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19/10/2016 | Las maras se arman con fusiles de la guerra civil

Roberto Valencia

El gobierno del FMLN combate contra mareros equipados con fusiles de asalto. Autoridades, excomandantes, excombatientes, académicos, expertos y los propios pandilleros confirman que en buena parte son remanentes de la guerra civil de los años ochenta. Los fusiles han adquirido una importancia creciente en los arsenales de los barrios desde que a inicios de 2015 la Administración Sánchez Cerén apostó por la vía represivo-militar para afrontar el fenómeno de las maras. En 2016, las incautaciones de armas de guerra hechas por la Policía van al alza.

 

“Presumimos que muchas son del conflicto armado”, responde el ministro de Seguridad Pública, Mauricio Ramírez Landaverde, a la pregunta sobre cuál es el origen de las armas que el Estado salvadoreño incauta a las maras con frecuencia creciente. La respuesta del ministro se refiere a las armas de fuego en general –escopetas, pistolas, revólveres...–, pero aplica sobremanera para un tipo de arma en particular: los fusiles.

Los fusiles de asalto son armas automáticas (disparan de forma continua si se mantiene halado el gatillo) que la legislación salvadoreña cataloga de manera explícita como “armas de guerra”, y cuya tenencia está terminantemente prohibida para el salvadoreño de a pie. Fusil es el M-16 estadounidense. Fusil es el AK-47 de origen soviético.

Entre 2011 y 2014 la Policía Nacional Civil (PNC) decomisó en promedio un fusil cada semana. En los primeros cinco meses de 2016, uno cada tres días. Son las cifras oficiales; no incluyen las unidades que Policía y Fuerza Armada confiscan a delincuentes pero no reportan.

“Cuando la guerra era solo con la otra pandilla, era mejor tener un cuete (pistola o revólver), porque es más fácil de guardar. ¿Ahora qué? Ahora la guerra está declarada y es mejor tener un largo, porque sabés que lajura (Policía) a matarte viene”, interpreta el boom de fusiles en los barrios Salado, un veterano pandillero de la 18 ya retirado.

La guerra entre el Estado y las maras está tácitamente declarada desde enero de 2015, cuando el presidente de la República, el excomandante guerrillero Salvador Sánchez Cerén, cerró cualquier opción de diálogo y apostó por la represión armada. “Algunos dirán que estamos en una guerra, pero no queda otro camino; son criminales y así hay que tratarlos”, se sinceró Sánchez Cerén en marzo de 2016.

En tiempos de guerra se dispara el uso de armas de guerra. Hasta 2014, la PNC reportaba cada año entre 50 y 60 fusiles decomisados, a las pandillas la inmensa mayoría. En 2015 se saltó a 92. Y si se mantiene el ritmo de los primeros meses, 2016 terminará con unas 125 incautaciones.

Los fusiles cada vez son más cotizados en las pandillas. Según el pandillero que sirve como testigo criteriado de la Fiscalía General de la República en el caso ‘Masacre de Opico’, la pandilla 18-Revolucionarios de Quezaltepeque disponía, en abril de 2016, de ocho M-16 y tres AK-47. Al menos once fusiles para una tribu que opera en apenas dos municipios.

“El mercado de las armas es… como el de los tomates. El precio sube y baja dependiendo de la demanda y de la oferta. Hay veces que hay escasez, como ocurre con la droga, y es cuando sube el precio”, ironiza sobre el nuevo escenario Sombra, pandillero veterano también, activo él, y con un rol importante en una de las tres pandillas mayoritarias.

La paradoja histórica es que los mismos fusiles M-16 y AK-47 que hoy son disparados por mareros hace tres décadas podrían haber sido empuñados por combatientes de las cinco agrupaciones armadas que integraron el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, el FMLN, la sigla de la que surgió el partido político que hoy combate a fuego las maras. 

El académico que más tiempo invirtió en estudiar por un lado la proliferación de armas durante la posguerra, y, por otro, el fenómeno de las maras, es José Miguel Cruz, director del Iudop de la UCA entre 1994 y 2006, y en la actualidad director de investigaciones en la Universidad Internacional de la Florida (FIU), en Estados Unidos. “Sin duda alguna", responde Cruz cuando se le pregunta si cree posible que las mismas armas que hace un cuarto de siglo estaban en manos de guerrilleros hoy estén en manos de pandilleros. 

Tercio primero: las voces cualificadas

La idea de que el M-16 con el que un marero impone el terror en su comunidad es el mismo fusil que hace 25 años disparaba un guerrillero del FMLN puede resultar turbadora, provocativa, incluso hostil. En especial, cuando se constata que no se trata de uno, seis o quince casos aislados y sobredimensionados con malicia, sino que la tenencia de fusiles de la guerra civil en las pandillas parece ser una constante. Por la naturaleza del fenómeno resulta imposible conocer las cifras exactas de cuántos fusiles de pandilleros fueron en su día empuñados por guerrilleros, soldados o escuadroneros, pero las voces más conocedoras coinciden en que se trata de algo generalizado.

El “presumimos que muchas son del conflicto armado” del ministro Ramírez Landaverde adquiere mayor relevancia en cuanto él es el responsable político de la PNC, la institución que lleva la voz cantante en el decomiso y análisis de las armas incautadas a las pandillas. “Por el tipo de arma, el calibre y las características propias, nos hace suponer que son de la guerra”, apostilla.

La otra voz del Estado con peso en este tema es la del Ministerio de la Defensa Nacional. Su titular, el general de división David Munguía Payés, es más contundente que su homólogo Ramírez Landaverde: “Hemos sentido que ha habido más armamentización (sic) en los últimos meses de parte de los grupos delincuenciales, y una razón es porque todavía hay mucho armamento rezagado del conflicto armado de la década de los ochenta”.

Desde ámbitos académicos también se avala la teoría de la presencia creciente de armas del conflicto entre los pandilleros. José Miguel Cruz asegura que en la actualidad el mercado negro de armas está "muy pujante" en El Salvador, como consecuencia de "la actual guerra entre el gobierno y las pandillas, y algunas de esas armas vienen de nuestro pasado conflicto”, dice. "Por lo que supimos, algunos comandantes de medio nivel se dedicaron a comercializarlas en los mercados negros, mientras que varios combatientes se quedaron con algunas que han ido vendiendo con el tiempo", agrega.

Cruz es coautor de Las armas de fuego en El Salvador, libro publicado en el año 2000. “A ciencia cierta, nadie sabe cuántas armas quedaron en manos de los civiles después de la guerra, porque los esfuerzos institucionales por recogerlas fueron infructuosos y totalmente fallidos”, señala el libro. Consultado 16 años después, Cruz reincide en la idea: “En El Salvador nunca hubo un esfuerzo esmerado por recoger las armas de la guerra”.

Distintos pandilleros de diferentes pandillas consultados confirman que los M-16 y los AK-47 son más codiciados desde que el gobierno les declaró la ‘guerra’. También corroboran que un porcentaje alto de los fusiles en su poder son remanentes de la guerra civil.

Un M-16/A1, de los viejos y aparatosos, se puede conseguir en el mercado negro desde $1,500. Un M-16/A2 original en óptimo estado se puede disparar hasta los $2,500. Un AK-47, un arma más versátil y letal, ronda los $1,700, un precio más cómodo que se justifica porque utiliza balas calibre 7.62 mm, más caras y escasas que las 5.56 mm de los M-16.

Los fusiles que se utilizaron durante el conflicto armado están llegando a las pandillas por diferentes vías: el traficante de armas convencional que las tiene en su inventario; el guerrillero militante al que se le asignó guardar un lote durante años y concluyó que ya es buen momento para venderlo al mejor postor; policías y militares de distinta gradación que roban fusiles en los distintos eslabones de la fase de custodia y los regresan al mercado negro; el pandillero hijo de excombatientes que ‘gana’ para su barrio el fusil familiar; etcétera, etcétera, etcétera.

No obstante, según la información que manejan los ministerios de Seguridad Pública y de Defensa, las pandillas también tienen fusiles que no estuvieron en El Salvador entre 1980 y 1992. Son armas largas provenientes del floreciente mercado negro que abastece al crimen organizado en Centroamérica; otras sustraídas de los inventarios de la Fuerza Armada después de los Acuerdos de Paz; y otras más, robadas o compradas a personas y empresas que las adquirieron legalmente.

Resulta imposible determinar con precisión si los fusiles en poder de las pandillas que fueron usados durante la guerra civil son el 32 %, el 47 % o el 63 % del total de fusiles en su poder. Pero no hay voz cualificada que niegue que las pandillas están utilizando en la actualidad fusiles que tres décadas atrás estuvieron en poder de la guerrilla del FMLN.

Tercio segundo: el porqué

A finales de los noventa, el número estimado de armas de fuego que circulaban en manos de civiles era de 400,000, de las que 257,000 no estaban registradas. Dos de cada tres, una relación que palidecía si se circunscribía a los fusiles de asalto. Estas cifras son parte de la investigación plasmada en Las armas de fuego en El Salvador, el libro del que José Miguel Cruz es coautor. “Y yo pensaría que hoy existen todavía más armas ilegales que en el 2000”, apostilla.

El libro no vacila al señalar la causa principal de la proliferación de armas: “En primer lugar, existen remanentes de la guerra, las cuales no fueron entregadas en su totalidad”, un compromiso adquirido ante Naciones Unidas por las cinco organizaciones que integraban el FMLN, cuando en enero de 1992 se firmó la paz en el castillo de Chapultepec.

Para este reportaje se habló con cuatro personas con altas responsabilidades en la guerra, tres de ellas firmantes de los Acuerdos de Paz. Los cuatro desempeñaron roles importantes en el FMLN-guerrilla pero, por distintas razones, se alejaron del FMLN-partido. No obstante, ante la posibilidad de retratarse ante la sociedad como corresponsables –por acción u omisión– de la situación actual, los cuatro coinciden en minimizar las voces, los argumentos y las cifras que señalan que un porcentaje de los fusiles que la PNC está decomisando a las maras son piezas que en su día usaron los guerrilleros. Pero en los matices de sus testimonios, entre líneas a veces, hay información muy valiosa.

Facundo Guardado, el comandante Esteban, terminó la guerra como responsable militar del frente de Chalatenango de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL). Facundo dice que, durante la negociación, hubo un acuerdo entre los dirigentes de las cinco organizaciones “para guardar armas y municiones, por eso de que nunca se sabe; ese acuerdo se hizo de espaldas a Naciones Unidas y a la mesa de negociación”. Pero, una vez firmada la Paz, “su existencia termina conociéndose, porque el elefante era demasiado grande, y el armamento terminó destruido”, dice.

No todo se destruyó. “¿Qué pasaba? Que había depósitos –admite Facundo– que la ubicación a veces la conocían solo una o dos personas, y de esos depósitos nadie tenía registro”.

Para Facundo, resulta importante separar el "compromiso firme de las FPL" y la actitud puntual de algunos hombres. Reconoce que sabe de compañeros que en los noventa mejoraron de forma ostentosa su estatus económico y lo atribuye al tráfico de armas: “No tengo duda de que combatientes de distintos niveles que eran los únicos que sabían dónde estaban guardados fusiles u otro tipo de armamento decidieron no reportarlo”.

Como alto dirigente guerrillero, Facundo cargó un AK-47 en los últimos años de la guerra: “Ha sido, es y seguirá siendo el mejor fusil del planeta, y bien mantenido te puede durar cien años”.

Dagoberto Gutiérrez, el comandante Logan, fue un importante estratega de las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL), y firmante de los Acuerdos de Paz. “Guardar armas forma parte de todos los procesos de negociación, porque yo estoy negociando con vos, pero yo no confío en vos”, dice.

Salvador Samayoa representó a las FPL en Chapultepec. De los cuatro entrevistados, es el que menos tolera la idea de que las maras hoy estén usando en grandes cantidades los mismos fusiles que los guerrilleros. La sola idea parece incomodarle: “Yo sé bastante bien de las armas de las FPL, y las que teníamos en El Salvador se entregaron”. La única concesión que hace es la de guerrilleros que a título individual se quedaron con fusiles como recuerdo, pero “de eso a que me digás que son una parte importante de las armas que hoy circulan... eso yo no te lo compro”.

Ana Guadalupe Martínez, la comandante María, es también firmante de los Acuerdos, además de una de las piezas fundamentales en el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Defiende el compromiso de la sigla por la que ella luchó, pero acto seguido admite la posibilidad de que fusiles guerrilleros sean hoy parte del mercado negro.

“Más de algún guerrillero se quedó con armas a título personal”, dice. “Otras organizaciones podrían haber no entregado todo”, dice. “También pasaba que los que guardaban depósitos morían, y esos arsenales quedan ocultos hasta que un agricultor o alguien más las halla”, dice.

Ana Guadalupe aporta otro detalle poderoso: en el tramo final de la guerra, el FMLN estaba muy bien abastecido de fusiles de asalto: “Para la ofensiva ‘Hasta el tope’ (noviembre de 1989), raro era el guerrillero que no iba con su propio fusil”.

Sin haber escuchado estos razonamientos, el mejor resumen de lo ocurrido en la inmediata posguerra quizá sea el que sin pretenderlo hace el investigador Cruz cuando se le pregunta en qué medida la guerrilla cumplió los compromisos de desarme: “El FMLN entregó muchas armas, pero no entregó todas las armas”.

Tercio tercero: el experto

Esta es una Mini-Uzi israelita.

Dice Rodrigo Ávila Avilez, diputado del partido Arena, miembro de la comisión legislativa de seguridad pública, ex director general de la PNC 1994-1999 y 2006-2008. Ahora está sentado en la silla de su despacho de la Asamblea Legislativa y mira en un smartphone fotografías de armas largas que la PNC y la Fuerza Armada han decomisado a pandilleros.

Otra fotografía más.

—Este fusil definitivamente es un M-16/A2, de los robados por la guerrilla al Ejército. Son de los primeros que Estados Unidos envió, tipo 1985; no, 86. Carabina corta con cañón de diez y media pulgadas. Las primeras unidades se repartieron entre oficiales, y luego con estos se equipó el Regimiento de Caballería y el Atlacatl, pero ya a finales de los ochenta.
—¿Por qué afirma con tanta seguridad que fue robada por la guerrilla? ¿Por qué descarta que alguien la haya sustraído de la Fuerza Armada hace tres o cinco años?
—Este arma está muy golpeada, los pines desgastados. Se ha usado extremadamente, y te voy a decir por qué: porque el mango original tiene forma de grabado de diamante, y este está liso; ha sido portada y usada tremendamente. Se ve también que la han pintado de negro.

Rodrigo Ávila es, dicho en salvadoreño, un ‘loco armas’. Le fascinan desde que tiene uso de razón. Terminada la guerra fue consultor de armas de la Comisión Nacional para la Consolidación de la Paz (COPAZ), y por largos períodos se ha ganado la vida como consultor en materia de armas ligeras y protocolos logísticos para agencias internacionales. Ideológicamente es alguien muy definido, candidato a la presidencia de la República por el partido Arena, pero que sabe de armas, sabe. “En El Salvador, expertos en armas más que su servidor, quizá solo una persona”, se jacta.

—Este es un M-16/A1 con el mango redondo, algo que el Ejército salvadoreño le puso a todas sus armas porque el agarre era mejor. Estados Unidos envió una dotación inmensa de guardamanos redondos, en una campaña que sirvió también para repotenciar todos los M-16.
—Si tuvieras que apostar plata, ¿apostarías a que es un arma que se usó en la guerra civil?
—Totalmente. Y que este arma estuvo en manos del Ejército en algún momento.

Otra fotografía. Rodrigo Ávila parece estar disfrutándolo.

—Una escopeta Mossberg y un M-16/A1.

Otra.

—Este es un M-16/A1 recortado artesanalmente. Este lo hicieron corto. Lo serrucharon. Es un fusil hecho con partes de distintos fusiles. La empuñadura está lisa. Y la culata es de plástico.
—¿Y esta otra?
—Es un AKM. ¿Ves? Es lo que te decía: tiene esta parte corrugada. Todo mundo le dice AK-47, pero en realidad es un AKM. Este es ruso. ¿Ves los remaches? La baquelita de los coreanos era de madera. En la guerra el FMLN trajo AK de la RDA (República Democrática de Alemania), de la URSS, de Corea del Norte...

Agarra un lapicero y comienza a dibujar los cañones de las distintas variantes del fusil que en todo el mundo se conoce como AK-47. Se recrea en pequeños matices apenas perceptibles para el ojo profano, pero que para él son tan obvias como diferenciar el blanco del negro.

La última fotografía que aparece en el teléfono es la de una decena de armas largas que el 10 de octubre de 2015 la PNC decomisó a pandilleros de la 18 en Puerto El Triunfo, Usulután.

—La del medio es una subametralladora Mendoza, mexicana. Las escopetas apoyadas contra la pared son dos Maverick 88, hay una Remington Winchester, y la otra es una Mossberg. El fusil más largo es un FAL. El de la par es un M-16/A1. Y el otro… ah… este está interesante… es un AKM chino; acá también entraron AK chinos, pero este tiene una culata de aftermarket, adaptada de otra cosa. El del suelo es otro AKM.

En los primeros años de la guerra civil, dice, la mayoría de los fusiles de asalto que acaparó la guerrilla ingresaron por dos vías: uno, las que lograba "recuperar" del Ejército y de las fuerzas de seguridad; y dos, sendos lotes procedentes de Nicaragua, el primero de fusiles FAL de la Cuba prerrevolucionaria, y el segundo de fusiles Galil utilizados durante la Revolución sandinista. La llegada masiva a manos de los insurgentes de los M-16 comenzó a partir de 1983-84, fusiles que el Ejército estadounidense abandonó en Vietnam tras su derrota en aquella guerra. En cuanto a los AK-47, los distintos modelos que se vieron en El Salvador se importaron en el tramo final del conflicto, a partir de 1987.

Rodrigo Ávila: "También armas de la Fuerza Armada terminaron en manos de delincuentes o de particulares, sobre todo en el primer tramo de la guerra, cuando el control de inventarios era menos estricto, pero esas armas no son nada comparado con las que la guerrilla llegó a almacenar de forma clandestina".

Cuatro son las razones que, a su juicio, explican por qué hay tantas armas de la guerra ochentera en manos de pandilleros: uno, parte de los fusiles que el FMLN guardó por si la Paz fracasaba se han incorporado al mercado negro; dos, los fusiles de los que mandos medios y altos tanto de la guerrilla como de la Fuerza Armada se adueñaron para enriquecerse; tres, los fusiles almacenados en tatús bajo conocimiento de pocas personas que, al fallecer, quedan expuestos a la estricta buena voluntad de quienes los hallan; y cuatro, por los combatientes que se quedaron uno o más fusiles como souvenir, como recuerdo de la guerra.

—Todas las armas que he visto en esas fotografías son del conflicto –dice–. Quizá la primera Mini-Uzi pudo haber entrado después, pero, de ahí, todas son rezago de la guerra.



Israel Antonio Quintanilla y su hijastro Carlos regresaban el primero de mayo de 2015 desde San Salvador, de la marcha por el Día Internacional de los Trabajadores, cuando hombres armados interceptaron su Toyota Hilux doble cabina. Quintanilla era el fundador y presidente de ALGES, la Asociación de Lisiados de Guerra de El Salvador ‘Héroes de noviembre del 89’, una entidad surgida a mediados de los noventa que aglutina a excombatientes del FMLN. Los cadáveres aparecieron tres días después en un cantón de Tecoluca, San Vicente.

Informaciones periodísticas basadas en fuentes policiales señalaron que el secuestro, la tortura y el asesinato de Quintanilla los realizaron pandilleros de la 18, una venganza por desacuerdos en la compraventa de un lote de armas largas valorado en 40,000 dólares. Cuando esta versión se hizo pública, ALGES se revolvió contra la idea de que su máximo líder vendiera fusiles a mareros, que para entonces estaban ya en plena campaña de atentados contra policías, militares e incluso contra militantes del FMLN. La asociación calificó la filtración como “grave atentado contra la trayectoria intachable de un luchador por los cambios sociales” y acusó al medio que la publicó de poner en “grave riesgo la integridad física y moral de la familia y de toda la organización”.

Un alto dirigente de una de las redes estatales de inteligencia confirmó a El Faro que un informe oficial respalda la idea de que a Quintanilla lo asesinaron por negociar fusiles con pandilleros. La presidenta de la Asamblea y excompañera de armas de Quintanilla, la efemelenista Lorena Peña, abonó esta hipótesis –sin pretenderlo– el 9 de agosto, cuando aceptó que usó dineros del fondo circulante para pagar casas que "para resguardar a las familias necesitaban urgentemente" miembros de ALGES que "tras una serie de asesinatos" habían sido amenazados por pandilleros.

La dirigencia de ALGES rehusó hablar para este reportaje. El tema aún incomoda.

Líderes de otra asociación de excombatientes, la Federación de Asociaciones de Veteranos Revolucionarios Salvadoreños del FMLN Histórico (FAVERSAL), también rechazaron hablar sobre el trasvase de fusiles de la guerrilla a las maras, ni siquiera off the record. 

Un comandante guerrillero sí aceptó, bajo condición de anonimato, interpretar los silencios de sus antiguos compañeros de armas: “Te será muy difícil encontrar a alguien que hable, sobre todo después de que se han incrementado los homicidios de excombatientes en Morazán y Usulután (cometidos por pandilleros). Será complicado que te hablen, porque nadie va a querer quedar como el que vendió el arma con el cual mataron a otro compañero”.

* Con reportes de Valeria Guzmán

El Faro (El Salvador)

 



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