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30/12/2016 | 2016, año de crisis y de esperanza para América Latina

Uta Thofern

Colombia es el "país del año", según The Economist. Y la revista británica tiene razón. Colombia ha logrado la paz después de más de cincuenta años de conflicto armado.

 

Comparada con la manera en que el resto del mundo evoluciona, esta es una historia de éxito casi increíble. No obstante, el nuevo y revisado acuerdo de paz, ya aprobado por el Congreso, tiene una falla: se reincidió en el error de no consultar al pueblo, aún después de que éste impidiera, por estrecha mayoría, la entrada en vigor del primer borrador de ese pacto.

El argumento de que el Congreso representa la voluntad popular es una justificación formalmente correcta; pero suena más bien como una excusa, como una coartada, sobre todo considerando que, en el primer intento, el presidente Juan Manuel Santos aludió al plebiscito como la única forma legítima de validar el convenio con las FARC. Así, el flamante Premio Nobel de la Paz le ha abierto la puerta al populismo. Ahora tiene que hallar la manera de revertir esa tendencia y demostrar de cara a las elecciones legislativas de 2018 que la paz realmente está impulsando al país hacia delante. Aún así, Colombia tiene una oportunidad real para prosperar que ya quisieran para sí muchos otros Estados de América Latina.

Esperanzas marchitas en Argentina

En algunos países claves de la región, como Argentina, Venezuela y Cuba, el año 2016 comenzó sembrando grandes esperanzas. Los argentinos, tras doce años de nefasta gestión pseudosocialista, eligieron a un nuevo presidente que prometía oxigenar la economía nacional. De hecho, Mauricio Macri hizo posible que Argentina retornara con buen pie al mercado financiero internacional, liberó de restricciones absurdas al comercio exterior y al cambio de divisas, y acabó con la práctica de comprar voluntad política con cargos estatales.

Por contraste, esos avances hacen que sus reformas menos exitosas sean más penosas: la inflación y los precios de los bienes aumentan constantemente mientras las principales inversiones internacionales se desaceleran y cada vez más puestos de trabajo desaparecen. La cuota de pobreza de la población, una estadística que el propio presidente ha presentado, ha ascendido del 29 al 32 por ciento durante su mandato. En este contexto, la oposición –más dividida en otras situaciones, pero apuntalada por su mayoría parlamentaria– exige cada vez más concesiones; y esto pone en peligro el curso de la recuperación económica. Por si fuera poco, la imagen de Macri también se ha visto empañada por el involucramiento de su familia en transacciones de dudosa legalidad, reveladas por los investigadores que analizan los “Papeles de Panamá“. A Macri no le queda mucho tiempo: si la economía no se recupera, las elecciones parlamentarias de otoño fortalecerán aún más a sus adversarios políticos.

Venezuela: un régimen depuesto que continúa gobernando

El presidente venezolano, Nicolás Maduro, no tiene tales preocupaciones: a él no le importa lo que decida el Parlamento. El régimen chavista ha hecho caso omiso a la Asamblea Nacional con una insolencia increíble, a pesar de que, limpiamente, la oposición obtuvo una mayoría de dos tercios en las elecciones legislativas de diciembre de 2015. A excepción del Parlamento, el Ejecutivo de Maduro tiene a todas las instituciones del Estado bajo su control y, así, neutraliza sin piedad a la mayoría democrática.

El Estado de derecho en Venezuela está siendo pisoteado cada día y sin disimulo, mientras sus habitantes –especialmente los más pobres– sufren con cada vez mayor dramatismo las arbitrariedades del socialismo chavista: no hay medicamentos, no hay anticonceptivos, no hay papel higiénico y, en los supermercados, es raro conseguir harina de maíz. Lo que sí hay es un nuevo billete para encubrir a medias la inflación galopante. Para ocultar su fracaso, el “presidente” inventa nuevas teorías de conspiración a diario y sin escrúpulos. Esa es la vida que lleva la mayoría de los venezolanos hoy, un año después de haber depuesto al régimen en las urnas.

Despiadada sociedad de dos clases en Cuba

¿Y Cuba? Casi dos años después del comienzo del acercamiento entre Washington y los antiguos comunistas de La Habana, casi nada ha cambiado, aparte de la proliferación de vuelos directos entre Estados Unidos y la isla, o la mejoría de las conexones de internet en la Antilla Mayor. Ahora, por supuesto, se siente la falta del omnipresente: la muerte de Fidel Castro privó de un rostro al modelo político cubano. Cabe decir, sin embargo, que ya desde hace mucho tiempo todo era tan sólo una máscara: en ese país caribeño no hay ni comunismo ni socialismo, sino un capitalismo de Estado disfuncional con una sociedad de dos clases inocultable y despiadada.

En la isla, quien recaude divisas gracias a su trato directo o indirecto con turistas puede hacer lo que le plazca. El resto, incluso quienes tienen formación académica o laboran en otros sectores de la economía formal, ganan tanto en un mes como un taxista en un día. La censura de la prensa sigue funcionando con la precisión de un reloj suizo y los opositores del establishment continúan siendo detenidos regularmente; sólo en internet han brotado pequeños oasis de libertad. Lamentablemente, es muy probable que la esperanza de cambios inminentes en Cuba, augurados por la aproximación entre la Casa Blanca y La Habana, haya  quedado herida de muerte con la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos... pero Trump y sus relaciones con América Latina y el Caribe, sobre todo con México, son un tema por sí mismo, así como  Brasil y sus crisis permanentes. En resumidas cuentas, este no fue un buen año para los países al sur del Río Bravo.

América Economía (Chile)

 



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