Justo antes de la medianoche Enrique Peña Nieto anunció su victoria como el nuevo presidente electo de México. Peña Nieto era abogado y millonario, proveniente de una familia de alcaldes y gobernadores.
Su esposa era actriz de telenovelas. Lucía radiante mientras era cubierto de confeti rojo, verde y blanco en la sede central del Partido Revolucionario Institucional, o PRI, el cual había gobernado por más de 70 años antes de ser destronado en el 2000. Al devolver el poder al PRI en aquella noche de julio de 2012 Peña Nieto prometió disminuir la violencia ligada al narcotráfico, luchar contra la corrupción y dar inicio a una era más transparente en la política mexicana.
A dos mil millas de distancia (3.200 kilómetros), en un departamento en el lujoso barrio de Chicó Navarra en Bogotá, Andrés Sepúlveda estaba sentado frente a seis pantallas de computadores. Sepúlveda es colombiano, de constitución robusta, con cabeza rapada, perilla y un tatuaje de un código QR con una clave de cifrado en la parte de atrás de su cabeza. En su nuca están escritas las palabras “” y “”, una encima de la otra, en una oscura alusión a la codificación. Sepúlveda observaba una transmisión en directo de la celebración de la victoria de Peña Nieto, a la espera de un comunicado oficial sobre los resultados.
Cuando Peña Nieto ganó Sepúlveda comenzó a destruir evidencia. Perforó agujeros en memorias USB, discos duros y teléfonos móviles, calcinó sus circuitos en un microondas y luego los hizo pedazos con un martillo. Trituró documentos y los tiró por el excusado, junto con borrar servidores alquilados de forma anónima en Rusia y Ucrania mediante el uso de Bitcoins. Desbarataba la historia secreta de una de las campañas más sucias de Latinoamérica en los últimos años.
Sepúlveda, de 31 años, dice haber viajado durante ocho años a través del continente manipulando las principales campañas políticas. Con un presupuesto de US$600.000, el trabajo realizado para la campaña de Peña Nieto fue por lejos el más complejo. Encabezó un equipo de seis hackers que robaron estrategias de campaña, manipularon redes sociales para crear falsos sentimientos de entusiasmo y escarnio e instaló spyware en sedes de campaña de la oposición, todo con el fin de ayudar a Peña Nieto, candidato de centro derecha, a obtener una victoria. En aquella noche de julio, destapó botella tras botella de cerveza Colón Negra a modo de celebración. Como de costumbre en una noche de elecciones, estaba solo.
La carrera
de Sepúlveda comenzó en 2005, y sus primeros fueron trabajos fueron menores -
consistían principalmente en modificar sitios web de campañas y violar bases de
datos de opositores con información sobre sus donantes. Con el pasar de los
años reunió equipos que espiaban, robaban y difamaban en representación de
campañas presidenciales dentro de Latinoamérica. Sus servicios no eran baratos,
pero el espectro era amplio. Por US$12.000 al mes, un cliente contrataba a un
equipo que podía hackear teléfonos inteligentes, falsificar y clonar sitios web
y enviar correos electrónicos y mensajes de texto masivos. El paquete prémium,
a un costo de US$20.000 mensuales, también incluía una amplia gama de
intercepción digital, ataque, decodificación y defensa. Los trabajos eran
cuidadosamente blanqueados a través de múltiples intermediarios y asesores.
Sepúlveda señala que es posible que muchos de los candidatos que ayudó no
estuvieran al tanto de su función. Sólo conoció a unos pocos.
Sus equipos
trabajaron en elecciones presidenciales en Nicaragua, Panamá, Honduras, El
Salvador, Colombia, México, Costa Rica, Guatemala y Venezuela. Las campañas
mencionadas en esta historia fueron contactadas a través de ex y actuales
voceros; ninguna salvo el PRI de México y el Partido de Avanzada Nacional de
Guatemala quiso hacer declaraciones.
De niño,
fue testigo de la violencia de las guerrillas marxistas de Colombia. De adulto
se unió a derecha que emergía en Latinoamérica. Creía que sus actividades como
hacker no eran más diabólicas que las tácticas de aquellos a quienes se oponía,
como Hugo Chávez y Daniel Ortega.
Muchos de
los esfuerzos de Sepúlveda no rindieron frutos, pero tiene suficientes
victorias como para decir que ha influenciado la dirección política de América
Latina moderna tanto como cualquier otra persona en el siglo XXI. "Mi
trabajo era hacer acciones de guerra sucia y operaciones psicológicas,
propaganda negra, rumores, en fin, toda la parte oscura de la política que
nadie sabe que existe pero que todos ven", dice sentado en una pequeña
mesa de plástico en un patio exterior ubicado en lo profundo de las oficinas
sumamente resguardadas de la Fiscalía General de Colombia. Actualmente, cumple
una condena de 10 años por los delitos de uso de software malicioso, conspirar
para delinquir, violación de datos y espionaje conectados al hackeo de las
elecciones de Colombia de 2014. Accedió a contar su versión completa de los
hechos por primera vez con la esperanza de convencer al público de que se ha
rehabilitado y obtener respaldo para la reducción de su condena.
Generalmente,
señala, estaba en la nómina de Juan José Rendón, un asesor político que reside
en Miami y que ha sido catalogado como el Karl Rove de Latinoamérica. Rendón
niega haber utilizado a Sepúlveda para cualquier acto ilegal y refuta de forma
categórica la versión que Sepúlveda entregó a Bloomberg Businessweek sobre
su relación, pero admite conocerlo y haberlo contratado para el diseño de
sitios webs. "Si hablé con él puede haber sido una o dos veces, en una
sesión grupal sobre eso, sobre el sitio web", declara. “En ningún caso
hago cosas ilegales. Hay campañas negativas. No les gusta, de acuerdo. Pero si
es legal lo haré. No soy un santo, pero tampoco soy un criminal" (Destaca
que pese a todos los enemigos que ha acumulado con el transcurso de los años
debido a su trabajo en campañas, nunca se ha visto enfrentado a ningún cargo
criminal). A pesar de que la política de Sepúlveda era destruir todos los datos
al culminar un trabajo, dejó algunos documentos con miembros de su equipo de
hackers y otros personas de confianza a modo de “póliza de seguro” secreta.
Sepúlveda
proporcionó a Bloomberg Businessweek correos electrónicos que según
él muestran conversaciones entre él, Rendón, y la consultora de Rendón acerca
del hackeo y el progreso de ciberataques relacionados a campañas. Rendón señala
que los correos electrónicos son falsos. Un análisis llevado a cabo por una
empresa de seguridad informática independiente demostró que un muestreo de los
correos electrónicos que examinaron parecen ser auténticos. Algunas de las
descripciones de Sepúlveda sobre sus actividades concuerdan con relatos
publicados de eventos durante varias campañas electorales, pero otros detalles
no pudieron ser verificados de forma independiente. Una persona que trabajó en
la campaña en México y que pidió mantener su nombre en reserva por temor a su seguridad,
confirmó en gran parte la versión de Sepúlveda sobre su función y la de Rendón
en dicha elección.
Sepúlveda
dice que en España le ofrecieron varios trabajos políticos que habría rechazado
por estar demasiado ocupado. Al preguntarle si la campaña presidencial de EEUU
está siendo alterada, su respuesta es inequívoca. “Estoy cien por ciento seguro
de que lo está”, afirma.
Sepúlveda
creció en medio de la pobreza en Bucaramanga, ocho horas al norte de Bogotá en
auto. Su madre era secretaria. Su padre era activista y ayudaba a agricultores
a buscar mejores productos para cultivar que la coca, por lo que la familia se
mudó constantemente debido a las amenazas de muerte de narcotraficantes. Sus
padres se divorciaron y a los 15 años, tras reprobar en la escuela, se mudó
donde su padre en Bogotá y utilizó un computador por primera vez. Más tarde se
inscribió en una escuela local de tecnología y a través de un amigo que conoció
ahí aprendió a programar.
En 2005, el
hermano mayor de Sepúlveda, publicista, ayudaba en las campañas parlamentarias
de un partido alineado con el entonces presidente de Colombia Álvaro Uribe.
Uribe era uno de los héroes de los hermanos, un aliado de Estados Unidos que
fortaleció al ejército para luchar contra las Fuerzas Armadas Revolucionarias
de Colombia (FARC). Durante una visita a la sede del partido, Sepúlveda sacó su
computador portátil y comenzó a analizar la red inalámbrica del recinto. Con
facilidad interceptó el computador de Rendón, el estratega del partido, y
descargó la agenda de Uribe y sus próximos discursos. Sepúlveda señala que
Rendón se puso furioso y lo contrató ahí mismo. Rendón dice que esto nunca
ocurrió.
Durante
décadas, las elecciones en Latinoamérica fueron manipuladas y no ganadas, y los
métodos eran bastante directos. Los encargados locales de adulterar elecciones
repartían desde pequeños electrodomésticos a dinero en efectivo a cambio de
votos. Sin embargo, en la década de 1990 reformas electorales se extendieron
por la región. Los votantes recibieron tarjetas de identificación imposibles de
falsificar y entidades apartidistas se hicieron cargo de las elecciones en
varios países. La campaña electoral moderna, o al menos una versión con la cual
Norteamérica estaba familiarizada, había llegado a Latinoamérica.
Rendón ya
había lanzado una exitosa carrera que según sus críticos - y más de una demanda
- estaba basada en el uso de trucos sucios y la divulgación de rumores. (En
2014, Carlos Mauricio Funes, el entonces presidente de El Salvador, acusó a
Rendón de orquestar campañas de guerra sucia dentro de Latinoamérica. Rendón lo
demandó en Florida por difamación, pero la corte desestimó el caso señalando
que no se podía demandar a Funes por sus actos oficiales). Hijo de activistas a
favor de la democracia, estudió sicología y trabajó en publicidad antes de
asesorar a candidatos presidenciales en su país natal, Venezuela. Después de
acusar en 2004 al entonces presidente Hugo Chávez de fraude electoral, dejó el
país y nunca regresó.
Sepúlveda
dice que su primer trabajo como hacker consistió en infiltrar el sitio web de
un rival de Uribe, robar una base de dato de correos electrónicos y enviar
correos masivos a los usuarios con información falsa. Recibió US$15.000 en
efectivo por un mes de trabajo, cinco veces más de lo que ganaba en su trabajo
anterior como diseñador de sitios web.
Rendón, que
era dueño de una flota de automóviles de lujo, usaba relojes ostentosos y
gastaba miles de dólares en trajes a medida, deslumbró a Sepúlveda. Al igual
que Sepúlveda, Rendón era un perfeccionista. Esperaba que sus empleados
llegaran a trabajar temprano y se fueran tarde. "Era muy joven, hacía lo
que me gustaba, me pagaban bien y viajaba, era el trabajo perfecto". Pero
más que cualquier otra cosa, sus políticas de derecha coincidían. Sepúlveda
señala que veía a Rendón como un genio y mentor. Budista devoto y practicante
de artes marciales, según su propio sitio web, Rendón cultivaba una imagen de
misterio y peligro, vistiendo solo ropa negra en público e incluso utilizando
de vez en cuando la vestimenta de un samurái. En su sitio web se denomina el
estratega político “mejor pagado, más temido y también el más solicitado y
eficiente”. Sepúlveda sería en parte responsable de aquello.
Rendón,
indica Sepúlveda, se dio cuenta de que los hackers podían integrarse
completamente en una operación política moderna, llevando a cabo ataques
publicitarios, investigando a la oposición y hallando maneras de suprimir la
participación de un adversario. En cuanto a Sepúlveda, su aporte era entender
que los votantes confiaban más en lo que creían eran manifestaciones
espontáneas de personas reales en redes sociales que en los expertos que
aparecían en televisión o periódicos. Sabía que era posible falsificar cuentas
y crear tendencias en redes sociales, todo a un precio relativamente bajo.
Escribió un software, llamado ahora Depredador de Redes Sociales, para
administrar y dirigir un ejército virtual de cuentas falsas de Twitter. El
software le permitía cambiar rápidamente nombres, fotos de perfil y biografías para
adaptarse a cualquier circunstancia. Con el transcurso del tiempo descubrió que
manipular la opinión pública era tan fácil como mover las piezas en una tablero
de ajedrez, o en sus palabras, “pero también cuando me di cuenta que las
personas creen más a lo que dice Internet que a la realidad, descubrí que
'tenía el poder' de hacer creer a la gente casi cualquier cosa".
Según
Sepúlveda, recibía su sueldo en efectivo, la mitad por adelantado. Cuando
viajaba empleaba un pasaporte falso y se hospedaba solo en un hotel, lejos de
los miembros de la campaña. Nadie podía ingresar a su habitación con un
teléfono inteligente o cámara fotográfica.
La mayoría
de los trabajos eran acordados en persona. Rendón entregaba a Sepúlveda una
hoja con nombres de objetivos, correos electrónicos y teléfonos. Sepúlveda
llevaba la hoja a su hotel, ingresaba los datos en un archive encriptado y
luego quemaba el papel o lo tiraba por el excusado. Si Rendón necesitaba enviar
un correo electrónico, empleaba lenguaje codificado. “Dar caricias” significaba
atacar; “escuchar música” significaba interceptar las llamadas telefónicas de
un objetivo.
Rendón y
Sepúlveda procuraron no ser vistos juntos. Se comunicaban a través de teléfonos
encriptados que reemplazaban cada dos meses. Sepúlveda señala que enviaba
informes de avance diarios y reportes de inteligencia desde cuentas de correo
electrónico desechable a un intermediario en la firma de consultoría de Rendón.
Cada
trabajo culminaba con una secuencia de destrucción específica, codificada por
colores. El día de las elecciones, Sepúlveda destruía todos los datos
clasificados como “rojos”. Aquellos eran archivos que podían enviarlo a prisión
a él y a quienes hubiesen estado en contacto con ellos: llamadas telefónicos y
correos electrónicos interceptados, listas de víctimas de piratería informática
e informes confidenciales que preparaba para las campañas. Todos los teléfonos,
discos duros, memorias USB y servidores informáticos eran destruidos
físicamente. Información "amarilla" menos sensible - agendas de
viaje, planillas salariales, planes de recaudación de fondos - se guardaban en
un dispositivo de memoria encriptado que se le entregaba a las campañas para
una revisión final. Una semana después, también sería destruido.
Para la
mayoría de los trabajos Sepúlveda reunía a un equipo y operaba desde casas y
departamentos alquilados en Bogotá. Tenía un grupo de 7 a 15 hackers que iban
rotando y que provenían de distintas partes de Latinoamérica, aprovechando las
diferentes especialidades de la región. En su opinión, lo brasileños
desarrollan el mejor malware. Los venezolanos y ecuatorianos son expertos en
escanear sistemas y software para detectar vulnerabilidades. Los argentinos son
artistas cuando se trata de interceptar teléfonos celulares. Los mexicanos son
en su mayoría hackers expertos pero hablan demasiado. Sepúlveda sólo acudía a
ellos en emergencias.
Estos
trabajos demoraban desde un par de días a varios meses. En Honduras, Sepúlveda
defendió el sistema computacional y comunicacional del candidato presidencial
Porfirio Lobo Sosa de hackers empleados por sus opositores. En Guatemala,
interceptó digitalmente datos de seis personajes del ámbito de la política y
los negocios y dice que entregó la información a Rendón en memorias USB
encriptadas que dejaba en puntos de entrega secretos. (Sepúlveda dice que este
fue un trabajo pequeño para un cliente de Rendón ligado al derechista Partido
de Avanzada Nacional (PAN). El PAN señala que nunca contrato a Rendón y dice no
estar al tanto de ninguna de las actividades que relata Sepúlveda). En
Nicaragua en 2011, Sepúlveda atacó a Ortega, quien se presentaba a su tercer
período presidencial. En una de las pocas ocasiones en las que trabajó para
otro cliente y no para Rendón, infiltró la cuenta de correo electrónico de
Rosario Murillo, esposa de Ortega y principal vocera de comunicación del
gobierno, y robó un caudal de secretos personales y gubernamentales.
En
Venezuela en 2012, impulsado por su aversión a Chávez, el equipo dejó de lado su
precaución habitual. Durante la campaña de Chávez para postular a un cuarto
período presidencial, Sepúlveda publicó un video de YouTube anónimo en el que hurgaba en el correo
electrónico de una de las personas más poderosas de Venezuela, Diosdado
Cabello, en ese entonces presidente de la Asamblea Nacional. También salió de
su estrecho círculo de hackers de confianza y movilizó a Anonymous, el grupo de
hackers activistas, para atacar el sitio web de Chávez.
Tras el
ataque de Sepúlveda a la cuenta de Twitter de Cabello, Rendón lo habría
felicitado. “Eres noticia :)” escribió en un correo electrónico el 9 de
septiembre de 2012 adjunto un enlace a una historia sobre la falla de
seguridad. Sepúlveda proporcionó pantallazos de decenas de correos electrónicos
y varios de los correos originales escritos en jerga hacker (“Owned!”, decía un
correo, haciendo referencia al hecho de haber comprometido la seguridad de un
sistema), que muestran que durante noviembre de 2011 y septiembre de 2012
Sepúlveda envió largas listas de sitios gubernamentales que había infiltrado
para varias campañas a un alto miembro de la empresa de asesoría de Rendón. Dos
semanas antes de la elección presidencial en Venezuela, Sepúlveda envió pantallazos
mostrando cómo había infiltrado el sitio web de Chávez y cómo podía activarlo y
desactivarlo a voluntad.
Chávez ganó
las elecciones pero murió de cáncer cinco meses después, lo que llevó a
realizar una elección extraordinaria en la que Nicolás Maduro fue electo presidente. Un día antes que Maduro proclamara
su victoria, Sepúlveda hackeó su cuenta de Twitter y publicó denuncias de
fraude electoral. El gobierno Venezolano culpó a “hackeos conspiradores del
exterior” y deshabilitó internet en todo el país durante 20 minutos.
En México,
el dominio técnico de Sepúlveda y la gran visión de una máquina política
despiadada de Rendón confluyeron plenamente, impulsados por los vastos recursos
del PRI. Los años bajo el gobierno del presidente Felipe Calderón y el Partido
Acción Nacional, PAN) se vieron plagados por una devastadora guerra
contra los carteles de drogas, lo que hizo que secuestros, asesinatos en la vía
pública y decapitaciones fuesen actos comunes. A medida que se aproximaba el
2012, el PRI ofreció el entusiasmo juvenil de Peña Nieto, quien recién había
terminado su período como gobernador.
A Sepúlveda
no le agradaba la idea de trabajar en México, un país peligroso para
involucrarse en el ámbito público. Pero Rendón lo convenció para realizar
viajes breves desde el 2008 y volando frecuentemente en su avión privado.
Durante un trabajo en Tabasco, en la sofocante costa del Golfo de México,
Sepúlveda hackeó a un jefe político que resultó tener conexiones con un cartel
de drogas. Luego que el equipo de seguridad de Rendón tuvo conocimiento de un
plan para asesinar a Sepúlveda, este pasó la noche en una camioneta blindada
Suburban antes de regresar a Ciudad de México.
En la
práctica, México cuenta con tres principales partidos políticos y Peña Nieto
enfrentaba tanto a oponentes de derecha como de izquierda. Por la derecha, el
PAN había nominado a Josefina Vázquez Mota, la primera candidata del partido a
presidenta. Por la izquierda, el Partido de la Revolución Democrática (PRD),
eligió a Andrés Manuel López Obrador, ex Jefe de Gobierno del Distrito Federal.
Las
primeras encuestas le daban 20 puntos de
ventaja a Peña Nieto,
pero sus partidarios no correrían riesgos. El equipo de Sepúlveda instaló
malware en enrutadores en el comando del candidato del PRD, lo que le permitió
interceptor los teléfonos y computadores de cualquier persona que utilizara la
red, incluyendo al candidato. Realizó acciones similares contra Vázquez Mota
del PAN. Cuando los equipos de los candidatos preparaban discursos políticos,
Sepúlveda tenía acceso a la información tan pronto como los dedos de quien
escribía el discurso tocaban el teclado. Sepúlveda tenía conocimiento de las
futuras reuniones y programas de campaña antes que los propios miembros de cada
equipo.
El dinero
no era problema. En una ocasión Sepúlveda gastó US$50,000 en software ruso de
alta gama que rápidamente interceptaba teléfonos Apple, BlackBerry y Android.
También gastó una importante suma en los mejores perfiles falsos de Twitter,
perfiles que habían sido mantenidos al menos un año lo que les daba una pátina
de credibilidad.
Sepúlveda
administraba miles de perfiles falsos de este tipo y usaba las cuentas para
hacer que la discusión girara en torno a temas como el plan de Peña Nieto para
poner fin a la violencia relacionada con el tráfico de drogas, inundando las
redes sociales con opiniones que usuarios reales replicarían. Para tareas menos
matizadas, contaba con un ejército mayor de 30.000 cuentas automatizadas de
Twitter que realizaban publicaciones para generar tendencias en la red social.
Una de las tendencias en redes sociales a las que dio inicio sembró el pánico
al sugerir que mientras más subía López Obrador en las encuestas, más caería el
peso. Sepúlveda sabía que lo relativo a la moneda era una gran vulnerabilidad.
Lo había leído en una de las notas internas del personal de campaña del propio
candidato.
Sepúlveda y
su equipo proveían casi cualquier cosa que las artes digitales oscuras podían
ofrecer a la campaña de Peña Nieto o a importantes aliados locales. Durante la
noche electoral, hizo que computadores llamaran a miles de votantes en el
estratégico y competido estado de Jalisco, a las 3:00a.m., con mensajes
pregrabados. Las llamadas parecían provenir de la campaña del popular candidato
a gobernador de izquierda Enrique Alfaro Ramírez. Esto enfadó a los votantes
—esa era la idea— y Alfaro perdió por un estrecho margen. En otra contienda por
la gobernación, Sepúlveda creó cuentas falsas en Facebook de hombres homosexuales
que decían apoyar a un candidato católico conservador que representaba al PAN,
maniobra diseñada para alienar a sus seguidores. “Siempre sospeché que había
algo raro”, señaló el candidato Gerardo Priego al enterarse de cómo el equipo
de Sepúlveda manipuló las redes sociales en la campaña.
En mayo,
Peña Nieto visitó la Universidad Iberoamericana de Ciudad de México y fue
bombardeado con consignas y abucheado por los estudiantes. El desconcertado
candidato se retiró junto a sus guardaespaldas a un edificio contiguo, y según
algunas publicaciones en medios sociales se escondió en un baño. Las
imágenes fueron un desastre. López Obrador repuntó.
El PRI
logró recuperarse luego que uno de los asesores de López Obrador fue grabado
pidiéndole a un empresario US$6 millones para financiar la campaña de su
candidato, que estaba corta de fondos, lo que presuntamente habría violado las
leyes mexicanas. Pese a que el hacker dice desconocer el origen de esa
grabación en particular, Sepúlveda y su equipo habían interceptado las
comunicaciones del asesor Luis Costa Bonino durante meses. (El 2 de febrero de
2012, Rendón le envío tres direcciones de correos electrónicos y un número de
celular de Costa Bonino en un correo titulado “Trabajo”). El equipo de
Sepúlveda deshabilitó el sitio web personal del asesor y dirigió a periodistas
a un sitio clonado. Ahí publicaron lo que parecía ser una extensa defensa
escrita por Costa Bonino, que sutilmente planteaba dudas sobre si sus raíces
uruguayas violaban las restricciones de México sobre la participación de
extranjeros en elecciones. Costa Bonino abandonó la campaña pocos días después.
Recientemente señaló que sabía que estaba siendo espiado, solo que no sabía
cómo. Son gajes del oficio en Latinoamérica: “Tener un teléfono hackeado por la
oposición no es una gran novedad. De hecho, cuando hago campaña, parto del
supuesto de que todo lo que hable por teléfono va a ser escuchado por los
adversarios”.
La oficina
de prensa de Peña Nieto declinó hacer comentarios. Un vocero del PRI dijo que
el partido no tiene conocimiento alguno de que Rendón hubiese prestado
servicios para la campaña de Peña Nieta o cualquier otra campaña del PRI.
Rendón afirma que ha trabajado a nombre de candidatos del PRI en México durante
16 años, desde agosto de 2000 hasta la fecha.
En 2012, el
presidente colombiano Juan Manuel Santos, sucesor de Uribe, inesperadamente dio
inicio a las conversaciones de paz con las FARC, con la esperanza de poner fin
a una guerra de 50 años. Furioso, Uribe, cuyo padre fue asesinado por
guerrilleros de la FARC, formó un partido y respaldó a un candidato
independiente, Óscar Iván Zuluaga, quien se oponía al diálogo.
Rendón, que
trabajaba para Santos, quería que Sepúlveda fuera parte de su equipo, pero este
último lo rechazó. Consideró que la disposición de Rendón para trabajar con un
candidato que apoyaba un acuerdo de paz con las FARC era una traición y
sospechaba que el asesor estaba dejando que el dinero fuera más fuerte que sus
principios. Sepúlveda señala que la ideología era su principal motivación,
luego venía el dinero, y si su fin hubiera sido enriquecerse, podría haber
ganado mucho más hackeando sistemas financieros en vez de elecciones. Por
primera vez, decidió oponerse a su mentor.
Sepúlveda
se sumó al equipo de la oposición y le reportaba directamente al jefe de
campaña de Zuluaga, Luis Alfonso Hoyos. (Zuluaga niega conocimiento alguno del
hackeo; Hoyos no pudo ser contactado para dar comentarios). Sepúlveda señala
que juntos elaboraron un plan para desacreditar al presidente al mostrar que
las guerrillas seguían dedicadas al narcotráfico y la violencia, pese a que
hablaban de un acuerdo de paz. Transcurridos algunos meses, Sepúlveda había
hackeado los teléfonos y cuentas de correos electrónicos de más de 100
militantes, entre ellos el líder de las FARC Rodrigo Londoño, también conocido
como Timochenko. Tras elaborar un grueso archivo sobre las FARC, que incluía
evidencia sobre cómo el grupo suprimía los votos de campesinos en zonas
rurales, Sepúlveda accedió a acompañar a Hoyos a los estudios de un programa de
noticias de TV en Bogotá y presentar la evidencia.
Quizás no
fue muy astuto trabajar de forma tan obstinada y pública en contra de un
partido en el poder. Un mes después, Sepúlveda fumaba un cigarillo en la
terraza de su oficina en Bogotá cuando vio acercarse una caravana de vehículos
policiales. Cuarenta agentes del Cuerpo Técnico de Investigación de la Fiscalía
de Colombia vestidos de negro allanaron su oficina y lo arrestaron. Sepúlveda
dice que su descuido en la estación de TV fue lo que condujo a su arresto. Cree
que alguien lo delató. En tribunales, usó un chaleco antibalas y estuvo rodeado
de guardias. En la parte trasera del tribunal hombres sostenían fotografías de
sus familiares y pasaban sus dedos sobre sus gargantas, simulando cortar sus
cuellos, o ponían sus manos sobres sus bocas dando a entender que debían
mantener silencio o atenerse a las consecuencias. Abandonado por sus antiguos
aliados, terminó por declararse culpable de espionaje, hackeo y otros crímenes
a cambio de una sentencia de 10 años.
Tres días
después de llegar a la cárcel La Picota en Bogotá, visitó al dentista y fue
emboscado por hombres con cuchillos y navajas, pero fue socorrido por los
guardias. Una semana más tarde, los guardias lo despertaron y lo sacaron
rápidamente de su celda, señalando que tenían información sobre un plan para
dispararle con una pistola con silenciador mientras dormía. Luego que la
Policía Nacional interceptó llamadas telefónicas que daban cuenta de un nuevo
complot, fue enviado a confinamiento solitario en una cárcel de máxima
seguridad ubicada en una deteriorada zona del centro de Bogotá. Duerme con una
manta antibalas y un chaleco antibalas al lado de su cama, detrás de puertas a
prueba de bombas. Guardias van a verlo cada hora. Como parte de su acuerdo con
la fiscalía, dice que se ha convertido en testigo del gobierno y ayuda a
investigadores a evaluar posibles casos contra el ex candidato Zuluaga y su
estratega Hoyos. Las autoridades emitieron una orden para el arresto de Hoyos,
pero según informes de la prensa colombiana él escapó a Miami.
Cuando Sepúlveda
sale a reuniones con fiscales en el búnker, la sede central de la Fiscalía
General de Colombia, viaja en una caravana armada que incluye seis motocicletas
que atraviesan la capital a 60 millas por hora y colapsan las señalas de
teléfonos celulares a medida que transitan para bloquear el rastreo de sus
movimientos o la detonación de bombas a lo largo del camino.
En julio de
2015, Sepúlveda se sentó en un pequeño patio central del Búnker, se sirvió un
café de un termo y sacó un paquete de cigarrillos Marlboro. Dice que desea
contar su historia porque la gente desconoce el alcance del poder que ejercen
los hackers en las elecciones modernas o el conocimiento especializado que se
requiere para detenerlos. “Yo trabajé con presidentes, personalidades públicas
con mucho poder e hice muchísimas cosas que finalmente, de absolutamente
ninguna me arrepiento porque lo hice con plena convicción y bajo un objetivo
claro, acabar las dictaduras y los gobiernos socialistas en
Latinoamérica", señala. "Yo siempre he dicho que hay dos tipos de
política, la que la gente ve y la que realmente hace que las cosas pasen, yo
trabajaba en la política que no se ve”.
Sepúlveda
dice que se le permite usar un computador y una conexión a internet monitoreada
como parte de un acuerdo para ayudar a la Fiscalía a rastrear y alterar a
carteles de drogas empelando una versión de su software Depredador de Redes
Sociales. El Gobierno no confirmó ni negó que tenga acceso a un computador o el
uso que le da a este. Sepúlveda dice que ha modificado el software Depredador
de Redes Sociales para contratacar el tipo de sabotaje que solía ser su
especialidad, entre otras cosas tapar los muros de Facebook y los feeds de
Twitter de los candidatos. Utilizó su software para analizar 700.000 tweets de
cuentas de partidarios de ISIS para aprender qué se necesita para ser un buen
reclutador de terroristas. Sepúlveda dice que el programa ha podido identificar
a reclutadores de ISIS minutos después de haber creado cuentas de Twitter y
comenzar a publicar y espera poder compartir la información con Estados Unidos
u otros países que luchan contra el grupo islamista. Una firma independiente
evaluó muestras del código de Sepúlveda y determinó que eran auténticas y
sustancialmente originales.
Las
afirmaciones de Sepúlveda respecto a que operaciones de este tipo ocurren en
todos los continentes son plausibles, dice David Maynor, quien dirige una
compañía de servicios de control de seguridad en Atlanta, llamada Errata
Security. Maynor que de vez en cuando recibe solicitudes para trabajos
relacionados a campañas electorales. Le han pedido que su compañía obtenga
correos electrónicos y otros documentos de los computadores de candidatos,
aunque el nombre del cliente final nunca es revelado. “Esas actividades ocurren
en Estados Unidos, y ocurren todo el tiempo”, indica.
En una
ocasión a Maynor se le pidió robar datos a modo de realizar un control de
seguridad. Pero el individuo no pudo demostrar una conexión real con la campaña
cuya seguridad deseaba poner a prueba. En otra oportunidad, un posible cliente
le encargó un informe detallado sobre cómo rastrear los movimientos de un
candidato cambiando el iPhone de un usuario por un dispositivo clonado e
interceptado. “Por razones obvias, siempre rechazamos estas solicitudes”, indica
que Maynor, quien no quiso nombrar a los candidatos involucrados.
Tres
semanas después del arresto de Sepúlveda, Rendón fue obligado a renunciar a la
campaña de Santos en medio de acusaciones en la prensa sobre cómo había
aceptado US$12 millones de narcotraficantes y se los había entregado al
candidato, hecho que él niega.
Según
Rendón, funcionarios colombianos lo interrogaron poco tiempo después en Miami,
lugar donde reside. Rendón señala que los investigadores colombianos le
preguntaron sobre Sepúlveda y les dijo que la participación de Sepúlveda se
limitaba al desarrollo de sitios web.
Rendón
niega haber trabajado con Sepúlveda de forma significativa. “Él dice que
trabajó conmigo en 20 lugares y no, no lo hizo”, afirma Rendón. “nunca le pagué
un peso”.
El año
pasado, medios colombianos señalaron que según fuentes anónimas Rendón
trabajaba para la campaña presidencial de Donald Trump. Rendón dice que los
informes son falsos. La campaña se acercó a él, pero los rechazó porque le
desagrada Trump. “Según tengo entendido, no estamos familiarizados con este
individuo”, señala la vocera de Trump, Hope Hicks. “No había escuchado su
nombre, y tampoco lo conocen otros altos miembros de la campaña”. Sin embargo,
Rendón dice estar en conversaciones con otra de las principales campañas
presidenciales de Estados Unidos - no quiso decir cuál - para comenzar a
trabajar con ellos una vez que concluyan las primarias y comiencen las
elecciones generales.
**Con
Carlos Manuel Rodríguez y Matthew Bristow