“Lo que pasa es que acá ha salido una noticia, yo me enteré por los diarios y cada uno deberá responder por lo que ha hecho, y deberá explicar lo que ha hecho”  Alberto Fernández, jefe de Gabinete

Una de las formas más comunes del error es la negación de los problemas. A partir de ello, aquello que era conflictivo deviene aún peor. Sin embargo, como aquello que Néstor Kirchner hace dista considerablemente de aquello que dice, es probable que alguna medida se esté tomando en pro de evitar grandes apagones en el verano de un año eleccionario. Negar una enfermedad no hará que esta desaparezca, por el contrario seguirá expandiéndose hasta que la metástasis sea completa.

La semana que pasó estuvo caracterizada por esa conducta de negación y por otro comportamiento bastante común en la dirigencia política: el descrédito y el dedo acusador. Si bien, estas actitudes han sido frecuentes a lo largo de los años, en los últimos meses ha adquirido ribetes inusuales inaugurando, quizás, una nueva forma de política en la Argentina.

La “nueva política” que impulsan desde Balcarce 50 tiene dos ejes claramente diferenciados e inaugura dos nuevos conceptos que en menos de una semana han comenzado a formar parte de nuestro vocabulario cotidiano con una naturalidad espeluznante. Se trata de la “carpetización” o política del “carpetazo” y la legalización de “la caja”.  Si bien, estos conceptos no son novedosos en las filas del kirchnerismo, la nacionalización de los mismos está adquiriendo ribetes grotescos.

Pero, la “nueva política” no sólo implica un nuevo vocabulario sino también, la aceptación ciega de que la importancia de los cargos públicos está dada por la magnitud de “la caja” que manejan…Esta viene a su vez, a incrementar el modelo de Argentina dividida que se propaga desde Balcarce 50. Tras los manejos para separar civiles de militares, empresarios de obreros, etc., hemos caído ahora en una nueva segregación de judíos tan inaudita como absurda. La encaró Luis D’Elía metiéndose en un conflicto como el suscitado entre Israel y el Líbano sin siquiera conocerlo y la retomó en estos días la flamante secretaria del Instituto Nacional contra la Discriminación (INADI), María José Lubertino al desestimar un pedido público para investigar focos de antisemitismo  y politizar el asunto en vez de ocupándose del mismo. Otra política de negación al mejor estilo del Ejecutivo.

Segregadas también, aunque en otro sentido, las provincias se hallan atadas a “la caja” del gobierno sin miras de que haya una reforma estructural para un régimen de coparticipación que contemple, antes que las cifras, el carácter federal. Cuánto mayor sea el déficit de las provincias menor será el régimen federal y consecuentemente se incrementará la sumisión al poder central. Es una lógica perversa pero con poca “publicidad”…

En el gobierno central, “la caja” es protagonista. Una vez conseguidos los superpoderes, aparecen nuevos modus operandi del presupuesto nacional. Para el año 2007, clave por ser año electoral, el nuevo presupuesto enviado al Congreso de la Nación (dónde el oficialismo reina) estima que los recursos totales serán de 140.316 millones de pesos, lo que equivale al 20,21 por ciento del PBI, mientras que los gastos totales 133.181,9 millones, un 19,19 por ciento de aquel.

Ahora bien, estos números que nada aportan si se los transcribe en forma aislada, recobran trascendencia si se los compara con los recursos que el gobierno de Néstor Kirchner utilizara en el año 2003. Para ese entonces, el gasto proyectado fue de aproximadamente  61.000 millones de pesos.

Así, pues, se observa que es solamente con “la caja” con la que se está gobernando. Sin ir más lejos, el Ministerio de Planificación ya lleva gastado un 21% más de lo que había estipulado para este año, cifra que equivale a tres presupuestos enteros del Ministerio de Salud, por ejemplo.

Ya en el 2004 se había excedido en un 58%, y en el 2005 un 34%. Para el 2007 el porcentaje habiendo elecciones en el medio es difícilmente calculable. En rigor, se gasta por arriba de lo que prevé la Ley de Presupuesto gracias a que existe la “decisión discrecional” del Gobierno. Una forma de “carpetazo” quizás, pero esta vez no unipersonal sino a la sociedad que nunca termina de reaccionar.

El crecimiento por encima del 4% (porcentaje que siempre se prevé alcanzar) otorga rédito al gobierno no por la mejora en la calidad de vida poblacional sino porque todo lo generado a partir de allí queda para las arcas de la campaña. Está claro que si el PBI es mayor al calculado y mayor la recaudación impositiva habrá fondos extra para que el oficialismo maneje a través de los decretos de necesidad y urgencia y los superpoderes.

La plata, en definitiva, no vuelve al pueblo, queda en los negocios que se entablan detrás de anuncios, proyectos faraónicos como el del famoso gasoducto, y se reparte en un reducido núcleo que se retroalimenta entre sí. De allí que nunca se “vayan todos” y que algunos incluso, acepten las deslealtades como “picardías” y los silencios convengan más que las denuncias. Si el ingreso público volviese a los contribuyentes, la pobreza no seguiría expandiéndose, por ejemplo, ni el sistema de salud nacional continuaría colapsado sin solución de continuidad.

Lo que resulta extraño y complicado es que ni siquiera este manejo “discrecional” de “la caja” dé  óptimos resultados, a juzgar por el último acto donde se inauguraron obras públicas en el distrito de San Isidro. El Presidente Néstor Kirchner tan adicto al corte de cintas ni siquiera pudo asistir al mismo y los abucheos al intendente Gustavo Posse advirtieron que algo anda mal. ¿Se habrá tratado de una reacción social? No sería tan negativo como parece a simple vista ya que, la reacción ciudadana al gasto indiscriminado, a los “retornos” que estos conllevan, a la dádiva electoral sería un gran paso. Sin embargo, todo hace suponer que detrás del rechazo manifestado en el acto hay una interna aún más difícil de saldar.  El radical K no logró demostrar que gobierna para sus habitantes a pesar de las obras públicas que su pase a las filas oficiales le supieron financiar.

 

Las internas ya no responden a cuestiones ideológicas. No hay una lucha, menos aún una búsqueda en pro de principios o plataformas. Hay una especie de “mafia” (valgan las comillas) pugnando por “la caja”. Es casi como el cofre de la felicidad del legendario programa televisivo “Feliz Domingo”. El que consigue la llave se sienta en el sillón de Rivadavia. Quién gobierna es otro tema que ni siquiera da para la polémica.

Esta primacía de “la caja” por sobre las ideas, las convicciones o las tendencias políticas se evidencia con extremada claridad en el manejo de las huestes piqueteras. Lo primero que compró el Jefe de Estado fue: la calle. Entendiendo por ésta, los grupos de choque que cortaban el puente Pueyrredón todas las semanas o bloqueaban las sendas del centro de la ciudad. Hace más de tres años que los funcionarios del gobierno nacional ubicaron a piqueteros en cargos claves para garantizar una expansión territorial. 

Desde Emilio Pérsico, vicejefe de Gabinete en la provincia de Buenos Aires y artífice del Movimiento Evita o Jorge Ceballos, director de Acción Comunitaria del Ministerio de Desarrollo, hasta Luis D’Elía  que pasó de comandar la Federación de Tierra y Vivienda a la subsecretaría de Tierra para el Hábitat Social lideran las listas de punteros políticos encargados de la “repartija” oficial en las comunas más pobladas para la reelección presidencial.

De allí que haya un dato más que notable devenido de la última marcha en pro de la seguridad que sigue jaqueando al poder a pesar de haberse diluido en cuestiones menores e intrascendentes como ser las “carpetas” de quienes apoyaron la convocatoria a la Plaza.

   

Así como los 350 millones de pesos que se repartieron a Gustavo Posse para que pueda llevarse a cabo el acto en San Isidro no resultaron tan favorables como debiera, el presupuesto o “la caja” que maneja Luis D’Elía parece encaminarse por la misma senda. Apenas unas 500 personas de “propia tropa” lo siguieron al Obelisco el 31 de Agosto último demostrando que hay algo más que “la caja” no logra comprar. Ese “algo más” es lo que debiera estar bajo la lupa de analistas y funcionarios.

Sin embargo, lo único que parece ser motivo de análisis es el pasado, ahora   “encarpetado” y mañana vendido a la opinión pública como si se tratase de fascículos con historietas biográficas que no sirven para nada. En tanto no se regenere una Justicia capaz de “dar a cada uno lo suyo” como la definiera Ulpiano, todo pasado, presente y futuro alejado de la ley y la moral quedará solamente publicado como un cuento de fantástico, nada más.

Quienes deben investigar, renuncian y quienes investigan, a veces, debieran renunciar. La Argentina está dada vueltas y no nos dimos cuenta aún que así no se puede avanzar. 

El “emblemático” caso de Juan José Álvarez es, tristemente, eso: un caso. Nada más. Debiera de ser la confirmación misma de la ausencia total de Estado en la Argentina. Abrió paso a un juego lamentable donde lo que quedaba de política real termina de liquidarse y, posiblemente, sea lícito decir que la “vieja política” quedó atrás. El caso Álvarez debería al menos demostrar que la Ley de Inteligencia tampoco se respeta, pero claro… ¿de qué sorprenderse si no se respeta la mismísima Constitución Nacional?

La nueva política viene en carpetas, fascículos para coleccionar... Reemplaza a la Carta Magna y hasta al Código Penal.

Carpetear es hoy el verbo de la dirigencia y se hace carne en el pueblo con extremada vehemencia.  Titulares de diarios, revistas, alocuciones periodísticas, etc. Los “carpetazos” se nos vienen encima como un eufemismo de la nueva política...

Entre las carpetas y “la caja” Néstor Kirchner no necesita siquiera gobernar. La pregunta es básica: ¿Cuándo “la caja” se quede seca y las carpetas sin hojas qué país quedará?

Por ahora, habrá que sucumbir  frente a este disparate de ver lanzarse prontuarios entre actores de una destreza sinfín. Qué el jefe de Gabinete declare:“Nunca he sido partícipe de hacer política sobre la base de la difamación” corrobora que la memoria oficial es tan parcial como la historia que pretenden recrear cambiando, por ejemplo, con el dinero público, la escenografía del Obelisco de la ciudad o mismo dejando que el jefe del Ejército, Roberto Bendini costee sus caprichos con fondos que deberían destinarse a la Fuerza. ¿Se habrá enterado, el General, que hay aviones, por ejemplo, que no están en condiciones de volar? Hubiese sido bueno que los fondos que dilapidó, sin informar al respecto, se hubieran usado para mejorar equipamiento…

Pero los funcionarios y los políticos están enfrascados en “operaciones” como si fuesen cirujanos...  Lo grave y peligroso de esta “nueva política” nacional es que el cuerpo sobre el que claven cuchillos y bisturís es el cuerpo social, y... anestesia... no hay.

GABRIELA POUSA

(*) Analista Política. Lic. en Comunicación Social (Universidad del Salvador) Master en Economía y Ciencias Políticas (ESEADE)