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07/03/2017 | Versalles, símbolo europeo

Mariano Calleja

En el Palacio hubo tiempo para que Hollande y Merkel se vieran a solas más de veinte minutos

 

François Hollande quería que en la cumbre de la «primera velocidad» europea estuvieran, junto a Francia y Alemania, el presidente español y el primer ministro italiano, algo que causó malestar en terceros países, como Polonia, que se sintió desplazada. Pero en la cita en el Palacio de Versalles hubo tiempo para que Hollande y Merkel se vieran a solas más de veinte minutos, antes de que llegaran Gentiloni y Rajoy. El presidente francés, a punto de dejar el poder, recibió de forma calurosa a la canciller alemana, pese al frío helador en Versalles.

«Este es un lugar altamente simbólico, forma parte de la historia de la relación francoalemana», recordó después Merkel. Pero también, como apuntó Hollande, es símbolo de los anhelos de la paz y la unidad en Europa, solo logradas tras los Tratados de Roma.

El presidente francés quería cargar de simbolismo esta cumbre, que el mensaje de que las potencias europeas quieren ir más lejos unidas llegara a todas partes.

La guardia republicana, formada en el patio del Palacio, recibió a los mandatarios de los cuatro países. Hollande, como anfitrión, fue el primero en llegar, en un Renault gris. Desde ahí acompañó a sus colegas, uno a uno, hasta el interior del Palacio, símbolo de la grandeza francesa, y por extensión de Europa. Merkel llegó con cierto retraso al aeropuerto, lo que obligó a las delegaciones italiana y española a dar vueltas en sus aviones sobre el cielo de París, pues el orden de aterrizaje estaba establecido de antemano. Todo parecía preparado para que Hollande y Merkel pudieran conversar a solas antes de empezar la cumbre.

Hollande recibió a Gentiloni, el tercero en llegar, con un abrazo y dos besos. Con Rajoy, el saludo fue algo más sobrio y se quedó en el abrazo, lo que no impidió que ambos exhibieran la buena relación que mantienen y bromearan antes las cámaras. Ambos ya dieron muestras, en la reciente cumbre bilateral en Málaga, el pasado 20 de febrero, de tener una gran sintonía respecto al camino que debe tomar el proyecto europeo y la manera de afrontar los retos que tiene la Unión por delante.

Tras la foto de familia, a la puerta del Palacio, Rajoy charló amigablemente con Gentiloni. Los cuatro se dirigieron a la primera reunión de trabajo, en el salón del apartamento privado de Luis XV. Pese a lo pomposo del nombre, la sala habilitada para este primer encuentro se acondicionó de forma austera.

Declaración conjunta

Fue una primera toma de contacto. Media ahora después comparecieron de forma conjunta ante los medios de comunicación en una destartalada sala dentro del Palacio, ajena por completo al espacio que la rodeaba. Ante las cuatro banderas nacionales, y otras tantas enseñas de la Unión Europea, tomaron la palabra uno a uno, por un tiempo prefijado de seis minutos. Sus discursos, sin admitir preguntas, coincidieron en un común denominador: la doble velocidad en la integración europea debe ser posible para llegar más lejos, y ellos están dispuestos y preparados para encabezarla y poner los motores en marcha.

A la declaración le siguió una cena de trabajo, en la Sala de Notre. «La cena será muy modesta», advirtió Hollande antes de retirarse con sus colegas. La cena de los cuatro, a solas y con traducción simultánea, consistió en una entrada de foie gras de pato confitado con frutos secos, un plato principal de rodaballo al natural con espárragos verdes, y de postre manzanas y «agua perfumada».

Al terminar la cena de trabajo, Hollande acompañó a sus invitados a hacer un recorrido por el Palacio de Versalles, del que presumió durante toda la cumbre. Se despidieron hasta el jueves, en Bruselas. El presidente Rajoy y la delegación española tomaron el Falcon para regresar esa misma noche a Madrid.

ABC (España)

 



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