En el pequeño pueblo de Btaaboura, en el norte del Líbano, un cartel recibe a los visitantes en portugués: "Rua [calle] Michel Tamer, vicepresidente do Brasil". Aparte de la errata en el apellido, que no es Tamer sino Temer, sus vecinos deben ir pensando en corregir también el cargo. Porque desde ayer, este descendiente de inmigrantes del país de los cedros es el nuevo presidente interino de la República.

Michel Temer (Tietê, 1940) sustituye así a Dilma Rousseff, a quien acompañó como discreto vicepresidente durante más de cinco años y a la que, según ella, ha acabado "traicionando" para arrebatarle el sillón por el mecanismo parlamentario del "impeachment".

No es el primer vice que sube de escalón. Antes lo hicieron José Sarney, por fallecimiento del presidente electo en 1985, e Itamar Franco, mediante otro proceso de destitución similar al actual en 1992. Todos ellos del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), especialista en tejer alianzas más pragmáticas que ideológicas para ocupar de una u otra forma los rincones del poder.

Conciliador, reservado, formal, ponderado y tranquilo son algunos de los adjetivos que los colaboradores de Temer suelen utilizar para describirlo. Sus adversarios prefieren compararlo con un "mayordomo de película de terror" y lo acusan de "conspirar" entre las sombras. En cualquier caso, para buena parte de sus compatriotas apenas era un ilustre desconocido hasta hace unos meses.

A pesar de ser vicepresidente desde 2011 y antes presidente de la Cámara de los Diputados durante tres mandatos, la inmensa mayoría sólo empezó a familiarizarse con su figura después de leer la carta que envió en diciembre a Dilma. En el texto, teóricamente de carácter privado aunque divulgado casi instantáneamente por la prensa, Temer se quejaba de estar siendo tratado como un "vice decorativo" y se decía víctima de la "desconfianza" y el "menosprecio" de su aliada.

14 minutos de fama

Sus lamentos corrieron como la pólvora por las redes sociales y dieron pie a centenares de bromas. "Imprime, recorta y adorna tu árbol de Navidad con el vice decorativo", bromeó la web satírica Sensacionalista.

Los siguientes minutos de fama de Temer, exactamente 14, llegaron en abril. Esta vez por una vía más moderna: un mensaje de audio a través de WhatsApp, en el que ensayaba un "pronunciamiento a la nación" unos días antes de la aprobación del 'impeachment' por los diputados. Sólo que el vicepresidente apretó el botón que no era y lo envió, según su versión, al grupo equivocado.

Precipitación o movimiento calculado, sólo él y sus más íntimos lo saben. Lo cierto es que a partir de entonces ya no hubo marcha atrás en su divorcio con Dilma, con quien siempre mantuvo una relación distante en lo personal y discrepante en lo político.

Con maneras y lenguaje de caballero de otra época, nunca en la historia de Brasil alguien de su edad había tomado posesión como presidente. De la primera dama, en cambio, no puede decirse lo mismo. A sus 75 años, el nuevo mandatario en funciones está casado con Marcela, una ex modelo y licenciada en Derecho que el próximo lunes cumplirá 33. En su cuello, un tatuaje en letras negras: "Michel Temer".

Cuando se conocieron, durante la campaña electoral de 2002, ella ni siquiera había cumplido los 20. "Era un contacto profesional que podía ayudarme a dar un empujón a mi carrera, pero me pareció un seductor", explicó la propia Marcela en una entrevista a la revista TPM.

A partir de ahí, su padre le aconsejó felicitarle por e-mail por su reelección como diputado y él devolvió el gesto con una llamada. Cuatro meses después estaban casados y ahora tienen un niño de siete años, Michelzinho. Temer tiene tres hijas de su matrimonio anterior -todas mayores que su actual mujer- y otro hijo de una relación con una periodista de Brasilia.

Aclaradas sus dotes de conquistador amoroso, este experto en Derecho Constitucional también goza de reconocimiento como astuto negociador entre bastidores. "Temer es un político con experiencia y muy hábil", confirma Marcelo Issa, director de la consultora Pulso Público en São Paulo. "Pero está lejos de ser el líder que a algunos les gustaría que fuera", advierte el también politólogo Humberto Dantas, de 4E Consultoría. Es más bien "un administrador, un acomodador de deseos y voluntades, un apaciguador de quejas", describe Dantas.

Todas esas características difícilmente lo convertirán en un carismático inspirador de masas como fue Luiz Inácio Lula da Silva en su época dorada, pero sí pueden ayudarle a forjar la coalición necesaria para superar la crisis política y económica que atraviesa el país desde las elecciones de 2014.

Porque si algo sabe hacer Temer es pactar. Conocedor de los secretos del Parlamento por su trayectoria como diputado durante más de 20 años, el líder del PMDB fue primero aliado del Gobierno de Fernando Henrique Cardoso y después, pese a las reticencias iniciales, acabó sumándose al proyecto más izquierdista de Lula a cambio de un puñado de ministerios.

Antes de todo eso, en la década de los 80, vivió una de sus escasas experiencias ejecutivas al ser nombrado secretario de Seguridad de São Paulo, el mayor estado de Brasil y que curiosamente no tenía un presidente desde hace más de un siglo. En aquellos años, en plena recta final de la dictadura militar, el moderado Temer se habituó a negociar con mano izquierda con estudiantes y movimientos sociales para apaciguar las protestas de una época convulsa. Un recuerdo que sin duda puede serle útil para afrontar las manifestaciones y huelgas que previsiblemente le darán la bienvenida a su nuevo cargo.