El eje Amberes-Bruselas ha alumbrado tres de cada cuatro yihadistas belgas.
No todos
los belgas compartían el entusiasmo de su rey, Leopoldo I, cuando en 1834 el
país hizo una apuesta decidida por el ferrocarril para conectar sus principales
áreas industriales y sortear así el bloqueo en los canales fluviales con que
los holandeses les castigaban desde su independencia (1830). Los granjeros
temían que las vacas enloquecieran a su paso, y había quien mantenía que la
leche llegaría a destino convertida en mantequilla, y los huevos, en tortilla.
“Viajar en tren no produce ningún problema respiratorio. Podrá respirar con
normalidad incluso en los vagones de tercera y cuarta clase”, aseguró el
boletín oficial belga al anunciar la construcción de una línea de tren entre
Bruselas y Malinas, con parada en Vilvoorde. Sería la primera línea de ferrocarril
de la Europa continental; entonces, sólo el Reino Unido, cuna de la revolución
industrial, contaba con trenes de vapor.
El 5 de
mayo de 1835, en medio de una gran expectación, se inauguraba la nueva línea.
Tres flamantes locomotoras traídas, como el rey de los belgas, de Inglaterra,
transportaron a los 900 invitados. Por prudencia, los 22 kilómetros que separan
Bruselas de Malinas en tren se recorrieron a 30 kilómetros por hora, la mitad
de lo posible. No hubo quejas y sí un sentimiento de estar a la vanguardia de
la historia, en consonancia con las aspiraciones de una joven nación. Un año
después, la línea se extendió al norte para conectarla con Amberes y siete años
después llegó a Charleroi, entonces potente capital de la siderurgia. En 1842,
Bélgica contaba ya con más de 500 kilómetros de vías.
Lejos de
provocar males de salud a la población, la llegada del ferrocarril a Bélgica
supuso un fuerte impulso a la industrialización. Las ciudades alrededor de la
primera línea ferroviaria siguen siendo un espacio clave de la economía
nacional. Casi tres millones de personas viven en esta gran aglomeración urbana
que ha pasado por vaivenes muy similares: fuerte desarrollo económico, apertura
de industrias de transformación, llegada masiva de mano de obra extranjera,
crisis de la minería y la siderurgia, aparición de grandes bolsas de pobreza y
marginación, paro juvenil…
Hoy
el eje Amberes-Malinas-Vilvoorde-Bruselas está en el punto de mira de
las autoridades por razones distintas a su pujanza económica. Al menos, el 75%
de los 451 jóvenes belgas que, según las estimaciones oficiales, se han ido a
combatir con grupos terroristas en Siria o Iraqproceden de las ciudades en
torno a esta línea, un trazado casi recto, de menos de 50 kilómetros.
Las
ideas radicales han viajado a una velocidad que asustaría a los
primeros usuarios de este tren, aunque el hecho de que los reclutadores lo
usaran ocasionalmente para moverse entre sus ciudades no sea más que una
anécdota. Es más bien su uniformidad socioeconómica lo que puede explicar por
qué el fenómeno de la radicalización islamista se circunscribe fuertemente a
esta área geográfica, mientras otras regiones, incluidas zonas urbanas con
fuerte presencia de población musulmana, apenas se han visto afectadas.
“Nuestra
fuerza económica histórica es también nuestra vulnerabilidad”, admite Hans
Bonte, alcalde de Vilvoorde, la ciudad belga más tocada por el fenómeno de la
radicalización islamista. “Estamos en el eje de la vieja línea ferroviaria que
trajo la industria que levantó nuestro país. Esta localización central es una
increíble ventaja. Nos hace muy sexis para las empresas, porque estamos a tiro
de piedra de todo el país y a menos de dos horas de París o Amsterdam en tren,
pero es también un grave problema”. Vilvoorde ha resultado ser también muy
atractiva para el crimen organizado y es vulnerable a los problemas de la
capital, admite Bonte.
Malinas
es la excepción. Oficialmente no ha visto partir a ningún joven a Siria. “Pero
esto no es el paraíso, no somos ninguna isla”, puntualiza su alcalde, Bart
Somers, que toca madera para que ninguna de las 25 personas a las que tiene
controladas por estar en vías de radicalización se vaya a la yihad. Bélgica y
Francia han visto las consecuencias dramáticas que puede tener el retorno de
algunos de estos jóvenes, radicalizados y entrenados como terroristas por el
autodenominado Estado Islámico. “Ocupamos un lugar central en el eje
Amberes-Bruselas, un único espacio desde el punto de vista económico y social”,
con aspectos comunes como una gran diversidad y una fuerte presencia de
población musulmana procedente del norte de Marruecos, destaca Somers.
La
Vanguardia recorrerá desde hoy las principales ciudades del histórico eje
ferroviario para explorar los factores de la radicalización islamista
(similares a los que se observa en ciudades de Francia, Dinamarca o Estados
Unidos) y conocer las respuestas que se están dando desde sus ayuntamientos, el
nivel administrativo que considera más adecuando para combatirlo. Una docena de
ciudades flamencas se ha dotado por ejemplo de funcionarios de
desradicalización para coordinar las políticas de prevención, detección y
seguimiento. Algunas de sus iniciativas han suscitado el interés de la Casa
Blanca.
Próxima estación, Amberes.