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03/05/2016 | La droga monetaria y la social

Miguel Angel Belloso

Igual que ocurrió hace décadas con Alan Greenspan en la época de la exuberancia irracional de los mercados, y después, ya durante la Gran Recesión, con Ben Bernanke, ambos ex presidentes de Reserva Federal; Mario Draghi ha sido ascendido a los altares por los inversores.

 

Lo han convertido en la figura crucial de la que depende la sostenibilidad económica del continente. Pero a mí me parece que es endosarle una responsabilidad excesiva e inconveniente. Los tipos de interés cero e incluso negativos, y la compra masiva de activos en la que está embarcada el banco central tienen sentido cuando se aplican de manera excepcional para evitar el colapso del mecanismo de pagos pero resultan contraproducentes, y generan efectos distintos a los esperados, cuando se enquistan y utilizan para perseguir otros fines como estimular la alicaída demanda global.

En el último número de Actualidad Económica que ya tienen en el quiosco explicamos algunas de estas consecuencias nocivas. Una de ellas es que en un entorno monetario tan relajado los agentes económicos acometen proyectos que resultan lucrativos con un precio del dinero artificialmente bajo, pero que dejan de serlo rápidamente en cuanto la situación se normaliza. En una palabra, los tipos de interés cero disipan el riesgo y empujan unas decisiones de consumo y sobre todo de inversión temerarias. La gente no sabe cómo sacar partido de sus ahorros y termina metida en activos para los que no está preparada, reproduciendo los comportamientos que impulsaron las burbujas pasadas y abocaron al ajuste dramático que todavía no nos hemos sacudido de encima.

Consciente de las peligrosas implicaciones de la estrategia, el señor Draghi ha advertido repetidamente que los gobiernos deben pasar a la acción, haciendo reformas y liberalizando la economía, porque la capacidad del banco emisor para resolver los problemas es limitada. Pero, irónicamente, es la propia política monetaria expansiva, sostenida en el tiempo sin un motivo claro que la justifique, la que disuade a los gobiernos de controlar el gasto, reducir el déficit y estabilizar la deuda. Es como una droga que anula la voluntad y la determinación para librarse de una dependencia insana.

Hay, sin embargo, otra clase de drogas, si cabe más peligrosa. De ellas se habla profusamente en el número de El Espectador Incorrecto, la revista anual de pensamiento que edita Unidad Editorial y que se regala este mes con Actualidad Económica. Una de ellas es la de un Estado de Bienestar que ha producido ciudadanos más protegidos y al mismo tiempo más descontentos que nunca. Estamos en el mejor momento de la historia del mundo pero quizá con el nivel de indignación general más alto de siempre, alimentado por un populismo rampante que sabe explotar con eficacia los instintos más primarios y mezquinos del ser humano: la envidia, el rencor e incluso la ira. ¿Qué nos está ocurriendo? Los mejores pensadores y escritores del país tratan de dar respuesta a los grandes interrogantes de nuestro tiempo en El Espectador Incorrecto. No se lo pierdan.

El Mundo (España)

 



 
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