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17/10/2016 | El próximo Trump

Héctor E. Schamis

En caída libre, su derrota no ocurrirá por ser populista sino por no serlo.

 

The New York Times divulga sus impuestos impagos y los testimonios de sus víctimas de acoso sexual. The Washington Post publica “el argumento final”, un detallado compendio de sus “comentarios erróneos, maliciosos e ignorantes” desde el comienzo de su campaña. Time, que en agosto lo tuvo en portada derritiéndose, ahora la repite ya completamente líquido.

Se trata de Donald Trump, a quien le queda poco tiempo. Las encuestas separadas por género son un ejercicio elocuente. Con un voto enteramente femenino, el colegio electoral favorecería a Hillary Clinton por 458 a 80 votos. El masculino iría para Trump por 350 contra 188. No es una regla de tres simple pero la aritmética es bastante robusta. Con 272 votos se obtiene la llave de la Casa Blanca.

Su derrota tranquiliza, pero no puede ocultar preocupaciones más de fondo. Es que su antipolítica ha sido profunda. Ha sido capaz de revelar la propia descomposición del Partido Republicano, un partido que durante décadas fue abandonando el legado de Lincoln para abrazar el extremismo, sea social, cultural o religioso tanto como fiscal.

La aberración de su candidatura, que horroriza al establishment del partido, cobra sentido si se la ve como culminación de la prolongada erosión del centro de gravedad del partido. Trump no es causa de ello, precisamente, sino su consecuencia más visible.

Algo parecido ocurre “al otro lado del pasillo”—across the aisle—con los Demócratas. Los wikileaks podrán ser exagerados y algunos hasta inventados, pero son muy creíbles. Es un partido reducido a maquinaria de los Clinton, operación política cuyos burócratas más elevados no son estadistas ni pensadores excelsos sino expertos en campañas electorales. Es decir, una despiadada nomenclatura competente en trucos que pueden usarse contra Trump, como antes contra Sanders o el mismísimo Obama en 2008.

El “éxito” de Trump, en definitiva, ha sido exponer la disfuncionalidad del sistema político como nadie antes. Es Trump quien explica sin hacerlo, y sin advertirlo, el cierre del gobierno, la parálisis legislativa, el desfinanciamiento de la burocracia federal, los vetos y contra vetos. Y por si fuera poco, ahora parece determinado a incendiar la casa entera: “Habrá fraude electoral; los medios de comunicación están en colusión con la campaña de Hillary Clinton; una conspiración de banqueros internacionales intenta destruir la soberanía del país”; y tantos otros sinsentidos.

La candidatura de Trump, hoy fallida, expresa una profunda crisis, no obstante, la del sistema de representacion tal como la expresan partidos políticos que no funcionan y una institucionalidad caduca

 En caída libre, su derrota no ocurrirá por ser populista—metáfora usada ad nauseam y sin rigor histórico ni conceptual—sino por no serlo. Disfuncional, con partidos fragmentados y con una caída histórica en los niveles de credibilidad social, de hecho, el sistema político post-Trump está servido para un próximo Trump, alguien más sutil y más demagógico. Tal vez un verdadero populista.

El próximo Trump buscará construir una base amplia y heterogénea, una coalición inclusiva que cortará el sistema de partidos de manera transversal. Eso es precisamente el populismo, una modalidad de representación que desafía y desmantela la institucionalidad existente, o que ocupa el vacío dejado por la caducidad de esa institucionalidad.

Un Trump populista habría capturado una porción importante de la base de Sanders usando su agenda proteccionista, lo cual le habría permitido cultivar el apoyo de sectores sindicales, eminentemente demócratas. Un Trump populista se habría quedado con una buena parte de ambos partidos. El Trump real termina sin ninguno de ellos.

El Trump del futuro no expulsará mujeres, inmigrantes, ni minorías religiosas. Una coalición populista es siempre un collage de identidades diversas, y siempre incluye a sectores con intereses contrapuestos. Amalgamarlos, aun demagógicamente, y no enfrentarlos, es siempre la tarea de un líder populista.

Un populista ofrece una retórica nacionalista pero en serio, con referencia a amenazas con significación histórica en el imaginario colectivo. Un populista habría hablado de la Rusia de Putin y su pasado en la KGB, no de inmigrantes mexicanos. “Lo nacional” se desdibuja si se eligen los negocios post electorales.

El próximo Trump no será la antipolítica, porque el populismo es la híper política. Ese Trump tendrá una narrativa, un imaginario que retrate el final del camino: la imprescindible utopía de cualquier populismo. No existe en Trump una idea comunitaria, como en el populismo agrario estadounidense de siglo XIX, ni tampoco ese organismo biológico regido por “lo popular”, como en el populismo latinoamericano del siglo XX.

La candidatura de Trump, hoy fallida, expresa una profunda crisis, no obstante, la del sistema de representacion tal como la expresan partidos políticos que no funcionan y una institucionalidad caduca, la de la baja participacion electoral, elgerrymandering, la perpetuación en los curules y el colegio electoral, entre otras patologías no democráticas.

Esta crisis, pendiente de resolución, constituye un escenario “de libro’ para el surgimiento del populismo. Trump les hizo pensar a todos que eso era él, sin serlo. A menos que haya una profunda reforma con más democracia, no con menos, le quedará en bandeja a un próximo Trump capitalizar todo aquello que éste ha hecho tan visible.

El Pais (Es) (España)

 



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