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20/10/2016 | «O yo o el caos»: la Libia que dejó Gadafi

Alicia Alamillos

Cinco años después de la muerte de Gadafi, gobiernos rivales, milicias, tribus y grupos yihadistas luchan por el control de un país cada vez más acosado por la crisis económica y la anarquía, que para muchos, es consecuencia de sus cuatro décadas en el poder

 

«¿Significa que todo se ha acabado ya?», preguntó Yusef Tunally a su madre, atónito, antes de perder pie y casi desmayarse en el salón, con las lágrimas corriendo por sus mejillas. Acababa de recibir la noticia: Muamar Gadafi, presidente-dictador de Libia durante 42 años, había sido detenido y posteriormente matado por las fuerzas revolucionarias de Misrata. Era 20 de octubre, hace cinco años. Como él, miles de libios celebraron lo que parecía el comienzo de un nuevo país, por primera vez libres de la sombra omnipresente del caudillo «Hermano Líder» de la República Árabe de Libia. Cinco años después, Gobiernos rivales, milicias, tribus y grupos yihadistas luchan por el control de un país cada vez más acosado por la crisis económica. «Más y más libios se desesperan y añoran la estabilidad, el orden, la paz y la seguridad, y en su rabia recuerdan a Gadafi y ansían su vuelta», admite Sami Zaptia, director del Libyan Herald en Trípoli.

Durante sus más de 40 años de férreo control del pueblo libio, Gadafi se aseguró de que tras él, el caos. «Gadafi durante años construyó su imperio en el desmantelamiento de todas las instituciones como planificación de este día. Planeó forzar a su gente a vivir en la miseria con él y después de él», afirma Shahrazad Kablan, activista política libia. La situación actual es, para muchos, «consecuencia lógica» de 42 años de destrucción del Estado.

Como «Hermano Líder», autoritario y paternal con los libios, Gadafi no previó o no quiso ver el descontento que crecía contra él. «Todo mi pueblo me ama», afirmó Gadafi en una entrevista en CNN al ser preguntado por su creciente impopularidad. Cuando la chispa de la llamada «Primavera árabe» se encendió en las plazas de Bengazi y prendió los ánimos de los libios como la pólvora, Gadafi se negó a claudicar, como habían hecho en Túnez Ben Ali y Hosni Mubarak en Egipto. «No voy a abandonar esta tierra. Permaneceré, desafiante. Muamar es el Líder de la Revolución hasta el final de los tiempos», declaró por televisión en febrero de 2011. Antes de Túnez y Egipto, Gadafi había sufrido numerosos intentos de asesinato tanto locales como internacionales (entre ellos EE.UU.), pero pocos libios eran capaces de imaginarse un país sin él. «Los libios querían un cambio. Sin embargo, se rindieron porque era demasiado difícil, y Gadafi había gobernado durante demasiado tiempo», añade Kablan. El descontento tampoco era universal. En la casa de Iman Abdo, en Sebha, el día de su muerte fue un día de luto, recuerda a ABC.

Ni democracia, ni estabilidad

La caída del autoritarismo de Gadafi no trajo ni la democracia, ni la estabilidad, ni el respeto a los derechos humanos que pregonaba la revolución libia el 17 de febrero: cinco años después, en Libia rivalizan tres Gobiernos –el Gobierno de Unidad Nacional auspiciado por la ONU, la Cámara de Representantes en Tobruk reconocida internacionalmente y el Congreso Nacional General (GNC) que este mes volvió a tomar sus posiciones en Trípoli, arrebatadas al GNA– además de una miríada de milicias, tribus y grupos terroristas como la rama libia del Estado Islámico y facciones de Al Qaida. Los 42 años de Gadafi, que acumuló en su solipsismo todo el poder del Estado, no permitieron la maduración de una sociedad civil ni de fuerzas políticas consistentes. «Cuando todo el mundo es parte del Congreso del Pueblo, ¿para qué se necesita una oposición?» afirmó en una entrevista con la italiana Oriana Fallaci ya en 1979. Kablan insiste: «no existía ningún tipo de sociedad civil bajo Gadafi».

A la falta de Gobierno efectivo se une una rampante crisis económica. Los libios hacen colas de horas para conseguir hacerse con efectivo, limitado por los bancos. Esta semana, Reino Unido ha anunciado el envío de 400 millones de dinares recién imprimidos, una medida que los libios miran con suspicacia: «más de la mitad se quedará en el camino». Los distintos gobiernos, tanto el GNA como el islamista GNC, apenas pueden pagar a sus milicianos y funcionarios, con los ingresos del petróleo congelados durante el conflicto. Los cortes de luz son corrientes.

Tres de los hijos y el marido de S. J. Tunally lucharon junto a las milicias de Misrata en la batalla de Sirte. Su marido murió el 8 de octubre. Para ella, la lucha y las pérdidas merecieron la pena: «Para los que lucharon contra él, era lo correcto que había que hacer en ese momento. Mi marido luchó por una noble causa, y nadie puede decir otra cosa de él y los que murieron luchando. Para mí, volvería a hacer lo mismo otra vez, ya que Gadafi fue a la guerra contra su pueblo, y ya no había marcha atrás», relata a ABC.

De Gadafi, que llegó al poder en 1969 tras la revolución militar que derrocó al rey Idris I, se recuerda especialmente el asesinato de 1.270 presos en la cárcel de Abú Salim (cifras de Human Rights Watch) o la violencia –francotiradores incluidos– con las que reprimió las protestas los primeros días de 2011. Su régimen fue haciéndose cada vez más represor: contaba con dos canales de televisión y cuatro periódicos (de propiedad estatal. Tras la revolución, Libia pasó en 2012 a contar con más de 50 canales de TV), la policía secreta y los comités revolucionarios mantenían una amplia red de informantes. «Era un régimen que controlaba y restringía cómo debía la gente pensar y actuar. Cerrado ante cualquier crítica u oposición. Era totalitario en su naturaleza», insiste a ABC un libio «parte de la revolución» que prefiere mantener el anonimato. La imagen del «Hermano Líder» era omnipresente. Conforme iban avanzando las tropas rebeldes, respaldadas por bombardeos de la OTAN, las televisiones enfocaban el resentimiento de los libios, que cambiaban los retratos por caricaturas e insultos.

Gadafi pasó sus últimas horas acorralado en Sirte, su ciudad natal, acompañado de un puñado de todavía fieles tropas cada vez más mermadas por el avance de las milicias y los ataques aéreos internacionales. Intentó escapar del bloqueo, pero su convoy fue interceptado y huyó campo a través. Los milicianos le perseguían y lo encontraron escondido en una cañería, donde el «padre de los libios» buscó un desesperado refugio. Fue detenido y poco después una turba enfurecida –entre los que la ONU cree que estarían los propios captores– acabó matándolo, desfigurándolo e incluso violándolo. Los vídeos de la masacre pasaron de móvil a móvil y pronto todo el pueblo libio tuvo la constatación: Gadafi había muerto.

«Gadafi no se iba a rendir, ni buscar una solución pacífica, por lo que parte de mí sintió que su muerte podría terminar rápidamente la revolución Libia. Pero cuando vi cómo fue matado... Yo quería que la revolución del 17 de febrero fuera una revolución limpia y pura, mejor que la revolución y la era de Gadafi. No quería que la revolución del 17 febrero se manchara de sangre. El vídeo era inhumano, sangriento. Gadafi fue en ocasiones inhumano durante sus 42 años de gobierno, pero yo quería que nuestra revolución fuera humana, superior... Creo que las acciones inhumanas, asesinatos y secuestros que han cometido los revolucionarios de entonces, ahora convertidos en mercenarios, comenzaron con el asesinato de Gadafi», recuerda a este diario Sami Zaptia, periodista del Libyan Herald.

La OTAN apoyó a los rebeldes bombardeando posiciones de Gadafi, pero «dejaron sola a Libia demasiado pronto», añade. No se llegó a implementar un plan de desmilitarización ni reintegración de los miles de jóvenes transmutados en milicianos. Según relata el periodista Jon Lee Anderson en sus «Crónicas de un país que ya no existe», estos miles de jóvenes «contaban con gran cantidad de armas» y el país adolecía de la ausencia de «cualquier tipo de figura fuerte, carismática o unificadora». Sin la implementación del DDR tras la revolución y con unas milicias ansiosas por mantener su poder, no terminan de fructificar los esfuerzos de la Hoja de Ruta del Diálogo Político libio. El GNA, la solución acordada por la ONU, pierde apoyos. A la decepción de los libios de a pie se une la negativa de la Cámara de Representantes en Tobruk de dar su visto bueno al Gabinete presidencial del GNA, mientras que los islamistas del GNC en Trípoli han amagado este mes una suerte de Golpe de Estado.

«Los libios han cambiado el autoritarismo represivo y centralizado de Gadafi por otra forma de autoritarismo, más descentralizado y caótico, ya sea bajo el control de milicias o de Haftar (mariscal del Ejército Nacional Libio LNA, afín a la Cámara de Tobruk)», apuntó a AFP el investigador del ECFR, Mattia Toaldo.

ABC (España)

 



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