El martes pasado, el magnate triunfó por un margen muy amplio en las primarias de cinco estados del noreste de su país, Connecticut, Delaware, Rhode Island, Maryland y Pennsylvania, acercando así el total de delegados comprometidos a los 1.237 que necesitaría para que sea nominado al celebrarse en Cleveland la convención republicana a mediados de julio. 

Con la esperanza de frenarlo antes de que sea demasiado tarde, los dos rivales que aún quedan en pie, Ted Cruz y John Kasich, han optado por aliarse, pero parecería que el pacto de ayuda mutua que arreglaron no les ha servido para mucho. De todos modos, puesto que a juicio de muchos republicanos y, desde luego, casi todos los demócratas, el senador Cruz –el que aventaja por mucho a su socio coyuntural Kasich, un político respetado cuyo perfil es el de un centrista moderado– podría ser aún más peligroso que Trump por tratarse, dicen, de un reaccionario muy inteligente, razón por la que su eventual candidatura sería igualmente divisiva. 

Quienes piensan así creen que, a diferencia de Trump, que últimamente ha adoptado un estilo menos extravagante y por lo tanto más "presidencial", si Cruz lograra instalarse en la Casa Blanca se mantendría fiel a sus convicciones sin preocuparse por las consecuencias.

Entre los demócratas, la precandidata del establishment partidario, Hillary Clinton, ha ampliado su ventaja sobre Bernie Sanders que, a pesar de que ya sean mínimas sus posibilidades de conseguir la nominación, sigue negándose a tirar la toalla. Es que el "viejo hippie" que, para sorpresa de muchos norteamericanos, se afirma un socialista cuenta con el apoyo entusiasta de un gran número de jóvenes que se sienten decepcionados por el desempeño del presidente actual, Barack Obama. 

Según Sanders, lo que necesita Estados Unidos es un gobierno declaradamente izquierdista que sea capaz de impedir que siga creciendo la brecha entre los ricos y los pobres, subsidiar a los estudiantes universitarios para aliviar el peso de las deudas onerosas que millones nunca estarán en condiciones de saldar y hacer universal el sistema de salud. Otros demócratas, en especial los partidarios de Hillary Clinton, lo acusan de irresponsabilidad voluntarista, pero tales reparos no le han impedido protagonizar una campaña impactante.

Parecería, pues, que el próximo presidente de la superpotencia será Clinton o Trump. Fuera de Estados Unidos, una mayoría abrumadora de los interesados en la política estadounidense espera que resulte ser Clinton, por tratarse de una persona que es mucho más previsible que "el Donald" y que sería reacia a correr demasiados riesgos. Con todo, la reputación de la ex primera dama en su propio país dista de ser buena. Muchos que la prefieren a Sanders, para no hablar de Trump, la creen una manipuladora ambiciosa que en diversas ocasiones ha mentido acerca de su propia trayectoria y que, como secretaria de Estado, cometió irregularidades que aún podrían ocasionarle graves problemas legales. 

Para ellos, no es del todo confiable, pero ya les es demasiado tarde para procurar reemplazarla por otro político. Sea como fuere, motiva inquietud el que en noviembre les toque a los norteamericanos elegir entre dos candidatos que, en opinión de muchos, sencillamente no poseen las cualidades que creen necesarias para desempeñar con éxito el papel de la "persona más poderosa del mundo". Es claramente deficiente un sistema político en que, antes de entrar la campaña electoral en sus fases finales, una minoría de activistas, tanto republicanos como demócratas, que por lo común tienen ideas y posturas que son llamativamente más extremistas que las de la mayoría, pueden incidir de manera decisiva en el destino político de Estados Unidos y por lo tanto de muchos otros países, ya que, si bien "el imperio" no es tan hegemónico como era en los años que siguieron a la desintegración de la Unión Soviética, no ha dejado de ser más poderoso económica, militar y culturalmente que cualquier otro país o agrupación como la Unión Europea.