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03/09/2006 | El judío de las naciones

Jean Meyer

Tengo la impresión de que los dirigentes civiles y militares de Israel, el 12 de julio pasado, cuando Hezbolá capturó a dos de sus soldados, decidieron jugar a la ruleta rusa, en este caso a la ruleta israelí, quiero decir a ese juego suicida de la pistola cargada con una o dos balas y que uno apunta en su propia sien.

 

Ese día decidieron contestar con una ofensiva masiva contra Hezbolá en Líbano, a costa de Líbano. Un mes después, cuando tuvieron que suspender las operaciones, sin haber podido destruir al enemigo, habían perdido una buena parte del apoyo internacional. Su prolongado bloqueo de la costa y del espacio aéreo libanés, además de afectar económicamente y de humillar a los libaneses, cansa la paciencia de la comunidad internacional y desprestigia al secretario de la ONU, Kofi Annan.

¿Los palestinos de Hamas capturan un soldado hebreo? Los tanques de Israel aplastan Gaza. ¿Los del Partido de Dios capturan dos soldados? El ejército hebreo machaca un país y lo somete, hasta la fecha, a un duro bloqueo. De un lado la suerte de uno, de dos soldados, expuestos lógicamente a ese tipo de riesgo; del otro, una población civil inerme que pierde mil 200 vidas, sufre el desplazamiento de un millón de personas y pérdidas materiales inmensas. ¿Reacción tan exagerada como inesperada? Exagerada sí, inesperada no. Se le puede, se le debe criticar racionalmente, pero también se explica.

Esa era ya la estrategia de Ben Gurión, al principio del Estado de Israel: defendía cada kibbutz como si fuese todo el país. Cuando Israel contesta así, no contesta sólo a un golpe concreto, sino a toda la Historia, al genocidio, a la Noche de Cristal en la Alemania nazi, a Dachau y a Baby Yar, y a la matanza inmensa perpetrada por los cosacos de Bogdan Jmelnitiski en 1648, a los pogroms de Odessa y Kiev a fines del siglo XIX, que provocaron la huida hacia América de los judíos de Ucrania y Rusia, y a la expulsión de Inglaterra en 1290, de Francia en 1394, de España en 1492.

Contestan a las acusaciones mentirosas de ser unos "cosmopolitas sin patria", de perpetrar crímenes rituales, de haber preparado el asesinato de Stalin ("el complot de las batas blancas" en 1953), de perseguir su propósito de dominar al mundo ("Los protocolos de los sabios de Sion"). Contestan a la obligación de llevar en la ropa la estrella amarilla, de vivir encerrados en guetos, de tener que leer hoy inscripciones racistas en los muros de París, Lyon, Marsella, de sufrir el incendio de sinagogas, la profanación de sus tumbas en varios lugares de Francia.

La población chiíta del sur libanés, los palestinos no son responsables de Auschwitz, ciertamente, pero los movimientos como Hamas y Hezbolá quieren y proclaman que buscan y buscarán la destrucción de Israel. Es lo que proclama también Mahmud Ajmadineyad, el dirigente iraní: hay que "borrar el Estado sionista del mapamundi", ese Estado creado mil 867 años después de la destrucción del Templo de Jerusalén por el emperador romano Tito.

Israel tiene 58 años nada más y a lo largo de esos cortos 58 años ha vivido con el rifle al hombro; sus muchachas y sus muchachos prestan un duro servicio militar que, periódicamente, se transforma en guerra de verdad; su experiencia es la de las bombas, de los cohetes caseros de Hamas, ahora de los misiles sofisticados iraníes de Hezbolá, sin contar los espantosos bombazos humanos. Sus enemigos pueden perder tranquilamente todas las batallas, todas las guerras; Israel no puede perder una sola vez, sin correr el riesgo de desaparecer.

Los judíos crearon el Estado de Israel, con el apoyo de la comunidad internacional, en el marco legal de la ONU, como para contestar, siglos después, a las preguntas del gran príncipe Vladimir de Kiev. Aquel, en el año 986, antes de escoger el cristianismo para sí mismo y para su pueblo, sopesó el Islam y el judaísmo. A los judíos, según cuenta la tradición, les preguntó: "¿Dónde se encuentra su tierra? -En Jerusalén. / ¿Viven ustedes allá? -No, Dios nos castigó por nuestros pecados y nos ha mandado a vivir en tierras extranjeras. / -Entonces, prosiguió el príncipe, ¿Cómo se atreven ustedes a enseñar a los demás, cuando ustedes han sido rechazados? ¡A poco pretenden causarnos un mal semejante!". Hoy los israelíes contestarían de otro modo a Vladimir: "Vivimos en Israel, en la tierra de nuestros padres".

¿Quién les permitió regresar a esa tierra, Dios o los hombres? Si es Dios, habló por la boca de los enemigos de Dios, de gente como Andrei Yanuarevich Vishinski, el hombre de Stalin. El soviético ateo contribuyó a la redacción de los renglones torcidos de Dios, votó la partición de Palestina y la creación de Israel (y de Palestina) en compañía de todos los grandes de la ONU. El camarada Gromiko habló del "deber moral del mundo para con el pueblo mártir". Unos años más tarde, los soviéticos tendrían otro discurso y denunciarían a los "sionistas-imperialistas", pero en 1948 Moscú veía en los militantes sionistas un aliado contra los árabes aliados de los anglosajones. Israel ganó la primera guerra, la del 48, en gran parte gracias al puente aéreo decidido por Stalin, entre las fábricas checas Skoda y Tel Aviv. En 1973, Egipto estuvo al punto de ganar la guerra de Kipur, gracias al apoyo soviético, a su material, a sus instructores. Ese breve recuento sirve para prepararnos a las sorpresas por venir, pero mientras, Israel se ha vuelto el judío de las naciones.

El Universal (Mexico)

 



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