Durante años el locuaz comandante Hugo Chávez y –por un rato– su "hijo", el a menudo bufonesco presidente actual Nicolás Maduro, disfrutaron del apoyo y los votos de una mayoría que se negaba a reconocer que la llevaban hacia un cataclismo que sería aún peor que el experimentado por nuestro país luego del colapso de la convertibilidad y la decisión, festejada con alborozo por legisladores, sindicalistas y militantes populistas, de entrar en default. Mientras que la Argentina está en condiciones de vivir –con muchas dificultades, es verdad– de lo propio, Venezuela se ha acostumbrado a importar casi todo, razón por la que la caída abrupta del precio del petróleo ha tenido un impacto tan devastador. Luego de superar los 100 dólares el barril, se ubicó cerca de los 30 dólares, sin que haya motivos para creer que pronto suba mucho.

A los venezolanos ya les faltan medicamentos, entre ellos los necesarios para atenuar los síntomas del zika; alimentos y muchos bienes básicos imprescindibles. Todo hace prever que en las próximas semanas la situación seguirá empeorando. Para que no haya hambrunas, resultaría necesario un gran esfuerzo humanitario internacional, pero organizar uno sería virtualmente imposible: no es fácil sentir mucha simpatía por un país que no está en guerra y que, para más señas, es dueño de tantas riquezas naturales –según algunos especialistas, sus reservas petroleras son las mayores del mundo– cuyos problemas se deben exclusivamente a la insensatez de sus gobernantes.

¿Comparten los venezolanos comunes la responsabilidad por los errores cometidos por los chavistas? En principio la respuesta es sí, ya que a pesar de los excesos perpetrados por quienes se imaginaban protagonistas del "socialismo del siglo XXI" las instituciones democráticas han seguido funcionando. 

Con todo, aunque es dolorosamente evidente que un sector muy amplio del electorado venezolano se dejó engañar por Chávez y los personajes que lo rodeaban, los máximos culpables del desastre son los dirigentes políticos que entendían que sería peligroso apostar todo a que el precio de un solo producto se mantuviera alto en los mercados internacionales pero que así y todo optaron por aprovechar lo que para ellos sería una oportunidad irrepetible para ocupar puestos importantes y, desde luego, enriquecerse. Al actuar de tal modo traicionaron a sus compatriotas más crédulos, de conocimientos limitados, del tipo que desde que el mundo es mundo suele ser una presa fácil para demagogos tan inescrupulosos como los chavistas.

Hasta hace poco el chavismo contaba con muchos simpatizantes en el resto del mundo, incluyendo integrantes del círculo gobernante de nuestro país que suponían que a la Argentina le convendría una "revolución" parecida a la bolivariana. Por fortuna, no adquirieron el poder suficiente para poner en marcha un remedo local del proceso chavista, pero así y todo lograron ocasionar muchísimo daño a la economía nacional con el presunto objetivo de asegurar el fracaso del gobierno siguiente. 

Con todo, aunque las dificultades heredadas por el presidente Mauricio Macri y sus equipos son enormes, resultan apenas anecdóticas en comparación con las que recibirán los eventuales sucesores del chavismo. Se pronostica que este año la tasa de inflación en Venezuela superará el 700%, que el país podría resultar incapaz de pagar sus deudas, que la oferta de bienes de consumo sea cada vez más baja que la demanda, que Caracas, que ya es la ciudad más peligrosa del mundo con la excepción coyuntural de algunas en Siria, se haga aún más violenta, y que en cualquier momento el país puede ser escenario de una multitud de estallidos sociales anárquicos. 

La mayoría de los venezolanos, que hace poco votó a favor de candidatos opositores en las elecciones legislativas, ya sabe que el chavismo es una farsa truculenta que de progresista no tiene nada, pero, desgraciadamente para millones, la toma de conciencia llegó demasiado tarde para ahorrarles la dramática catástrofe colectiva y personal que ya han comenzado a sufrir.