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25/09/2016 | ¿Por qué avanza Trump?

Pascal Beltrán del Río

Hace 15 meses, cuando anunció públicamente sus intenciones de buscar la Casa Blanca, el empresario Donald Trump emprendió una estrategia que parecía condenada al fracaso.

 

Ésta ha consistido en decir cosas que tienen el potencial de provocar escándalo y rechazo. Cosas que cualquier asesor político tradicional aconsejaría evitar.

Al principio, la campaña de Trump fue tratada como un chiste. Pocos imaginaron que el magnate terminaría con sus 16 contrincantes en las primarias del Partido Republicano y ganaría la nominación.

Cada vez que Trump dice algo polémico e incluso revulsivo, los convencionalismos dictan que ahora sí cavó su tumba y está acabado. Pero resulta que no, que tiene más vidas que un gato.

Es interesante tratar de explicar por qué este hombre puede decir cosas tan terribles sobre los mexicanos, las mujeres, los inmigrantes, los medios tradicionales, sus rivales políticos y muchos otros, y salir indemne, al menos ante el sector de la opinión pública que lo apoya en sus intenciones de ser presidente de Estados Unidos.

Recuerdo cuando en 1992 el entonces vicepresidente Dan Quayle quiso corregir a un estudiante de primaria por la forma en que había escrito una palabra y terminó corregido por él. Ese episodio descalificó para siempre a Quayle.

Pues Donald Trump ha fallado repetidamente en la ortografía de las palabras que tuitea y, pese a las burlas de que es objeto por ello, dichos errores no han hecho mella en su popularidad ante los electores.

Incluso parece que los errores de juicio y de conocimiento del candidato presidencial lo fortalecen en sus aspiraciones políticas.

¿Por qué pasa eso? Creo que el tema es digno de estudios sociológicos pero me parece que tiene que ver con un cambio radical en la sociedad estadounidense que seguramente se replica en muchas otras partes del mundo.

¿Cuál es ese cambio? La gente está harta de los políticos tradicionales y sus valores y parece dispuesta a apoyar un cambio aunque esto signifique abrazar a líderes que digan cosas ofensivas e ignorantes, siempre y cuando luzcan como honestas.

Una característica de los políticos tradicionales en Estados Unidos y otros países es el cuidado con el que construyen cada frase y lo acartonado de su estilo.

Pues Trump es exactamente lo contrario. Mi impresión es que el empresario ha roto con ese modelo y, al hacerlo, envía una imagen de sí mismo que resulta transparente a la vista del electorado.

Lo que parecen estar diciendo los votantes que apoyan a Trump es que prefieren a un hombre transparente que dice cosas horribles y no se avergüenza ni un ápice de ellas, que a una mujer que es la encarnación del tradicionalismo político y que vuelve acartonado todo lo que toca.

Es muy evidente que Trump ha sabido interpretar el disgusto que yacía bajo la superficie de los buenos modales de la sociedad estadounidense.

Ahí habita un rencor con la derrota del llamado modo americano de vida, aquella que obliga a muchos estadounidenses a tener que trabajar turnos dobles para mantener un nivel de vida que antes se alcanzaba con ocho horas en la oficina o la fábrica.

Trump ha permitido a muchos de sus conciudadanos ventilar ideas que se habían mantenido atrapadas por el dictado de un tradicionalismo político que no atendió sus preocupaciones.

No sé si series como House of Cards o libros como This Town han servido para exhibir el cinismo de la clase política estadunidense o si, al revés, esas obras reflejan el disgusto de millones con los valores de Washington.

Lo cierto es que Trump ha leído el malestar y, como ha dicho el presidente Obama, ha avivado las flamas del resentimiento.

Antes un político caía en desgracia porque los medios decidían si lo que había hecho o dicho era contrario a los valores de la sociedad.

Hoy esas evaluaciones no valen más. Para bien o para mal, el ciudadano de a pie ha encontrado la manera de hacer que su opinión se escuche y cuente.

Hoy -gracias, en parte, a las redes sociales- ninguna opinión resulta correcta o incorrecta. Lo que vale es qué tanto esté dispuesto a sostenerla y no arredrarse quien la emite.

Hoy los bocones se imponen. Y eso está haciendo que cambie la política para siempre.

Excelsior (Mexico)

 



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