, mostraba que pocos lo harían. 

El que miles de musulmanes jóvenes criados en Europa se hayan sumado a las feroces bandas yihadistas –de las que la más notoria se llama Estados Islámico–, que están sembrando el terror en Siria e Irak, debería haberles servido de advertencia suficiente pero, orgullos de su propia rectitud, optaron por confiar en que todo saldría bien. Los resultados de tanto optimismo irracional están a la vista.

Permitir la entrada de más de un millón de personas, algunas sumamente violentas, les resultó muy fácil. En cambio, discriminar entre aquellos que andando el tiempo podrían ser ciudadanos valiosos y los que nunca lo serán, para entonces devolverlos a su tierra de origen, no les será fácil en absoluto. Como ya han reconocido los funcionarios suecos, los rechazados podrán ocultarse entre sus correligionarios y vivir por años sin ser detectados. Asimismo, contarán con el apoyo de ejércitos de abogados que acusarán al gobierno local de violar los derechos humanos de los que, aparte de mofarse de las reglas inmigratorias supuestamente vigentes, según ellos no habrán cometido ningún delito. Si pudieran, gobiernos como el alemán y el sueco dejarían las cosas como están, pero comprenden que la pasividad frente a lo que está ocurriendo sólo beneficiaría a movimientos "islamofóbicos" encabezados por políticos convencidos de que, por ser radicalmente incompatibles el islam y el pluralismo democrático, los europeos tendrán que prepararse para expulsar al grueso de los "invasores" o correr el riesgo de que sus países pronto se vean devastados por conflictos parecidos a los que han llevado tanta destrucción, muerte y crueldad medieval al Oriente Medio y el norte de África.

Río Negro (Argentina)

 



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