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01/04/2016 | La crisis en Brasil

Río Negro Staff

A juicio de ciertos gurúes influyentes de Estados Unidos, la economía de nuestro socio más importante, Brasil, corre peligro de caer en una depresión, lo que sería tan catastrófico para la mayoría de sus habitantes como nos fue el colapso que sufrimos en el 2002.

 

Según los economistas, una depresión significaría una caída del 10% o más del producto interior bruto (PBI) en un solo año. Por fortuna, tales desastres son poco frecuentes, a diferencia de las recesiones en las que el PBI sigue reduciéndose durante más de un par de trimestres, algo que, por desgracia, es bastante normal en el mundo actual. De todos modos, el pesimismo que tanto sienten cuando piensan en las perspectivas ante Brasil se debe menos a los números económicos, los que distan de ser alentadores ya que el año pasado el producto bruto se achicó el 3,8% y se prevé que lo mismo suceda en el corriente, que a la incapacidad evidente del gobierno de la presidenta Dilma Rousseff de tomar el tipo de medidas que serían necesarias para restaurar un mínimo de orden. Por lo demás, aun cuando Dilma, la que acaba de perder el apoyo de su aliado principal, se diera por vencida y se celebraran nuevas elecciones, sería poco probable que el gobierno resultante tuviera la autoridad suficiente como para frenar el deterioro. En el poder o fuera de él, los simpatizantes del Partido de los Trabajadores de Dilma y su mentor, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, estarían más interesados en defender el modelo populista que construyeron que en procurar desmantelarlo de la manera menos dolorosa posible. En opinión de muchos, la crisis no es consecuencia de sus propios errores sino de una conspiración internacional en su contra.

Puede que hayan exagerado los alarmistas y que, para alivio de todos, Brasil pronto comience a salir de la recesión profunda en que se encuentra desde hace dos años, pero los pronósticos lúgubres que están proliferando parecen basarse en mucho más que la presunta voluntad de quienes los formulan de ver fracasar una versión relativamente prolija del populismo que se difundió en buena parte de la región merced al boom de los commodities. Como muchos otros países, Brasil tendrá que encontrar el modo de sustraerse de la llamada "trampa del ingreso medio" en la que sociedades que han logrado salir de la miseria generalizada, pero aún distan de alcanzar el nivel de vida de los países más ricos, a menudo se quedan atrapadas. 

Por motivos comprensibles, los beneficiados por el progreso ya registrado no quieren correr demasiados riesgos y por lo tanto se aferran al statu quo, oponiéndose a las reformas estructurales que, a juzgar por la experiencia de los países ya ricos, podrían permitirles continuar avanzando. 

Puesto que no hay ningún esquema económico que favorezca a todos, y los voceros de los sectores más vulnerables suelen ser expertos en hacer pensar que hablan en nombre de la mayoría, son muchos los países que, en efecto, quieren conformarse con un nivel relativamente bajo de desarrollo sólo para descubrir que conservar lo ya conseguido suele ser muy difícil. Parecería que, en el mundo globalizado actual en que el cambio se ha hecho normal, la alternativa a continuar avanzando es dejar que sectores cada vez mayores caigan en la pobreza estructural.

Durante los años buenos, el gobierno de Lula puso en marcha programas sociales que ayudaron a que muchos millones de personas se incorporaran a la clase media, pero la crisis que se ha desatado amenaza con privarlos de los recursos a los que se han acostumbrado. De prolongarse la recesión o, lo que sería mucho peor, de caer Brasil en una depresión, la reacción popular sería con toda seguridad muy fuerte. Los pobres de toda la vida no plantean un peligro a la estabilidad política –caso contrario, el mundo estallaría–, pero los recién empobrecidos sí pueden hacerlo. 


Hasta ahora, los muchos brasileños que se sienten frustrados por lo que está sucediendo en su país se han limitado a desahogarse protestando contra la corrupción de buena parte de la clase política e incluso contra gastos que para muchos son innecesarios, como ocurrió en vísperas del Mundial de Fútbol del 2014, pero de confirmarse los vaticinios que tanta preocupación están motivando en los centros financieros más importantes del planeta, la reacción de los más perjudicados podría ser mucho más violenta.

Río Negro (Argentina)

 



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