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26/08/2006 | Nicaragua, entre la democracia y el caudillismo

Rogelio Núñez

En Nicaragua está en juego lo más esencial: la propia democracia, su salud y futuro. En el país centroamericano luchan, por un lado, dos candidatos que representan los deseos de regeneración democrática (el liberal disidente Eduardo Montealegre y el izquierdista Edmundo Jarquín) frente a dos candidatos que desean mantener en pie la vieja y desgastada política caudillista (el sandinista Daniel Ortega) y clientelar (el liberal y aliado del expresidente Arnoldo Alemán, José Rizo).

 

Lo que está en juego en las elecciones presidenciales de Nicaragua del próximo 5 de noviembre no es, como ocurrió hace unos meses en Perú, la pugna entre una izquierda responsable frente a una izquierda populista. Tampoco, como en Brasil, el enfrentamiento entre la derecha y la izquierda.

En Nicaragua todo se encuentra mucho más polarizado, pues está en juego lo más esencial: la propia democracia, su salud y futuro. En el país centroamericano luchan, por un lado, dos candidatos que representan las esperanzas de regeneración democrática (el liberal disidente Eduardo Montealegre y el izquierdista Edmundo Jarquín) frente a dos candidatos que desean mantener en pie la vieja y desgastada política caudillista (el sandinista Daniel Ortega) y clientelar (José Rizo, liberal y aliado del expresidente ahora procesado por corrupción Arnoldo Alemán).

Este juego a cuatro bandas (a cinco si incluimos al minoritario ex guerrillero y antisandinista Edén Pastora) beneficia a Ortega pues tiene un sólido respaldo (un tercio de los votantes le son fieles desde hace 16 años), aunque también tiene el lastre de que su techo electoral es claro y muy bajo (no supera el 40 por ciento). Por eso, el líder sandinista prefiere la fragmentación de sus oponentes lo que le permitiría sacar la máxima ventaja con respecto al segundo.

Ante este panorama, la única solución para los demócratas es, por lo tanto, unirse y formar un frente antisandinista (y antiliberal arnoldista, también). En este sentido, los llamamientos de Montealegre de unificar candidaturas son muy lógicos, e incluso necesarios, para evitar el triunfo de Ortega en primera vuelta. Si Ortega debe disputar una segunda vuelta sin duda volverá a perder, como ha ocurrido indefectiblemente en todos los comicios celebrados en Nicaragua desde 1990. En una hipotética segunda vuelta la mayoría de los votos no sandinistas o irían a la abstención o se congregarían en torno al candidato alternativo.

Jarquín, candidato presidencial tras el fallecimiento de Herty Lewitis (ex alcade sandinista de Managua y disidente del sandinismo), debería aceptar la oferta que le ha hecho Montealegre. Jarquín, como hombre de profundas creencias democráticas, de gran preparación intelectual y con amplia experiencia internacional sabe que los proyectos personales deben pasar a un segundo plano cuando están en peligro los más altos intereses nacionales. En este caso, liberar a la democracia nicaragüense de las garras que no le dejan funcionar y crecer: la corrupción y el caciquismo caudillista.

Fuente: Infolatam, Madrid, 22 de agosto de 2006

CADAL (Argentina)

 



 
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