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01/04/2016 | El MacGyver de las armas de Misrata

Laura J. Varo

Durante la revolución contra el régimen de Gadafi, este armero aprendió a 'customizar' fusiles y reconstruir 'kalashnikovs'.

 

Misrata es una ciudad pequeña. "Todos nos conocemos", dice Alaa, treintañero y padre de familia. La gente cuchichea y atribuye reputaciones. A Alaa le preocupan esas habladurías: "No quiero que vayan diciendo que hago armas por dinero".

Tras ganar fama de mañoso durante el levantamiento que en 2011 acabó con el régimen de Muamar Gadafi en Libia, el 'armero' de Misrata ha dejado la guerra. Como trabajo, al menos. Ahora, en el caos posrevolucionario, eso de apañar PKT y reconstruir 'kalashnikovs' es solo un hobby, asegura, por eso ha colocado un cartel en la puerta de su garaje-taller que reza, en árabe: "No te pongas en evidencia, hemos dejado de trabajar" o, como traduce él mismo en la intimidad: "No me avergüences, no vendo armas".

"No hago armas por dinero, solo para quien quiere arreglar la suya", puntualiza antes de colocar en el torno un fusil que le trae un amigo de parte de otro amigo. El cerrojo se atasca de vez en cuando. Alaa comprueba el mecanismo forzando un par de ruidosos chasquidos. Luego desmonta la pieza y toma un destornillador con el que raspa el riel metálico como si usara una lija. Da marcha atrás: pieza, chasquidos. El rifle ya está listo.

"El arma tiene mucha grasa", protesta con un mohín en la cara y manchas en las manos, "no me gusta arreglarlas". Mientras se limpia, enseña los antebrazos cruzados de cicatrices, recuerdo de las lecciones autodidactas durante los días de asedio a la ciudad que Gadafi convirtió en 'mártir'. Más de 1.000 personas murieron en tres meses se sitio. El resentimiento curtió a los combatientes que acabaron dando caza al dictador en Sirte, donde murió a manos de quienes llamó "ratas".

En cierto modo, las heridas en Misrata han perdurado, igual que los muchos cortes que el armero se hizo "solo para aprender". La tercera ciudad libia mantiene el mayor contingente de milicianos del país, herencia de la revolución. Sus decenas de 'katibas' nutren la resquebrajada alianza Fayer Libia, el brazo armado del Congreso General de la Nación (CGN), el Parlamento atrincherado en Trípoli desde el verano de 2014, cuando las segundas elecciones de la frágil transición libia (las terceras en la historia del país) y la posterior batalla por el aeropuerto internacional de la capital institucionalizaron la anarquía.

Así están las cosas. El país convive ahora con tres Gobiernos. Los Ejecutivos que han secuestrado la política libia durante año y medio siguen enrocados en sus bastiones, pese al precario desembarco el miércoles del tercer Gabinete, legitimado por Naciones Unidas. Los comandantes milicianos sobre los que se apoyaba Fayer Libia han traspasado su lealtad a quienes el CGN acusa de usurpadores, por el bien de su ego y su parcela de poder.

La Casa de Representantes en Tobruk está al borde del divorcio, perdido en la indecisión de su ratificar a los recién llegados con una votación legítima, tal como exige el acuerdo mediado por la ONU, lo que una amplia mayoría de sus diputados aprobó hace un mes: el establecimiento de Fayez Serraj y su Consejo Presidencial como única autoridad para toda Libia. Única, también, capaz de oficializar una intervención internacional que frene el asentamiento del Estado Islámico (IS, en siglas en inglés) en el país, como esperan Italia, Francia, Reino Unido y EEUU.

Sin empleo

"Al principio no tenía empleo y con esto me ganaba algo de dinero", recuenta Alaa. Los aperos que cuelgan de las paredes en la trastienda y la aspiradora que guarda junto a cañones antitanque desvencijados dan cuenta de un pasado de manitas. Antes dellevantamiento contra Gadafi se dedicaba a lavar coches, echar algún vistazo al motor y hacer 'chapuzas' en casas ajenas. Ahora es agente destacado en la puerta de Dafniya, una de las entradas a Misrata, en la mirilla de IS, que apunta a la ciudad desde su bastión de Sirte, a poco más de 200 kilómetros por carretera.

"He pasado dos años haciendo esto como trabajo y paré cuando (se constituyó) Fayer Libia", dice. ¿Por qué? "No puedes estar seguro [de a quién das un arma], quizá la utiliza para matar a alguien y luego yo soy el responsable ante dios".

En su tugurio, el método de prueba-error ha dejado agujereado el yeso. Junto a cajas de piezas recuperadas en la planta de ensamblaje de Beni Walid, donde Gadafi producíaAK cuyo metal de mala calidad acababa venciendo por el calor de los disparos, descansan las automáticas arrancadas a tanques y reconvertidas en portátiles.

El armero acaba enseñando la joya de la corona. Las piezas de madera están talladas y barnizadas con cariño; el hollín que dejó el incendio de los bombardeos de la OTAN contra los arsenales gadafistas, sustituido por el lustre de la pintura; donde iría el número de serie, el nombre de Alaa está rayado a cuchillo. Es su fusil personalizado de inspiración rusa, construido de cero y del que solo tiene uno. "Todo ha cambiado", se lamenta, "todo el mundo tiene armas, no para luchar, sino para dispararse unos a otros".

El Mundo (España)

 



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