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11/08/2016 | Cachemira, entre piedras y perdigones

Victor M. Olazabal

Desde que se originaron los enfrentamientos con la policía, el 8 de julio, han muerto 56 personas, 6.000 han resultado heridas y 1.000 detenidas

 

"Los tiempos han cambiado y los jóvenes se han dado cuenta de que un AK-47 es un lastre. Ahora quieren un Android en la mano". Era invierno de 2014, Cachemira acudía a las urnas y el primer ministro indio, Narendra Modi, llamaba a la paz en una de las regiones más militarizadas del mundo. A tenor de lo visto en el último mes, lo que los cachemires tienen en sus manos son piedras. Y la policía, perdigones.

Srinagar, capital de Jammu y Cachemira, en India, vive desde hace un mes entre dos polos: la extrema quietud de calles vacías y persianas bajadas y la violencia descontrolada entre manifestantes y fuerzas de seguridad. Los enfrentamientos llevan 56 muertos6.000 heridos y 1.000 detenidos. La mayoría de los fallecidos son jóvenes que pelean de tú a tú con piedras y palos contra los agentes, que usan gases lacrimógenos y escopetas de balines. Tras cada choque, llegan a los hospitales personas que han sufrido los daños de unas balas que estallan en pedazos al impactar en un cuerpo, en una cara.

El toque de queda afecta a varias zonas de Srinagar y a distritos próximos, mientras las fuerzas separatistas mantienen bloqueos y una huelga general por lo menos hasta el viernes. Los centros educativos, tiendas, oficinas y el transporte público siguen suspendidos; internet y los servicios de telefonía, limitados; los tenderos y gasolineros aprovechan la noche para vender a hurtadillas y en las horas de rezo los vecinos comentan la crisis, a pesar de que las reuniones de más de tres personas están restringidas.

El origen de las protestas fue la muerte el 8 de julio de Burhan Wani, militante musulmán de 22 años abatido por la policía. La misma suerte que corrió su hermano hace un año. El joven Burhan, de clase media, se unió a la militancia tras vivir un encuentro con policías en el que se sintió humillado. Era miembro del grupo separatista Hizbul Mujahideen, considerado terrorista por Delhi, aunque a él no se le vinculó con ningún atentado. Ahora se ha convertido en un símbolo del independentismo más allá de las redes sociales, donde ya reinaba.

Su muerte corrió por la red y a través de los móviles inteligentes de los que hablaba el primer ministro. Decenas de miles de personas acudieron a su funeral. Allí surgió un lema que presagiaba lo que vendría: "Burhan, tu sangre traerá la revolución". El luto se convirtió en manifestaciones contra la presencia policial en Cachemira que terminaban a pedradas contra los agentes desplegados. Estosrespondieron con balas. Después vinieron el toque de queda, los coches patrulla destrozados, los ojos reventados. Y más funerales. Tras cada entierro, nuevas protestas, y viceversa. Este martes, Modi, por primera vez desde el inicio de los disturbios, llamó al diálogo con las fuerzas separatistas.

El origen del conflicto

Cachemira vuelve a vivir un 'déjà vu'. La última vez fue en 2010, cuando una ola de violencia acabó con 112 muertos. La región, de mayoría musulmana, es el principal foco de conflicto entre India y Pakistán desde la independencia de ambos en 1947. Dos guerras lo confirman. La región, partida entre dos potencias nucleares, es reclamada por ambas, y sus habitantes se dividen entre quienes sienten que están en el lugar adecuado, quienes quieren formar parte del país vecino y quienes anhelan el suyo propio. A eso se suma un descontento generalizado por el paro, la corrupción y el desarrollo económico.

Desde hace casi tres décadas, la Cachemira india sufre un conflicto entre los soldados y la insurgencia armada que ha costado miles de vidas, a pesar de que en los últimos años los choques han disminuido. Delhi, que tiene desplegado allí medio millón de efectivos, acusa a Islamabad de dar apoyo a la militancia separatista, en un sinfín de acusaciones mutuas bajo las que se ha roto en numerosas ocasiones el alto el fuego fronterizo.

"Los gobiernos indios perciben el conflicto como un problema de orden público y no como una cuestión política. Esto ha llevado a una alienación de los jóvenes cachemires, que han sido criados en un ambiente de armas y medidas de seguridad drásticas", afirma Sarral Sharma, del Instituto de Estudios de Paz y Conflicto, que cree que hace falta más diálogo.

Según los analistas, la actual crisis muestra la incapacidad del Gobierno estatal (una coalición entre el hinduista BJP y el regional PDP) para afrontar el problema y sostienen que el Ejecutivo nacional está demasiado distante, algo que también señaló ayer la oposición en el Parlamento. "Las tropas pueden contener la violencia, pero no crear paz. Eso es tarea de la astucia política, pero hay un déficit endémico tanto en el estado como en el país", dice Ajit Singh, del Instituto de Gestión de Conflictos.

Al otro lado de la frontera, el Gobierno pakistaní denuncia el "uso de excesiva fuerza" en una región que asiste a una "crisis humanitaria", según el primer ministro Nawaz Sharif, que ha pedido a la comunidad internacional que actúe para "acabar con el derramamiento de sangre". En Delhi responden que el Ejecutivo de Sharif sigue diferenciando entre "buenos y malos terroristas" por patrocinar a grupos insurgentes y piden a Pakistán que "no glorifique a terroristas como mártires", como hizo ante la muerte de Wani.

El Mundo (España)

 



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