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09/02/2016 | La barbarie de las pandillas maras estremece a El Salvador

José Melendez

La violencia que estremece a El Salvador ha dejado más de 53,000 asesinatos de 1999 al 2015. El año pasado El Salvador fue catalogado como uno de los países más violentos del mundo. Las maras se instalaron hace más de 22 años en Honduras, El Salvador y Guatemala, que integran el llamado Triángulo Norte de Centroamérica

 

En un desenfrenado rito de degeneración, un despiadado grupo de pandilleros salvadoreños conocido como Guanacos Locos Criminales quedó insatisfecho tras haber asesinado a puñaladas a un joven de 25 años y, en un acto macabro, le sacó el corazón para que varios de sus integrantes se lo comieran.

En una sanguinolenta ceremonia de depravación, una implacable banda de mareros —Pinos Locos Salvatruchos— incursionó con sorpresa a una humilde vivienda a cumplir un salvaje mandato de perversión e incontrolable brutalidad y, a machetazos, asesinó a una mujer de 58 años y decidió descuartizarla, desprenderle brazos y piernas y decapitarla.

Ambos hechos —el de la mujer ocurrió el 17 de enero y el del hombre sucedió el 23— se registraron en el oriente de El Salvador en cuestión de siete días y dibujaron la tenebrosa escena generalizada de violencia que estremece a El Salvador, con más de 53,000 asesinatos de 1999 al 2015, y que el año pasado fue catalogado como uno de los países más violentos del mundo, con 105.3 homicidios por cada 100,000 habitantes, según cifras del Instituto de Medicina Legal.

Los dos casos son apenas una mínima muestra de la ruta al precipicio en un país que hace apenas 24 años salió de una guerra civil que, de 1980 a 1992, dejó unos 80,000 muertos y desaparecidos, con masacres y otras atrocidades en una cruenta disputa de orígenes políticos y socioeconómicos. Pero la secuela de pánico y dolor resurge a diario ahora en una disputa con gérmenes criminales y sociales en un país en el que, de acuerdo con datos oficiales, más del 30% de sus 6.3 millones de habitantes vive en la miseria, en un conflicto de marginación social mezclado con violencia que alienta una diaria e incesante migración a Estados Unidos.

“Sigue persistiendo en el país una cultura de odio. Hay una deshumanización, con ideas de poder y exterminio de unos hacia otros”, advirtió Zenaida Joaquín, coordinadora de Las Dignas, una organización no gubernamental de San Salvador que monitorea la situación de las mujeres y el panorama social de esa pequeña nación. “Se están dando muchos casos de feminicidios con barbarie”, dijo Joaquín en una entrevista con el Nuevo Herald.

“Hay una situación que ya se ha vuelto incontrolable para las instituciones estatales. Es una violencia que se detecta de manera abierta en los sectores populares marginados, socialmente desprotegidos, que son los que al final son acusados y encarcelados pero que no son los que probablemente generan estas situaciones y están ligados al crimen organizado, con el contrabando (de mercancías) o el narcotráfico”, afirmó. “Persiste la cultura del dominio del uno sobre el otro, en especial con las mujeres víctimas y los hombres que se creen propietarios de ellas”, recalcó.

Las dos maras que existen en el istmo —la 18 (M-18) y la Salvatrucha (MS)— emergieron en la década de 1980 en las calles de California entre centenares de miles de salvadoreños, hondureños y guatemaltecos que emigraron a Estados Unidos para huir de las guerras y de la violencia política que estremecieron a Centroamérica con mayor intensidad a partir de la mitad del decenio de 1970.

Sin desprenderse de sus vínculos jerárquicos en Estados Unidos, las maras se instalaron hace más de 22 años en El Salvador, Honduras y Guatemala —que integran el Triángulo Norte de Centroamérica— con las masivas deportaciones de migrantes desde suelo estadounidense y ahora están aliadas o ligadas a las estructuras del crimen organizado transnacional, para cumplir misiones de sicariato, narcomenudeo y cobros de extorsiones. Hundidas en la exclusión social, las pandillas reprodujeron en el área un aparato criminal que depende del soborno generalizado y de la delincuencia y subsiste a la muerte y la prisión de sus jerarcas y demás integrantes.

La M-18 y la MS acumulan una vieja y mortal rivalidad por controlar territorios para desplegar sus operaciones.

Descuartizada y devorado

En la noche del pasado 23 de enero, y mientras transitaba a pie por la ciudad de San Miguel, en el oriente de El Salvador, un joven fue atrapado —sin que mediaran razones comprobadas— por la “clica” Guanacos Locos Criminales, que pertenece a la MS, para ser asesinado como parte de un rito de la pandilla. Aunque resultó ser hijo de un militar, las indagatorias tampoco ligan el caso a la labor del padre y aparentemente la víctima—estudiante avanzado de Gastronomía y sin ningún antecedente penal—fue escogida al azar por los asesinos, para uno de sus ceremoniales.

“Su muerte fue horrorosa”, narró Diario1, un prestigioso e influyente periódico digital salvadoreño, al describir que, según las investigaciones, al joven lo llevaron a una covacha donde le “torturaron psicológicamente” y le “hicieron cortes erráticos en su tórax anterior”, por lo que “el filo de los puñales cortó las bolsas que protegen el corazón”, cuyos trozos mordidos fueron hallados cerca del cadáver. Al día siguiente en la mañana, Los pobladores del lugar donde ocurrió el lúgubre hecho encontraron el cuerpo y contaron que en la noche y en la madrugada escucharon gritos, golpes y risas.

En el otro caso, en la mañana del 17 de enero anterior, en un poblado del departamento de Morazán, también en el oriente de El Salvador, y mientras efectuaba sus labores domésticas cotidianas en momentos en que sus dos hijos y su esposo jugaban al fútbol en un terreno cercano, una mujer fue atacada por miembros de Pinos Locos Salvatruchos.

Sin que tampoco hubiera razones comprobadas para el ataque, los pandilleros aprovecharon que la mujer estaba sola en su casa y, en otro rito tétrico, la agredieron con machetes para empezar lenta pero violentamente a desmembrarla. “Parecía que jugaban con el dolor. Finalmente la decapitaron”, relató Diario1. Al regresar a su vivienda después de la contienda deportiva, el padre y los dos hijos se toparon con la sangrienta escena.

Fallos endémicos

Pese a las reiteradas políticas gubernamentales para responder con dureza frente a la endémica crisis de inseguridad, la realidad es que el panorama es acuciante con más homicidios y las dosis cotidianas de extorsiones, robos, asaltos y demás delitos con sus frecuentes tiroteos callejeros.

Acorralado por el descontento, el gobierno del presidente Salvador Sánchez Cerén adoptó a finales de enero una serie de cambios en la jerarquía de seguridad. “Los resultados no estaban siendo satisfactorios”, admitió Eugenio Chicas, portavoz presidencial de El Salvador, en una declaración pública.

En seguridad “lo que hoy necesitamos es velocidad, respuesta, resultados”, adujo.

En las calles, sin embargo, la réplica de las pandillas es otra.

La “clica” Cabañas Locos Salvatruchos, de la MS, aportó su cuota de sangre el paso 1 de febrero: por razones que todavía se ignoran, atrapó a dos hombres—un soldado y su hermano—que viajaban en motocicleta en un poblado del suroriental departamento de Usulután, les llevó a un sitio oculto donde les asesinó, roció gasolina e incineró.

A diario, y mientras los culpables de estos cuatro crímenes y los de miles ocurridos en los últimos años siguen libres, la respuesta las maras se tiñe de rojo.



El Nuevo Herald (Estados Unidos)

 



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