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06/06/2016 | Hillary no puede perder en California

Juan M. Hernández Puértolas

El denominado ‘Golden state’ ha votado de manera ininterrumpida al candidato demócrata a la presidencia desde 1992.

 

Se ha dicho hasta la saciedad que, si fuera un estado independiente,California figuraría entre los diez primeros países del mundo por su producto interior bruto, pero hay otro indicador menos utilizado que resulta tanto o más impresionante: uno de cada nueve estadounidenses vive en el Golden State. Con 38,3 millones de habitantes, no sólo es el estado más populoso de la Unión, sino que observa una composición étnica muy distinta a la del país en su conjunto. Mientras en Estados Unidos la población blanca aún supera el 63%, en California no llega al 40%. Mientras en toda la nación la población de origen latino se sitúa en el 16%, en California supera el 38%. En fin, los porcentajes respectivos para los afroamericanos son del 12,2% y el 5,7%, mientras que para los asiáticos son del 4,8% y el 13%. Si California marca el mix demográfico del porvenir –superó a Nueva York como estado más poblado en 1963 y desde entonces ha más que doblado su población–, el futuro del Partido Republicano, con Trump o sin Trump, es realmente comprometido.

Y es que, fundamentalmente gracias a esa evolución étnica, California no sólo viene votando ininterrumpidamente al candidato demócrata a la presidencia desde 1992 –seis comicios consecutivos–, sino que los dos senadores –actualmente senadoras–, 38 de los 53 congresistas que envía a Washington y la práctica totalidad de los cargos elegidos a nivel estatal pertenecen al Partido Demócrata. Esta hegemonía demócrata y progresista es relativamente reciente, ya que este estado que representa por excelencia el American Dream dio al país en el último tercio del siglo XX dos presidentes republicanos y conservadores tan conspicuos como Richard Nixon y Ronald Reagan.

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Curiosamente, sin embargo, California no ha sido muy importante a la hora de designar los candidatos a la presidencia. Tradicionalmente, sus elecciones primarias se han situado a principios de junio, cuando casi todo el pescado estaba ya vendido. Cabe citar como excepciones las primarias demócratas de 1968, ganadas por Robert Kennedy justo antes de ser asesinado en un hotel de Los Ángeles y las de 1972, cuando George McGovern superó el último obstáculo para obtener la nominación demócrata a la presidencia.

En un intento de superar esa irrelevancia, sus legisladores adelantaron la fecha de las primarias a marzo e incluso a primeros de febrero, pero siguieron sin ser decisivas. De hecho, Hillary Clinton se impuso nítidamente a Barack Obama en las del 2008, lo que de poco le sirvió. Poco después, las primarias volvieron a ser trasladadas al primer martes de junio, siempre que ese día no sea primero de mes.

Para la ex primera dama, las de este año tienen un simbolismo nada desdeñable. Aunque ya tiene la nominación en el bolsillo, una derrota ante Bernie Sanders en California supondría una postrera humillación en una campaña que se presumía un paseo militar y que en cambio posibilitaría al veterano senador socialista mantener su reto, aunque fuera en términos morales más que en los prácticos, hasta la mismísima convención de Filadelfia. Una victoria de Hillary Clinton, por el contrario, le permitiría centrarse nítidamente en la pugna con Donald Trump, al que ha calificado de fraudulento e ignorante en los últimos días.

La Vanguardia (España)

 



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03/11/2010|

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