Por cierto, los "ultraderechistas" distan de ser los únicos europeos que se sienten preocupados por el ingreso atropellado de tantas personas de antecedentes desconocidos, entre ellas muchas que, antes de cruzar la frontera, destruyeron sus pasaportes porque les convenía fingir ser sirios o iraquíes y que, en decenas de miles de casos, ya han pasado a la clandestinidad. 

Es un tanto absurdo suponer que es "racista" el 80% o más de los alemanes porque, según las encuestas de opinión, temen que los costos de la decisión inconsulta de Merkel sean enormes y que los eventuales beneficios resulten ser muy magros. Parecería que Merkel misma se ha dado cuenta, un tanto tardíamente, de que hubiera sido mejor enfrentar de otro modo el gran desafío humanitario provocado por las convulsiones sanguinarias que están agitando el mundo musulmán, razón por la que su gobierno, al igual que el sueco, está tratando de controlar la inmigración y, para indignación de los demás países europeos, presionándolos para que ellos también admitan centenares de miles de desplazados hasta que las condiciones les permitan regresar a sus lugares de origen.

En un intento de amortiguar el impacto de lo que hizo, Merkel está procurando congraciarse con el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, lo que a juicio de la mayoría de los europeos ha agravado todavía más una crisis que ya había adquirido dimensiones alarmantes. Para conseguir la colaboración de un caudillo islamista y nacionalista que se comporta como un dictador, Merkel ha prometido darle no sólo una cantidad fenomenal de dinero sino también muchas concesiones diplomáticas para que los turcos puedan entrar libremente en la Unión Europea, una oferta que, para sorpresa de nadie, socios como Chipre, que tiene una parte su territorio ocupada militarmente por Turquía, y Francia, un peso pesado, no están dispuestos a avalar. 

Huelga decir que no han ayudado a Merkel la apropiación por el régimen turco, días atrás, del diario más popular de su país o su voluntad de dar prioridad a su guerra contra los kurdos y, según se ha denunciado, de colaborar con los fanáticos de Estado Islámico.

Con pocas excepciones los compatriotas de Merkel, incluyendo los que acaban de votar por la Alternativa para Alemania, un partido habitualmente calificado de "ultraderechista" por oponerse a la inmigración irrestricta no controlada, quieren ayudar a las víctimas de las guerras salvajes que están librándose en Siria, Irak, Afganistán, Libia y tantos otros países. Sin embargo muchos, después de un período breve en que se felicitaron por sus propios sentimientos humanitarios, creen que sería un error histórico trasladar millones más a Europa. 

Puede que algunos refugiados y migrantes económicos logren adaptarse a sociedades que les son ajenas para que su aporte sea valioso, pero sólo sería cuestión de una minoría. La mayoría dependerá por muchos años, tal vez de por vida, de la ayuda prestada por los servicios sociales. Por lo demás, educar a los recién venidos con la esperanza de convertirlos en europeos sería sumamente difícil; según se informa, por lo menos un 30% de los adultos es en efecto analfabeto. Asimismo, nadie ignora que entre los desplazados hay terroristas islámicos y que, de todos modos, la forma de tratar a las mujeres de virtualmente todos es radicalmente distinta de la considerada normal en Europa. Es por tales razones que cada vez más europeos coinciden en que sería mucho más sensato financiar la construcción en países musulmanes de campos de refugiados y redoblar los esfuerzos por pacificar zonas devastadas por guerras. 

Si no logran hacerlo, partidos como Alternativa para Alemania pronto se verán reemplazados en casi todos los países de la Unión Europea por otros que sí merecerían llamarse "ultraderechistas".